Si este fuera un país normal, tras conseguir apagar los fuegos, se organizaría un equipo de trabajo para estudiar qué es lo que ha pasado, cuáles han sido las causas, organizar la detención de aquellos que hayan provocado los incendios que no sean fruto del azar, evaluar todo lo que se podía haber hecho semanas y meses antes de que empezaran, redimensionar los efectivos de bomberos y avisos, y empezar a planificar cómo recuperar las zonas afectadas. Tranquilos, no se hará nada de eso. Requiere trabajo y pensar. Sólo tendremos sucia bronca política muy bien alimentada por sandeces vestidas de argumentarios de parte.
Lo que si requiere una pensada profunda, y no sólo aquí, es cómo combatir unos incendios que, en todas partes, adquieren cada vez más unas dimensiones que no son controlables. No hemos pasado la ola de calor más dura e intensa de la historia, por mucho que diga el gobierno, pero no es necesario que eso sea así para que unos cuantos días sostenidos a cuarenta grados hagan que las cosas ardan con sólo mirarlas fijamente. Aquí, en California, en Canadá, las oleadas de incendios crecen y los sistemas de extinción siguen anclados en los mismos métodos que se usaban hace décadas. Mucha intervención humana a pie de tierra y ataques aéreos con helicópteros y aviones anfibios descatalogados que sólo se usan para estos menesteres. Al contrario que otras muchas cosas, el fuego no se ha digitalizado, y las nuevas tecnologías que nos ofrecen todo tipo de comodidades al alcance del dedo apenas son capaces de aportar nada en la extinción de unos fuegos que cogen dimensiones monstruosas. Ya hace años suponía que, con la creciente dimensión del problema, agravada por unos veranos cada vez más largos e intensos, surgirían ideas sobre cómo poder atacar esos frentes de llama de una manera más efectiva, o cómo diseñar sistemas de aviso de alta velocidad que permitan atacar a toda velocidad un fuego nada más iniciarse, con el objeto de que no se descontrole en los primeros instantes, ofreciendo de esta manera una ventana de oportunidad. Pero no, no parece que se haya creado nada por parte de la comunidad científica e ingenieril. Si desde el martes las labores contra el fuego avanzan se debe más a la mejora en las condiciones meteorológicas que a la propia labor de los esforzados que se están dejando la piel frente a las llamas. Si la ola de calor llega a durar una semana más a lo mejor el fuego se apaga cuando llegue al mar, o a un terreno ya yermo en el que nada pueda arder. Contemplar la impotencia de los que se dedican al tema frente a un fenómeno tan destructivo contra el que apenas se puede hacer nada resulta desoladora. Hay gente miles, millones de veces más lista que yo, que seguramente podría crear algún tipo de tecnología o hacer brotar ideas novedosas sobre cómo atacar esos incendios, o al menos la manera de impedir que avancen y contener sus perímetros. ¿No hay sustancias retardantes efectivas que se puedan arrojar sobre aquellas masas boscosas a las que las llamas se acercan para que no ardan? Que tanto satélite y móvil sólo sirva para que llevemos un recuento lo más actualizado y preciso de las dimensiones del desastre resulta descorazonador. Y claro, para que podamos poner corazoncitos en las imágenes de los que luchan contra el fuego o las de los que han perdido sus casas. Y, desde luego, para lanzar insultos a diestro y siniestro y convertir las redes en un remedo sin llamarada del incendio que devora la realidad. Los botoncitos virtuales no ayudan para nada ante un problema que sigue siendo cruelmente analógico. Y, por lo visto, poco rentable.
Tampoco se ha inventado nada para el después. Los cientos de miles de hectáreas arrasadas han liberado toneladas de CO2 a la atmósfera en cantidades ingentes, que estaban almacenadas y ahora ya se han puesto otra vez en el sistema climático, reforzando el proceso de calentamiento global. El terreno tardará décadas en cubrirse de arbolado, porque no se ha inventado nada parecido a una clorofila artificial que permita crear “árboles” que realicen una fotosíntesis artificial pero efectiva. La velocidad de recuperación de los espacios sigue siendo la misma que hace décadas, siglos. Otro enorme problema analógico para el que, por lo que parece, tampoco hay ideas novedosas. No, tampoco debe ser rentable.
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