Esta semana, a la edad de noventa y tres años, ha fallecido Pilar Ruiz. Puede que este nombre, dicho así, no signifique mucho, pero si les digo que era la madre de los Pagaza, los Pagazaurtundúa, a buen seguro les vienen recuerdos de años oscuros en los que el terrorismo etarra actuaba a discreción, el miedo corría por las calles del País Vasco, no sólo, y los asesinos y sus cómplices, muchos de ellos en las instituciones, ejecutaban sus sentencias de muerte sin que nada ni nadie pareciera hacerles frente. No fue ese el caso de Pilar, que desde sus años jóvenes mostró un compromiso pleno con la libertad y, primero, lucho contra la dictadura franquista y luego contra la nacionalista vasca.
Pilar sufrió lo más cruel que puede experimentar una madre, que es la muerte de su hijo, no accidental, no casual, sino provocada. Joseba, policía municipal de Andoan, fue asesinado en un cruel atentado etarra en el que el asesino le disparó mientras estaba tomando algo en una cafetería de su pueblo, en fin de semana. Los cómplices ya habían trabajado durante un tiempo dando información al comando que iba a ejecutar a un inocente, y la suerte de Joseba estaba echada desde hace tiempo porque desde el Ayuntamiento de su pueblo y la Consejería de Interior del Gobierno Vasco se le había abandonado. Fundador de Basta Ya, protestón habitual cada vez que ETA y sus socios ejercían su labor sanguinaria, Joseba era un objetivo obvio para los nazis locales y una molestia para los que recogían las nueces del árbol que los terroristas golpeaban con saña. Su ejecución fue absoluta, sin piedad, de día. El objetivo, además de eliminarlo, era mandar un aviso a todos los que se manifestaban en contra de ETA y su mundo, para que se callasen. La mafia batasuna y su brazo ejecutor dejaban claro qué les pasaba a los que se les oponían. El silencio de la sumisión garantiza la vida, era el mensaje claro. Lo que no tuvieron en cuenta en ningún momento toda esa calaña de sujetos es que en los Pagaza había una familia con un valor y coraje que era impensable, y más para unos cobardes como los etarras, basura moral que no son nada sin armas. Ahí muchos descubrimos los arrestos de unas mujeres, Pilar y su hija Maite, pero sobre todo Pilar, en aquellos momentos de conmoción, que nos hicieron levantarnos de nuestros cómodos asientos vitales y expresar la mayor de las admiraciones ante una mujer pequeña, menuda, físicamente poca cosa, pero con un gesto enérgico, una voz firme, y una convicción plena. Rota de dolor, pero a sabiendas de que los malnacidos eran los asesinos, Pilar defendió en todo momento la vida, obra, imagen y recuerdo de su hijo Joseba, denunció cómo las instituciones lo habían abandonado, a sabiendas de que estaba en el objetivo de ETA desde hacía tiempo, y que ahora, tras el asesinato, vendrían palabras falsas de condena por parte de políticos rastreros que se mostraban compungidos por lo sucedido pero que, en el fondo, lo celebraban, porque compartían las ideas fanáticas que justificaban el terror etarra, porque estaban inundados de nacionalismo sectario y, también, porque vivían gracias a poltronas bien conservadas en las que el terrorismo era una pieza necesaria para mantener callada a la población y sometida. Ya en el funeral de Joseba Pilar se mostró con un temple inaudito, e impidió que batasunos y representantes del régimen nacionalista vasco se acercasen al féretro de su hijo, destacando el enfrentamiento que tuvo con Xavier Arzallus, máximo dirigente del PNV y, quizás, la persona con más poder en todo el País Vasco, el padrino. Nadie se atrevía a echar en cara a Arzallus su connivencia con el terror, su proximidad moral e ideológica con los asesinos, de los que mantenía una distancia física para no mancharse, pero que siempre tenía cerca en el corazón, tan cerca como lejos a las víctimas. Pilar Ruiz le hizo frente, y para el nacionalismo carca, sectario y, también, misógino, que una mujer se les enfrentara supuso una conmoción que muchos no lograron superar. Pilar se convirtió en objeto de ataque por parte de todo el mundo nacionalista, y ella siguió ahí, valiente, hablando sin miedo.
Pilar se enfrentó también a los suyos, a los socialistas, cuando quedó claro que el PSE iba a pactar con Batasuna para llevarse beneficios de las treguas etarras y se iba a iniciar un proceso de blanqueamiento del terrorismo que ha llevado hoy a la indignidad de que Bildu sea visto como “progresistas”. Como Zelensky hace una semana en la Casa Blanca, Pilar Ruiz estuvo rodeada muchos años por matones, y les hizo frente. Algunos de ellos hoy siguen cobrando elevados sueldos públicos, y arrastrando la indignidad de sus actos hasta el fin de sus días. No será nunca símbolo feminista, pero Pilar Ruiz fue una mujer que mostró un valor, convicciones y entereza como muy pocos y pocas pueden hacerlo. A ella todo mi reconocimiento.
Subo a Elorrio este fin de semana y me cojo dos días. Si no pasa nada raro nos leemos el miércoles. Seguirá lloviendo.