viernes, febrero 05, 2021

Alivio, que no respiro

Parece que la curva afloja, que el ritmo diario de positivos sea frenado en el país y que el giro que experimentan las medias móviles es consistente. Como en otras curvas se da el principio entrópico de que es más fácil empeorar que mejorar. Destruir empleo es sencillo, crear puestos de trabajo cuesta, y por eso la curva del desempleo tiene una elevada pendiente de subida y una suave de posterior bajada. Aquí es similar, el disparo de contagios empieza siempre con fuerza y, una vez que nos alarmamos de verdad y empezamos a tomar medidas, frena su velocidad de ascenso, toca un techo y comienza a bajar poco a poco. Y entre medias, muertes.

La gestión de esta curva de positivos nos muestra, una y otra vez, cerca ya del aniversario del primer confinamiento, que hemos aprendido muy poco a comportarnos ante el virus, y que a la primera señal que vemos de aflojamiento en el ritmo de contagios nos relajamos para que la curva vuelva a, en unas semanas, a coger impulso. Desde el principio de la pandemia actuamos de manera reactiva, a remolque del virus, pero nada hacemos proactivamente, para prevenir su expansión. Quizás recuerden, entre la primera y segunda ola, la insistencia que se hizo en contar con un sistema de rastreo eficaz que permitiera saber qué personas habían estado en contacto con los positivos para trazar cadenas de contagio y establecer aislamientos preventivos que cortaran la transmisión. Todas las CCAA dijeron que iban a crear estructuras de rastreo de enormes proporciones para llevar a cabo este trabajo. Meses después se vio que nada de nada, que la tónica dominante era la de equipos pequeños, mal formados, mal pagados, cuando lo eran, que no podían seguir traza de contagio por mucho empeño que le pusieran. El sistema de rastreo fracasó por falta de medios, en definitiva, por falta de ganas de quienes debían ponerlo en marcha. Y este es sólo un ejemplo de muchos posibles sobre lo que podíamos haber hecho para anticiparnos y lo que no hemos hecho. La evolución de las curvas en las sociedades occidentales, las asiáticas son distintas y en esto nos han dado una lección absoluta, muestran que nuestro modo de vida es lo que más gasolina otorga al virus, y que tarde o temprano las crestas vuelven, pero sabiendo eso, y sabiendo que una cresta de contagios implica una cresta posterior de muertes, todos los esfuerzos debieran destinarse a atrasar ese momento de crecimiento de los contagios, a monitorizarlo en detalle, a detectar el momento en el que cambia la tendencia y vuelve a subir para actuar, si se quiere al principio de manera más quirúrgica y luego más drástica, para que esa subida sea lo menor posible, aunque sepamos que es imposible que no llegue a darse. Pero no, no hacemos nada antes para evitar el ascenso. A la mínima, desde todas las autoridades, se lanza el mensaje de que hemos ganado al virus, alguno tendrá el morro de repetirlo por tercera vez dentro de unos días, y se conmina a la población a que vuelva a la normalidad despreocupada, a que salga y gaste, y eso es la receta perfecta para que en unas semanas se vuelva a cebar la bomba. Súmenle a todo esto el efecto de variantes víricas con mayor capacidad de contagio y la posibilidad de afrontar curvas explosivas sigue estando ahí, encima de la mesa. Dado el historial de las anteriores olas, y los cantos de sirena que ya se escuchan, es probable que tengamos un febrero de descenso en la incidencia de los casos, y que consideremos ganada esta batalla cuando alcancemos cidras de incidencia tan abultadas como los 300 o 200 casos por cien mil en catorce días, como pasó en la segunda ola, y que la Semana Santa se convierta en un nuevo lugar de expansión de los contagios, y vuelta a empezar.

Sólo hay un factor que puede alterar este vaivén de curvas y fallecimientos, que es la vacunación, Cuanto más y más vacunemos el número de positivos es probable que no se vea afectado, pero sí su efecto en forma de muchas menos hospitalizaciones y muertes. Es la única manera que tenemos de ganar, esta vez sí, al virus, vista la forma en la que vivimos y la necedad con la que planteamos los sistemas de control de la enfermedad. El ritmo de vacunación sigue siendo lento, desesperadamente lento, pero cada día hay más personas inmunes. Es el clavo al que agarrarse, es la esperanza que nos puede salvar, no hay otra. Nada es más urgente y prioritario que vacunar, nada. Pero eso no es lo que piensan lo que nos rigen, y así nos va.

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