Ayer, durante su ataque al hospital Nasser, en Gaza, las IDF de Israel utilizaron una táctica que Rusia ha empleado en numerosas ocasiones en la guerra de Ucrania, destinada a disparar el balance de fallecidos civiles. Se denomina “doble tap” o doble golpe, para entendernos. Se busca primero un objetivo civil, fuera de las líneas de frente de batalla, que cause daños significativos y víctimas, a ser posible más heridos que fallecidos, y se espera a que los servicios médicos o rescatadores acudan al lugar a prestar ayuda a los que allí se encuentran. Es en ese momento, en el de los auxilios, cuando se vuelve a atacar el mismo lugar y se disparan las bajas causadas.
Acciones de este tipo no son muy efectivas en lo que hace a la toma de posiciones, urbanas o de otro tipo, pero sí funcionan muy bien a la hora de conseguir dos objetivos. Matar al máximo número de personas posibles e inocular el miedo irracional entre todos los que sobrevivan. Desde el momento en el que se realiza un acto así, la pregunta que surge en muchos al día siguiente, cuando se vuelve a dar un ataque en otro punto será “¿me están esperando a que vaya a ayudar y erradicarme?” Cruz roja, sanitarios y demás personal de auxilio, así como los medios de comunicación, acuden a cada ataque porque es su obligación, y eso les pone en primera línea en caso de un doble golpe. Decidir no acudir en el rescate de alguien por miedo a ser cazado es un acto racional, sí, pero que viola la humanidad de la profesión sanitaria y deja inermes a los ciudadanos de las zonas atacadas. Es por eso que la crueldad de este tipo de acciones es conocida por todos, y denunciada día tras día por parte no sólo de la población atacada, sino por muchas voces de eso que se llamaba comunidad internacional. Voces que claman en el desierto, porque el atacante sabe de la enorme efectividad, en bajas y en moral, que le reportan este tipo de acciones. Ayer, en el segundo golpe, murieron, entre otras personas, cinco periodistas que acudieron a informar de lo que había sucedido. Ha tenido mala suerte Israel, porque lo que seguramente estaba planificado era que debían morir el mayor número de sanitarios y sin testigos, pero en el ataque de ayer la proporción de informadores muertos es salvaje. Ello ha obligado a los portavoces de las IDF a salir a dar explicaciones, ha decir que se ha cometido un error y que lo investigarán. Estas declaraciones son, obviamente, falsas. El ataque de ayer buscaba provocar la mayor de las carnicerías posibles, y en número lo logró. Era una acción perfectamente planificada, programada y ejecutada, en el amplio sentido de este último término, y se llevó a cabo con el pleno conocimiento y aprobación de los mandos militares de las IDF y de los responsables del gobierno israelí, que son en última instancia los que dirigen la guerra en Gaza. A menos de dos meses del segundo aniversario de los salvajes atentados de Hamas, la venganza ciega y el odio din fin que destila una parte extremista de Israel se ha hecho con el control de la fuerza del país y lo ha convertido en un exterminador en la franja, donde no se distingue de ninguna manera ni a civiles ni a combatientes de Hamas ni nada, sólo se busca la destrucción, el asesinato indiscriminado y la reducción de la población allí asentada a una masa informe que puede ser desplazada, aprisionada, apelmazada y eliminada sin pudor alguno. Las imágenes que llegan todos los días desde allí, sabiendo que la propaganda también está presente en ellas, son bastante claras, y muestran la muerte lenta del pueblo de Gaza y la destrucción de un espacio físico en el que no será posible que nadie habite en mucho tiempo. ¿Cuál es el último fin de las ofensivas de las IDF? No, no es rescatar a los rehenes aún en poder de Hamas, sino salvar el pellejo a un primer ministro, Netanyahu, asediado por casos de corrupción, que ha visto en la guerra la mejor de sus oportunidades para seguir en el poder y eludir su responsabilidad. Si para ello debe cometer crímenes sin cesar, es evidente que está dispuesto a hacerlo sin reparo alguno.
Toda la legitimidad que tenía Israel para responder tras los ataques yihadistas del 7 de octubre hace tiempo que ha quedado sepultada bajo los escombros y cadáveres en Gaza. La nación va camino de ser un paria internacional por el comportamiento extremista de su gobierno, y la crisis social en el país no deja de crecer. Las naciones que defienden a Israel hoy en día se cuentan con los dedos de una mano, y la destrucción de su imagen es total. El fruto sembrado por el islamismo yihadista ha devenido en árbol de odio que se expande por la región y ahoga por completo a la que fue la única democracia de la zona, ahora mismo sometida a un régimen que va camino de arrasarla, civil y legalmente. El desastre es total, absoluto.
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