miércoles, agosto 20, 2025

Fuegos e ineptos eternos

Me repito hasta la saciedad. He dicho una y mil veces que no hay mayor desastre natural que un incendio forestal, por mucho que otros sean también dañinos y visualmente espectaculares. Nada destruye como un fuego, nada arrasa propiedades, enseres, vidas, infraestructuras y paisaje de una manera tan profunda y duradera como un fuego. Seguimos sin ser conscientes de ello, y lo naturalizamos, lo damos como normal, no castigamos con la dureza requerida a quienes prenden fuego al monte, no hacemos lo que es debido para evitarlos.

La previsión de ola de calor disparatada y larguísima que teníamos para primeros de agosto colocaba sobre la mesa las condiciones necesarias para que se desatasen fuegos, por lo que nadie debiera extrañarse de que se hayan producido. Necesario no es suficiente. Han tenido que jugar las tres variables que se le añaden al calor asfixiante para generar el desastre; la imprudencia, la mala suerte y la maldad delictiva. Las dos primeras son difícilmente evitables, porque errores humanos y desgracias como las provocadas por las tormentas secas son apenas imposibles de evitar. Las terceras, las maldades provocadas por sujetos odiosos que alientan sus fines particulares, económicos o de otro tipo, son las que deben ser perseguidas sin descanso, sin tregua, con el mismo afán desde los despachos judiciales con el que miles de personas se juegan su vida a diario para tratar de parar el avance de las llamas. Tengo por seguro que no se hará, que no conoceremos los partes de detenidos, que no habrá medios de comunicación siguiendo juicios en los que pirómanos son condenados a altas penas de cárcel por el enorme daño causado. No habrá nada de eso, casi seguro. También tengo claro que de este desastre, como de anteriores, como el de la DANA, volveremos a sacar la conclusión de que vivimos en un país disfuncional, un reino de taifas llamadas Comunidades Autónomas que, en general, son bastante incapaces de afrontar situaciones complicadas, y que una vez desbordadas, ni piden la ayuda debida ni, por su puesto, la encuentran en el gobierno nacional, que primero duerme, luego mira de qué color político son las CCAA afectadas y, haciendo unos cálculos sobre los votos que puede ganar o perder, actúa desganadamente para tratar de no chamuscarse. El mismo esquema que vimos en la DANA, en aquel caso con una Generalitat Valenciana inepta y un gobierno central inexistente, se ha visto en estos incendios, con el agravante técnico de que las muertes de la DANA se produjeron, casi todas ellas, durante la tarde noche de la maldita riada, y el destrozo ya era inevitable, pero aquí, afortunadamente sin un número de víctimas tan salvaje, el tiempo es fundamental para actuar y tratar de que un incendio no se convierta en un fenómeno incontrolable. Esos días en los que los que Castilla y León o Galicia no han sido capaces de atajar el fuego y el gobierno central no ha movido un dedo para actuar se han traducido en decenas de miles de hectáreas adicionales arrasadas, en pueblos que han desaparecido. En comarcas enteras convertidas en ceniza, donde antes había poca gente, algunos recursos y mucha riqueza forestal ahora ya no queda nada, ni siquiera casas en las que habitar. Cientos de kilómetros cuadrados donde residían personas mayores, abandonadas, olvidadas, se van a convertir en páramos arrasados donde ya no podrá vivir casi nadie, donde la sombra será inexistente y el recuerdo de un paisaje verde se morirá completamente en apenas pocos años, cuando los lugareños se extingan. El olvido que ya son esas comarcas se ha visto claramente en la incapacidad o indolencia a la hora de actuar contra los fuegos.

Sí, estamos, otra vez, ante un fallo de país, ante una inoperancia institucional y social, ante una batalla entre administraciones, encantadas de haberse conocido y de recaudar tributos, pero que no son capaces de actuar pase lo que pase en sus territorios porque su calculadora de votos es más importante que todo lo demás. El desastre natural es absoluto, el social enorme, el sentimental, para quienes son de allí, eterno. Para el político, regional o nacional, la oportunidad de navajear con lo sucedido vuelve a ser grande, y para el ciudadano común, se reproduce la sensación de asco y de temor, asco ante quienes nos gobiernan y temor por la evidente soledad de cada uno de nosotros ante lo que el futuro depara. Otra vez, hemos fallado como país. Otra vez.

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