viernes, agosto 22, 2025

Frivolidad en Alaska

Ayer Rusia lanzó otro enorme ataque sobre suelo ucraniano, usando para ello unos cinco centenares de drones y algunos misiles de distinto tipo. Los principales objetivos fueron zonas civiles, urbes que llevan siendo castigadas sin piedad a lo largo de este verano con ataque más o menos similares en intensidad. En el frente de batalla, se han producido avances rusos, y rupturas de la línea de frente que han permitido a las tropas rusas avanzar en el territorio ocupado. Tampoco se han dado conquistas enormes, ni mucho menos, pero sí avances que han roto la estabilidad que llevaba caracterizando a ese frente desde hace tiempo.

Mientras todo esto sucede, y los ucranianos mueren sin remedio, se ha producido en Alaska la muy esperada cumbre entre Trump y Putin, encuentro improvisado, al estilo de la desastrosa administración estadounidense que padecemos, que ha sido muy poco fructífero en lo que hace a propuestas e indignante en las formas. Había muchas dudas sobre qué iba a salir de ese encuentro y cómo iban a reaccionar los dos personajes al verse, pero lo que nadie esperaba era una recepción por parte de Trump al presidente ruso más propia de un emocionado aficionado que otra cosa. Trump le puso la alfombra roja, le recibió con palmadas, abrazos, sonrisas infinitas, confraternización sin límite y alegría plena. Recordemos que Putin, perseguido por la Corte Penal Internacional, es un dictador en su país y un agresor nato que no disimula en lo más mínimo a la hora de mantener su guerra de invasión en el exterior y sus políticas represivas en casa. Trump le obsequió incluso con un viaje en su coche oficial, el apodado como “la bestia” de tal manera que se podía ver a los dos como viejos amigos compartiendo el recorrido desde la pista de aterrizaje de la base de Anchorage hasta el punto en el que se iba a realizar el encuentro. Sólo estas escenas bastan para darse cuenta de hasta qué punto puede llegar la traición de Trump a occidente y a las libertades que son atacadas en Ucrania. Tras un encuentro de unas tres horas, menos tiempo de lo que se anunciaba, se produjo una rueda de prensa extraña en la que los dos mandatarios aparecieron sentados junto a sus asesores, con caras que lo decían todo. Trump tenía pinta de cansado y, pese a lo que es él, no estaba nada locuaz. Putin exhibía un semblante raro para el, sonriente, graciosillo, poniendo caras ante algunas de las preguntas de los periodistas, haciendo gestos de todo tipo. Se le veía disfrutando, como si del encuentro hubiera quedado claro cuáles son sus posturas y lo que Trump puede hacer para respetarlas y lo que le da igual que haga si pretende alterarlas. Pocas palabras y fin del encuentro sin ninguna conclusión clara, más allá de la confianza vista en el arranque. Para la mayoría de los analistas, la cumbre fue un fracaso para las aspiraciones trumpistas de acabar con la guerra vía cesión del Kremlin. Putin, que ya partía como ganador del encuentro por el mero hecho de que se celebrase, por la rehabilitación pública que eso le suponía, salió de Alaska con una doble sensación de victoria, que las cancillerías europeas no podían ocultar en su lamento. Para Ucrania, el gran tema sobre la mesa, no presente de ninguna manera en el encuentro, sin representante alguno, el resultado de la cumbre fue nefasto, quedando claro que su agresor tiene bastante más elaborada su propuesta y sabe lo que quiere hacer, frente a la indecisión de quien debiera ser su mayor aliado, que no deja de dar bandazos en función de los vaivenes de la pelambrera de Trump. Una cumbre de este tipo requiere mucho trabajo previo, y muy serio, por parte de niveles intermedios de las naciones que se reúnen para garantizar que el encuentro vaya a ser poco más que un par de fotos. Nada de eso se ha producido esta vez, por obra y gracia de la actual negligencia norteamericana, y por ello, el agresor es el único beneficiado de un encuentro que, visto lo visto, mucho mejor que no se hubiera producido.

A partir de ahí se ha especulado sobre posibles altos el fuego, acuerdos de paz, el papel que las “potencias” europeas pueden tener en consolidar una situación de seguridad en Ucrania, una reunión con o sin EEUU en la que sí estuviera Zelensky, etc, pero todo han sido divinas palabras en medio de unos combates constantes y una actitud rusa de troleo general. El Kremlin parece tener controlados los tiempos y la manera en la que se debe negociar con Trump, un fanfarrón arrogante al que ser adulado es lo que más le pone, y Putin, bastante más listo que él, le tiene cogida la medida. Por ahora, en agosto, Rusia ha ganado en todos los frentes posibles, y nosotros vamos perdiendo. El posterior encuentro que se dio en la Casa Blanca entre Trump y los líderes europeos merece un artículo propio, a ver si la semana que viene puede ser.

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