lunes, agosto 31, 2020

Nuestro fracaso político


Se miren por dónde se miren, las caóticas, confusas, imprecisas y medio inaccesibles cifras de la pandemia que se publican oficialmente en nuestro país miden la dimensión de un fracaso que no deja de agigantarse a cada día que pasa. Coja usted positivos, mire fallecidos, compare UCIs, etc. Se dejará media vida en lograr encontrar datos que le permitan hacer todo eso, lo que ya es un fracaso en sí por parte de las autoridades que deben proporcionar esa información, pero una vez que se haya desesperado lo suficiente y haya logrado avanzar en la selva de números, su rostro se entristecerá ante un balance que es tan desolador como incomparable, porque muy pocas naciones alcanzan la dimensión de nuestra tragedia.

En la primera ola de la infección, que se terminó con el levantamiento del estado de alarma el 21 de junio, registramos un volumen de infectados y muertos que nos colocó en el tercer lugar del mundo en lo que hace a fallecidos per capita, sólo superados por otras dos naciones europeas, Bélgica y Reino Unido. En esta segunda ola que vivimos Perú nos ha adelantado a todos en fallecidos por habitante, pero las tasas de infección que se dan estos días en España no tienen parangón posible. Y mucha infección, pese a que ahora se detecte más y la media de edad de los infectados sea baja, se traducirá en futuros ingresos hospitalarios, en más futuras UCIs y en nuevas muertes en un estadio más avanzado, que se sumarán a las demasiadas que ya tenemos. Contemplamos estas cifras y no sacamos conclusión alguna, las vemos y nada hacemos. Sólo buscar culpables entre todos los que nos rodean para evitar ver la culpa propia. En la primera ola contemplamos el fracaso total de un gobierno central completamente superado y el egoísmo exacerbado, cainita, de diecisiete comunidades autónomas que trataban de quitarse de encima la responsabilidad de lo que sucedía y evitar, a toda costa, cargar con enfermos de otras regiones que no fueran la suya, independientemente de que sus capacidades sanitarias lo permitieran o no. La caída del estado de alarma supuso el paso de la responsabilidad completa de la situación a esos gobiernos regionales, egoístas en extremo, que esperaban lucirse en la gestión posterior de la crisis, adoptando el papel de buenos frente a un inoperante gobierno central que se había comido el marrón de la primera ola. Hoy, cuando se acaba agosto, tenemos un registro medio de cerca de 10.000 infectados al día bastante repartidos por todo el país, con algunas regiones como Cataluña, País Vaco o Madrid, a la cabeza de los datos, y con la constancia del fracaso de la gestión por parte de nuestros reinos de taifas, que no han hecho absolutamente nada de lo pactado para poder aumentar ni las capacidades sanitarias ni las relacionadas con el rastreo de los contactos ni con el refuerzo educativo ni con nada de nada. Tras una fase de negación del problema, que sigue en parte en muchas de las administraciones implicadas, los gestores regionales admiten, aunque no lo digan, que son incapaces de afrontar el problema, y han decidido que lo que les importa no es la salud o la prosperidad de los ciudadanos sobre los que toman decisiones, no, sino su propia supervivencia política. Buscan a toda costa encontrar a alguien a quien adjudicarle la culpa de lo que sucede, que no sean ellos mismos, desde luego, y día tras día fabrican excusas, comparativas con otras regiones, frases huecas, despropósitos varios y excusas baratas que sirvan para eludir el dato del día y luego ya se verá. Ansiosas por conseguir el poder de gestión, demuestran cada día su incapacidad para ejercerlo y, frente a ellas, el fracasado gobierno central, que en lo último que piensa es en la salud y prosperidad de los ciudadanos, sino en su propia supervivencia, ha decidido retirarse del foco, no hacer nada, eludir toda su responsabilidad. Sentarse y disfrutar mientras los gobiernos regionales se abrasan. Pura política basura desde todas las administraciones.

Entre otras muchas cosas, esta maldita enfermedad muestra hasta qué punto es un absoluto fracaso la estructura política y administrativa de la que nos hemos dotado, donde sólo existe el derecho a la petición de competencias y el troceo del poder, donde todo es figurar, y nada es gestionar, asumir responsabilidades, admitir errores y trabajar. Todo a la mayor gloria de las siglas, de todo tipo, que se reparten cuotas de poder en distintas administraciones donde, al parecer, lo único que las une es su afán por perpetuarse y cobrar del presupuesto público. Difícil imaginar una peor gestión por parte de unas autoridades de un problema de semejante dimensión y gravedad. Fracaso es lo que define todo esto, total y absoluto fracaso.

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