Fue el viernes 1 un mal día para los mercados. Las bajadas se generalizaron en las bolsas de todo el mundo a medida que la Casa Blanca iba desgranando los punitivos aranceles que se iban a aplicar a naciones, amigas o no, tratadas todas ellas como vulgares formas de extraer recursos. Los casos más llamativos fueron los de Canadá, con un 35% de castigo, y Brasil, con un 50%, la más afectada. En ese caso el disparate de tasa tiene un trasfondo político, y es una forma de chantaje de Trump frente al proceso judicial que vive el expresidente Bolsonaro tras su participación en el asalto golpista que se produjo en Brasilia tras las elecciones que perdió.
No hace falta mucha cosa para generar inestabilidad en agosto, porque es un mes de bajo volumen de movimiento, con muchos operadores ausentes por vacaciones. En un agosto normal las cosas son tibias y los índices sestean en medio de la indiferencia, y luego existe el agosto brusco, en el que se dan fuertes movimientos, amplificados por ese escaso volumen que les comentaba, de tal manera que los sustos son mayores de lo que la realidad puede ser, aunque esto a su vez condicione la realidad. ¿Va a ser este agosto de los revueltos? Si Trump se va de vacaciones y deja de destrozar cosas puede que sí, pero la hiperactividad del personaje amenaza con amargar a más de un inversionista. Los mercados reaccionaron con fuerza al maldito día de abril que Trump bautizó eufemísticamente como el de la liberación, y tras ello se ha producido una recuperación generalizada, junto con una marcha atrás de los trumpistas al ver el daño que estaban haciendo, pero la creencia en que las cotizaciones puedan ser capaces de domesticar al magnate es una idea loable, pero que puede ser errónea. El sujeto es un egocéntrico como los ha habido pocos, y resultados como el nefasto acuerdo comercial con la UE engordan aún más su viciada interpretación de la realidad, y le animan a subir apuestas que puede que luego retire, pero que harán daño en su tramitación. En todo caso, lo que ya todos los operadores del mercado van asimilando, por duro que sea, es que EEUU ha pasado de ser el garante principal de la economía abierta a uno de sus mayores enemigos. Esto es un movimiento sistémico en el conjunto de la economía global, y es algo capaz de generar enormes consecuencias, muchas de las cuales se extienden en el tiempo y espacio de una manera que resulta muy difícil de atisbar. El proceso de globalización, que ha traído el más extenso de los tiempos de crecimiento económico global y que ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza en todo el planeta se enfrenta a la posibilidad de ser cercenado por uno de los países que más se ha beneficiado del mismo, aunque algunas partes de su población se haya visto perjudicada por deslocalizaciones productivas. En la industria EEUU ha perdido grandes empresas y empleos, y ahí está una de las fuerzas reactivas que han llevado a Trump a la presidencia, pero en la economía de servicios dominante las empresas de EEUU no son las líderes, no, son casi un monopolio absoluto que no tiene competidor significativo. Si no se lo creen, echen un vistazo al software que corre en su ordenador, en su móvil, las plataformas televisivas que observa, y haga recuento de la procedencia de las empresas que desarrollan todo eso. Con suerte encontrará una que no es de EEUU. Pues bien, si desde el centro del sistema económico global se decide lanzar un pulso contra el resto del mundo, es probable que las consecuencias no sean buenas para nadie. Las guerras comerciales se pierden por todas las partes, sí o sí, porque suponen un incremento de costes, una generación de ineficiencias, la creación de sectores subsidiados que viven del presupuesto público y un montón de cosas más que son frenos al crecimiento e innovación. Por encima de todo, las guerras comerciales son una enorme estupidez.
Embarcados como estamos en una, sufriremos sus consecuencias. No tanto Trump y su camarilla, como sí usted, yo, y el consumidor norteamericano, que vamos a ver como los precios de los bienes que adquirimos suben porque los costes de la cadena productiva no hacen sino crecer al introducirse ineficiencias en forma de aranceles. Las empresas se enfrentan a nuevas restricciones globales y deberán adaptar inversiones, cancelando algunas, redirigiendo otras, perdiendo esfuerzos duramente ganados. Se ha puesto en marcha un freno al crecimiento global que nos perjudicará a todos. Y eso es bastante más serio que un agosto movido en bolsa.
Subo a Elorrio un par de semanas, a pasar algo menos de calor allí. Descansen, pásenlo bien, y si no pasa nada raro, nos leemos el próximo miércoles 20.
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