El lanzamiento del rover Perseverance de la NASA fue el último de los tres que tuvieron lugar al inicio del verano de 2020, aprovechando la ventana de lanzamientos que se produce coda dos años entre ambos planetas, que permite minimizar la distancia y coste del viaje. Las otras dos misiones, que llegaron la semana pasada, constaban de un orbitador del planeta y, en el caso de la china, un módulo de descenso que, se espera que en un par de meses, intente la odisea de posarse sobre la superficie del planeta y soltar un minirover, estilo Pathfinder de 1997, en lo que sería el primer gran paso del programa espacial chino en aquel planeta. Espero que haya suerte y lo consigan.
La NASA ya cuenta con satélites que monitorizan aquel mundo, y esta misión era, directamente, de aterrizaje. El rover, envuelto en una capsula protectora, debía llegar hasta el borde de la atmósfera marciana y, en un trayecto de siete minutos, lograr posarse, en un proceso de inserción y frenado de varias fases que debían lograr frenar su velocidad de crucero de unos 77.000 kilómetros por hora en el momento de la inserción orbital a los 3 por hora que se necesitaban para depositar con suavidad el vehículo sobre la superficie. Un enorme escudo protector para el arofrenado que protegiese a la nave de las temperaturas de la entrada, un sistema de paracaídas gigantes, para frenar algo una vez que la sonda estuviera ya en el interior de la tenue atmósfera marciana, un dispositivo con retrocohetes que debía tanto frenar al conjunto como encaminarlo hacia la posición prevista para el amartizaje, un mecanismo de cables que debía descolgar al rover desde el sistema de retrocohetes para que el posado fuera suave y el robot no sufriera la contaminación del polvo y la suciedad de los cohetes. Esas eran, esencialmente, las distintas fases previstas en la complejísima maniobra de entrada y toma de tierra, todas ellas automatizadas por completo, dado que ayer, día esperado de la llegada, la distancia entre Marte y la Tierra es de ocho minutos luz, y no hay opciones de ningún tipo para que señal alguna mandada desde aquí sea capaz de ser ejecutada en un plazo menor a ese. De hecho, cada una de las fases iba dando datos y confirmación de que se estaba produciendo a sabiendas de que, cuando aquí se empezaba a conocer que la entrada en la atmósfera era correcta el rover ya estaría sobre Marte, en buen estado o convertido en un intenso montón de chatarra. Esto hace que la tensión propia de una maniobra de este estilo se agrave porque acudimos a una especie de representación de lo hecho, una narración en diferido de un suceso ya producido. A medida que las telemetrías de la misión iban informando de la consecución de cada paso el ánimo crecía entre el personal del centro de control del JPL de Pasadena y de todos los que, desde cualquier parte del mundo, seguíamos en directo, falso como antes comentaba, lo que sucedía. Finalmente, a las 21:55 de la noche, hora española, máxima audiencia televisiva, se produjo el mensaje esperado, ese “touchdown” que viene a ser tocar suelo en guiri, con el que el propio sistema del robot informaba que estaba sobre la superficie. Una de sus múltiples cámaras envió una imagen de un suelo pedregoso tomado desde el vehículo, y los satélites de NASA que orbitan el planeta, que tenían todos sus ojos puestos en ese momento en la zona prevista de llegada, mandaron confirmación visual de que Perseverance había logrado con éxito el enorme reto que tenía por delante. Jolgorio en el centro de seguimiento, éxito y felicitaciones por un trabajo de muchos años y de miles de personas y empresas, que han trabajado en todas las fases y detalles imaginables para lograr lo conseguido ayer. El día estaba marcado y señalado desde hacía siete meses, y llegó, y el triunfo se logró.
El destino de Perseverance es el cráter Jezero, sito algo al norte del planeta, un lugar en el que las imágenes analizadas desde aquí sugieren que en el pasado muy remoto era un lago formado por la desembocadura de dos pequeños ríos, y en el que se puede apreciar un reguero de sedimentos que se asemeja a los deltas que se producen con cierta facilidad en nuestro mundo. El objetivo de Perseverance es la astrobiología, la búsqueda de trazas que permitan decir algo sobre la posible existencia de vida en el pasado remoto de Marte. A partir de ahora, durante al menos dos años terrestres si nada se tuerce, el nuevo investigador de la NASA trabajará sin descanso para desentrañar lo que pueda sobre el apasionante pasado marciano. Es fascinante.
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