Otra vez el fanatismo nos muestra su cara más cruel. La voladura de la mezquita chií de Samarra ha desatado el caos (¿era posible aún más?) en Irak, colocando el país al borde de una guerra civil declarada, porque larvada lleva ya mucho tiempo. Es normal en tiempos de guerra el destruir los santuarios y templos culturales del enemigo, porque el atacante sabe que el impacto que genera esa destrucción trasciende más allá de las vidas de los mortales, se extiende en el tiempo, garantiza un trozo de inmortalidad... Para no remontarme a eras antiguas y sociedades ajenas, todos tenemos presentes en la memoria las imágenes de biblioteca de Sarajevo, destruida a conciencia por los Serbios en aquellos años vergonzosos para Europa, sus instituciones y su moral. Los serbios entraron en el edificio, lo saquearon, quemaron los libros, derruyeron las paredes y le pegaron fuego. Sólo les faltó echar sal por encima como Roma en Cartago. Las imágenes de un bello patio de columnas humeante dieron al vuelta al mundo y, junto con las de los cadáveres resultado de un ataque despiadado a una cola de mujeres que iban a por pan, lograron movilizar a la “comunidad internacional” (eufemismo para definir a EEUU y poco más, porque Europa seguía enfangada en discusiones bizantinas) para impedir que aquella barbarie prosiguiera.
Hoy, varios años después, la guerra de las caricaturas de la semana pasada ha sido sustituida por la de las mezquitas, y qué guerra será la de la semana que viene??? No lo se. Sí parece claro el intento suní (no olvidemos que Al Qaeda es suní) de desestabilizar del todo Irak, generar una guerra civil y pescar algo en un río revuelto de musulmanes y tropas extranjeras. Cuando arrecian las voces que reclaman que las tropas salgan de Irak, al menos yo defenderé que eso no es posible, que huir ahora es la peor solución. Sería dejar a los irakíes en manos de una tropa de asesinos. Es más, creo que lo ideal sería mandar más tropas, y más profesionales. La única manera de que el país no se destruya es controlarlo. Hay fuerzas poderosas que luchan en pos de la desintegración, especialmente los sunís (en este bando estaría Al Qaeda y los restos del partido Baaz, que aunque se odian entre ellos están unidos en el interés común) y los chiís (Irán estaría encantado de tener un vecino débil, controlado y sometido a su régimen).
En definitiva, un lío espantoso. Lo que está claro es que, allí y en todas partes, el fanatismo adopta actitudes similares, y las formas de combatirlo pasan por, igualmente, similares caminos. La valentía, el respecto a los derechos humanos, y la firme creencia en los valores que han permitido el desarrollo de estos derechos. No podemos, ni en Irak ni en Madrid ni en NY, rendirnos al fanatismo, por mucho que nos duelan sus golpes.
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