Me
da que este condenado año no va a hacer falta sacar chascarrillos gibraltareños
para tener algo de actualidad que comentar en los distanciados y
enmascarillados encuentros en las medio vacías terrazas veraniegas. Ayer, a
tres de mes, supimos los datos del día del coronavirus, nefastos, y con
problemas técnicos (excusa barata) de tres CCAA para no actualizarlos, y poco
después se
hizo oficial el comunicado de la casa del Rey sobre la marcha allende nuestras
fronteras de Juan Carlos I, salida motivada por las noticias constantes que
tiñen de corrupción financiera el tramo final de su reinado y vida. De los
creadores de “en agosto no pasa nada” un nuevo capítulo de “todo sucede en
2020”.
La
posición del rey emérito llevaba debilitándose sin cesar a cada noticia que
surgía sobre los entramados de corrupción en los que, presuntamente, estaba
implicado, y todo lo relacionado con lo que los medios siguen denominando “la
amiga del rey” al referirse a Corinna Larsen, presunta comisionista y probable
conseguidora de favores a cambio de favores. El que la posición de Juan Carlos
se estuviera tambaleando no es lo más grave, siendo algo muy serio, sino las
implicaciones que ello puede tener sobre la institución de la monarquía, que
encarna su hijo, en un país de escaso republicanismo combativo de izquierdas y
un sentimiento monárquico más bien utilitarista. No pocas veces ha caído la
monarquía en España, y el experimento posterior no ha salido precisamente muy
bien, lo que en parte ha vacunado a una amplia capa de la sociedad sobre el
republicanismo y sus ventajas. No es la forma del estado lo que determina la
eficiencia, la solidaridad y el buen gobierno del mismo, sino las personas que,
al cargo de las instituciones que se definan, deben ejercer su responsabilidad.
Juan Carlos I, en lo político y profesional, ha sido un gran rey, de los
mejores de la historia de este país, el único de hecho que ha reinado en
democracia, tal y como la entendemos hoy en día, y su legado en este ámbito
permanecerá más allá de su existencia, pero a día de hoy el asunto de sus
finanzas, un tema no privado dada su relevancia pública, lo oculta todo, y la
necesidad de hacer un cortafuegos para proteger a Felipe VI era cada vez más
acuciante. ¿Es acertada la medida tomada? Sí en el sentido de alejamiento, de distancia,
de separación, no en la imagen que se ofrece de marcha del país, cruzando
fronteras como un prófugo. En este sentido la nota de su abogado que señala que,
pese a la marcha del país, sigue disposición de las autoridades judiciales
españolas abre la puerta a que los procedimientos puestos en marcha por la
Audiencia Nacional puedan seguir su curso si así lo determinan, y que a donde
se haya ido el rey sea un lugar en el que la extradición sea un procedimiento
acordado entre esa nación y la española. En todo caso es muy triste comprobar
que una trayectoria histórica de enorme peso como la de Juan Carlos acaba
mancillada de esta manera, sumida en la indignidad de la escapada agosteña, envuelta
en presuntas mordidas y rubias amantes. Alguien señaló ayer que la persona de
juan Carlos no ha sabido, finalmente, estar a la altura del personaje histórico
de Juan Carlos, y que presuntas tentaciones tan burdas como el dinero y los chispeantes
ojos corinnaceos, que a buen seguro a muchos de nosotros nos llevarían a la
perdición, le han afectado de una manera tan profunda como lo haría al común de
los mortales. En este caso su campechanía le ha igualado, presuntamente, y en
exceso a los personajes de la actualidad corrupta patria, en la que vemos a un
catálogo de sujetos de toda clase y condición, rendidos ante prebendas, algunas
carísimas, otras de un grado de ridiculez alarmante, arrojando por la borda su
imagen, prestigio, futuro y demás por unos relojes, unos trajes, unas cuentas
en Suiza o cosas por el estilo. El alma humana es fácilmente corrompible, y
quien mejor lo sabe es el que pone el señuelo para que pique el tentado, sea
político, podemita bolivariano, esposo de la madre superiora de la presunta nación catalana o Rey.
Felipe
VI se enfrenta a hora, muy solo, a uno de sus mayores retos, que es el de
mantener la institución, en medio de la descomposición familiar, con ataques
constantes de parte de la bancada política, y con la seguridad de que la bula,
o el servilismo si ustedes lo prefieren, de parte de los medios y de la
sociedad ante la figura del Rey ha caído. Será Felipe VI juzgado de manera
constante por sus actos y su vida será escrutada como nunca. Sabe que no puede
cometer errores, que carece de margen para ello, y que de ser pillado en ellos pocas
opciones tendría de sostenerse en su actual papel. Confío en su sangre fría y
su experiencia, sabe que este mundo no es el que conoció su padre, que ya nada
es como era. No envidio en nada su posición
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