viernes, agosto 28, 2020

Bielorrusia sin amor


La crisis que se vive en Bielorrusia es otra de esas noticias que, en ausencia de coronavirus, coparía portadas y atención en medio mundo, por la trascendencia de lo que allí se vive, para esa nación y, sobre todo, para el equilibrio de poder entre la UE y Rusia. Asistimos, por así decirlo, a una repetición, con sus muchas diferencias, de lo que se vivió en el Maidan de Kiev en la revolución naranja que derrocó el gobierno pro ruso que, entonces, mandaba en Ucrania. Sin embargo, Bielorrusia es un país mucho más opaco, desconocido, y posee un régimen que, en calidad represora, es una dictadura de primera división. Comparado con él Ucrania era una fértil democracia occidental.

Muchos han descubierto ahora la figura de Andrey Lukasehnko, presidente de Bielorrusia durante el último cuarto de siglo, un sujeto estirado, calvo, con bigotito, que dirige el país con mano de hierro desde que llegó al poder, tras el proceso de desmembramiento de la URSS, y que ha mantenido a su país en el ostracismo global durante todos estos años. ¿Les suena que laguna vez se haya hablado de ese país en nuestros informativos? ¿Algo ha pasado allí relevante en las últimas décadas? Dotada de una gran extensión de terreno, habitada por menos de diez millones de personas, la economía de esa nación es una foto ajada de lo que era el mundo soviético, con fábricas e industrias colectivas en las que se gana un salario de miseria por un trabajo que se hace mal para poder así comprar las tres o cuatro cosas que se venden. Viajar allí debe ser una especie de viaje en el tiempo, a los ochenta, pero no esos que se venden como agradables de nuestra época educativa, no, sino los duros y grises ochenta del herrumbroso imperio soviético. Desde su llegada al poder Lukashenko se las ha arreglado para firmar acuerdos de cooperación con Rusia, buscando principalmente suministros de energía y cereales, logrando abastecer al país, y dejando el resto del tiempo libre de su gobernanza en mantenerlo sometido. Una tras otra, ha celebrado elecciones en las que era reelegido por resultados que superaban ampliamente el 90% de los sufragios emitidos. Quizás no fuera realmente así, pero que más daba. Eso se anunciaba y ya está. En las elecciones de hace unas semanas las cosas debieran haber sido así, pero algo se ha torcido en el férreo plan del dictador. Una oposición democrática, que llevaba tiempo larvada, ha surgido y osado enfrentarse al jerarca y su máquina del poder. Por primera vez en décadas se vieron mítines opositores en las calles de Minsk, y las elecciones en sí mismas fueron percibidas por el régimen como un riesgo, algo inaudito en las mentes totalitarias que rigen la nación. Llegó el día de las votaciones y, uy, casi casi, Lukashenko obtuvo poco más del 80% de los votos, lo que para Iglesias sería motivo de profunda autocrítica. La oposición, ante un resultado que no era creíble, se lanzó a la calle, y ahí está desde entonces, denunciando la opresión del régimen, las décadas de persecuciones, encarcelamientos y represalias que ha sufrido todo aquel que no está a los pies del dictador, y las concentraciones desbordan Minsk un día sí y otro también, con la sensación de que este pulso ha venido para quedarse un tiempo y que, esta vez, el dictador no se saldrá con la suya tan fácilmente. La líder opositora, Svetlana Tijanóvskaya, ha huido a Lituania para evitar ser detenida, y desde allí concita apoyos internacionales para denunciar lo que pasa en su país y presionar al régimen. ¿Busca Tijanóvskaya una vía a lo Juan Guaidó para disputar el poder y obtener legitimidad? No es descartable.

En todo caso, parece evidente que el desenlace de lo que pase en Bielorrusia estará completamente condicionado por lo que se decida en Moscú. De momento Putin mira, espera, y no toma decisiones. Ayer anunció que está dispuesto a enviar refuerzos para defender al dictador en caso de que así sea necesario, añadiendo más presión. Lo único seguro es que Rusia quiere seguir teniendo en Minsk un régimen servil y que le sirva de tapón, de marca defensiva, ante la UE, dado que Bielorrusia posee frontera física con Polonia. Si ese régimen requiere que Lukashenko siga o sea sustituido por otro títere está por ver. Lo que Putin no vería nada bien sería la llegada de una democracia a aquella nación, y eso lo sabe perfectamente la Nobel de literatura Svetlana Alexievich, en el punto de mira del régimen, que lleva el temor en su rostro.

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