En homenaje a Manuel de la Calva, miembro del dúo dinámico, fallecido hace un par de días, se puede decir que este fin de semana que tenemos por delante sí que va a sonar con todo su sentido “el final del verano”: La operación retorno del domingo se prevé masiva y el lunes será 1 de septiembre, un lunes de esos enormes en el calendario, con L mayúscula, que significan un cambio temporal y de ánimo. Para muchos hoy y mañana serán de despedida de sus lugares de descanso, y el domingo el día del viaje y el agobio. Consuélense, tienen trabajo al que volver.
Aún es pronto para hacer balance del gran mes turístico del año, pero por lo que se puede leer en varios sitios, hay algunas sensaciones generales que parecen ser dominantes. Si exceptuamos las zonas azotadas por los devastadores incendios, donde las cancelaciones han hundido la temporada, en el resto del país las reservas de alojamientos han llegado a los picos que se esperaban, y el volumen de gente deambulando por los lugares turísticos ha sido el previsto, una marabunta. Pero eso sí, deambulando más que gastado. La sensación general en la hostelería es de pinchazo, de que no se han llenado sus locales. Paseantes a mansalva, pero clientes los justos, con unas cifras de facturación que no han cubierto las expectativas. Puede haber varias causas, pero una es la determinante, la subida disparatada, alocada, de los precios de todo lo relacionado con el ocio, restauración y vacaciones. No es sólo que los viajes y hoteles se han puesto por las nubes, que también, sino que una vez en destino, cualquier destino, tomar una copa o comer se ha convertido en toda una experiencia dolorosa para cualquier bolsillo. Ante esto, el turista español ha optado por una política de recortes. Se viaja a costa, sí, pero menos tiempo, y se toman tragos y comidas, sí, pero bastantes menos. Los volúmenes de ocupación que antes correspondían a turistas nacionales empiezan a ser suplidos en numerosos destinos por turistas extranjeros, que son los que tienen capacidad adquisitiva para permitirse ir, pongamos, a Baleares, archipiélago cuyos precios empiezan a ser disuasorios hasta para los que tienen ingresos elevados. En general, la sensación es que mucho turista ha tirado de bocadillos y compras en supermercados para cubrir la necesidad de alimentación, dejando el chiringuito a medio gas. El de la terraza, que había puesto en su cartel precios equivalentes a restaurante de Michelín, en parte se ha estrellado, y por ello, en general, se ha podido acudir a muchos locales sin reserva porque no todo el mundo puede pagarlo que se pide en ellos. Hay una cierta sensación, lógica, de abuso en los precios del sector y de que se ha producido un incremento ilógico, que a gran parte de la población le ha supuesto renunciar a días de ocio y a costumbres arraigadas en lo que hace a comidas y cenas. Es probable que, al menos en este sector, se haya podido llegar a un tope en lo que hace a la demanda, porque el precio de la oferta parece haberla agotado. Irse de vacaciones a los precios actuales empieza a ser un lujo en gran parte del país, y el residente nacional se encuentra con que el esfuerzo de pagarse unos días de ocio le puede suponer el gran roto de su economía familiar. El incremento de precios que se da en otros sectores ajenos al turismo, como es el de la cesta de la compra de cada día o el de lo relacionado con la vuelta al cole (ay, eso sí que es desmoralizante), por no hablar de todo lo relacionado con el acceso a la vivienda, agota por completo la capacidad de gasto del ciudadano medio. Han proliferado los estudios comparativos de los que se deduce que una semana en Mallorca equivale a otra en Bali o en un destino exóticos similar, dado los precios que ha alcanzado todo en el archipiélago balear. En este estado de cosas esos lugares antes frecuentados se vuelven prohibitivos para la clase media nacional, y los extranjeros pudientes cubren gran parte de ese nicho, pero no todo.
Cogerse vacaciones es una necesidad, irse por ahí durante ellas no. Las redes sociales, especialmente Instagram, han disparado el postureo vacacional y han masificado muchos destinos a la vez que convierten en pringados a los que no acuden a una cala o paisaje a posar. Esas fotos, vacías de contenido, cuestan una pasta, y suponen una sangría para muchos, que la sufren a cambio de no parecer menos frente a otros. Gran error. Nadie es más que otro, y tener dinero para irse a un lugar y no tenerlo y quedarse en casa no es la manera de medir a las personas, sus vidas y sus valores. En fin, que ánimo para el lunes, y a esperar a que las cifras de agosto ya cerradas nos den la imagen fiel de cómo se ha comportado la gran industria de este país, la del turismo.