El comercio es una necesidad que nace cuando se da una mínima complejidad social, y se ve que la autosuficiencia de los individuos y sus comunidades no existe, e intercambiar cosas entre ellos, y con otras comunidades, resulta la manera más sencilla de cubrir los agujeros que uno no es capaz de tapar. De ahí a la complejidad económica de nuestro mundo hay un aparente universo de distancia, pero la esencia es la misma, cubrir necesidades que otros son capaces de satisfacer. Puede haber trampas en esos intercambios, ilegalidades, e intentos de boicotearlos, como en todas las áreas de la vida en la que participamos las personas.
La decisión de Trump de iniciar una guerra comercial abierta contra sus vecinos Canadá y México, y también China, con aranceles que llegan hasta el 25% de lo que importa EEUU es un enorme error económica, es una medida políticamente estúpida y es una manera de comenzar un proceso de guerra comercial que es muy sencillo de señalar cuándo empieza, pero difícil saber cómo acabará y qué largo se hará. Evidentemente, los países afectados ya han dicho que van a responder de manera recíproca ante una medida unilateral tomada por un vecino con el que las relaciones comerciales son muy intensas y, en el caso de Canadá, únicas, dado que todas las fronteras físicas canadienses limitan con EEUU. Trump sigue mintiendo como un bellaco cuando acusa a propios y extraños de maltratar a EEUU y de expresar un deseo de venganza colectivo contra todo aquel que no siga sus dictados al pie de la letra. La escalada de aranceles que suele darse cuando se empiezan rondas de sanciones de este tipo crece a alta velocidad, el número de productos implicados se dispara y, poco a poco, las trabas crecen. Y con ellas, obviamente, los precios. Los precios suben en el país que impone las trabas porque se encarecen los productos importados, que lo son para el consumo directo de los ciudadanos, pensemos en los aguacates mejicanos, o se integran en la cadena de producción de EEUU como insumos intermedios, pensemos en acero y energía procedente de Canadá. Ese incremento en los costes de los productos importados va a tener que ser repercutido por los intermediarios y fabricantes a lo largo de toda la cadena de producción, y al final va a llegar al consumidor, que es el último eslabón, que paga el bien o servicio que disfruta, y va a ver cómo los precios de muchos de los artículos que compra, habitualmente o de manera esporádica, van a subir de precio, en lo que va a ser una nueva espiral inflacionaria que va a golpear, sobre todo, a las clases medias y bajas del país. A los oligarcas que han respaldado a Trump todo esto les preocupa bien poco en su bolsillo diario, porque los gastos de vida no representan para ellos sino una ínfima proporción de su riqueza, pero para la clase media norteamericana, que es más rica que nosotros, pero que hace la compra en el supermercado, paga las facturas de la casa y sus suministros, compra ropa, hace frente a los gastos escolares y tiene, por tanto, hábitos de vida y consumo que nos son muy familiares, esto va a supone un golpe directo a su línea de flotación financiera. Acostumbrada a gastar mucho, a tirar del crédito ya tener tasas de ahorro muy bajas, la s familias norteamericanas sufrieron bastante con la inflación que llegó tras la reapertura del Covid, y ese dolor financiero es una de las causas de la victoria trumpista frente a los demócratas. ¿Cómo se lo agradece el presidente Donald? Generándoles una nueva ronda de subida de precios, y esta vez no por el efecto indirecto de una catástrofe global, ni nada por el estilo, sino por una medida estúpida tomada a propósito, un error forzado, un desastre provocado por la ineptitud de un dirigente y la camarilla que le sigue. La subida de aranceles, la guerra comercial, es un error que suelen defender con ahínco los autócratas y, en general, todos aquellos ideólogos que desean controlar a su país y someterlo. Se ve que Trump desea ambas cosas.
Desde hace unos pocos días las bolsas norteamericanas están cayendo con ganas, habiendo perdido ya todas las ganancias registradas desde las elecciones de noviembre. Las bajadas, de más de un punto porcentual diario, empiezan a dejar un rastro rojo en los índices y en muchas empresas. ¿Cotiza en los mercados el deterioro económico que Trump va a causar a su país? ¿Va a meter la imbecilidad del personaje a EEUU en una crisis económica? ¿Es todo tan irracional como parece? Las dudas crecientes en los analistas ante las medidas proteccionistas de Trump se basan en la dimensión de sus efectos, pero no en que van a ser negativas para el país y el resto del mundo. En eso estamos casi todos de acuerdo, salvo los ciegos adoradores del personaje.
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