Las imágenes que corresponden a la huelga de los camioneros van girando, de manera rápida, de la movilización al enfrentamiento, de la mala leche a la batalla, de la ira al destrozo. Ayer algunos desalmados quemaron algunos camiones en Alicante y casi matan a un conductor que dormía en uno de ellos. Sevilla, Almería, Santiago de Compostela, Alcobendas.. el rosario de incidentes y enfrentamientos es grande, debido tanto a una pasividad y una dejadez del gobierno, que sólo se ha decidido a actuar cuando ya hay un muerto encima de la mesa, como a unos piquetes que, no se si entienden de huelga, pero que sí conocen las tácticas clásicas de los camorristas.
Esto de los piquetes es, simplemente, vergonzoso. Con el eufemístico de “informativos” consisten en un grupo de exaltados, patrocinados y protegidos por todas las centrales sindicales, y consentidos por los gobiernos, que se dedican el día de huelga de, pongamos los camioneros, a romper lunas, apedrear vehículos y destrozar la carga, además de bloquear carreteras e impedir la circulación libre por ellas. En la huelga que nos ocupa llevamos ya un fallecido, de un piquete para más inri, un herido grave por quemaduras y bastantes a los que la fortuna les ha sonreído en la cara y les ha salvado la vida. Casos me han contado de vándalos que arrojan piedras desde puntes de autovías contra convoyes de camiones, con el riesgo que eso conlleva. ¿Por qué se consienten estas actitudes? ¿Cómo es que los gobiernos observan con “agrado” estas simples muestras de salvajismo? En este caso tres días ha tardado el Ministerio del Interior en despertarse y garantizar la libre circulación por las carreteras, pero hasta ayer la consigna oficial parecía la de dejar hacer, bloquear y destruir. Lo más curioso es que la actitud de estos filoterroristas lo único que hace es restar legitimidad y apoyos a los huelguistas, cosa que yo replanteaba desde pequeño. Es cierto que el entorno condiciona, pero en mi época de instituto en Durango, Vizcaya, se convocaban manifestaciones y huelgas proetarras bastante a menudo. La mayoría pasábamos de ese asunto, pero el día de autos allí aparecían los de Ikasle Abertzlaeak, amparados en su primo de Zumosol (padre en este caso) y te hacían la vida imposible. Las “autoridades” del instituto se cruzaban de brazos, entre resignadas y comprensivas, y bueno, había huelgas de vez en cuando. Pensaba yo, tan ingenuo como siempre, que eso era una muestra del infantil e inmaduro comportamiento adolescente, y que en la sociedad adulta, ante conflictos laborales, no pasarían esas cosas. Pues sí que pasan, y como todos somos mayores las consecuencias son peores. Y así llevamos años, con distintos intentos por parte de intelectuales y legisladores de convencer a los políticos para hacer una ley de huelga, que regule todo esto, y que una vez promulgada se aplique, claro, pero sea por una cosa o por otra todos los gobiernos se arrugan, hasta que aparecen los muertos......
Veremos a ver hasta donde llega la huelga de marras. Mañana pasaré por el supermercado para comprar algunas pocas provisiones (mucho dulce) para el fin de semana y comprobaré si las baldas están más o menos vacías. Lo que me produjo una enorme congoja ayer fue ver el derroche que todo esto provoca. Esas cisternas arrojando leche a las alcantarillas, o esas toneladas de fruta pudriéndose sin que nadie las recoja, mientras hace una semana la FAO fracasaba en su intento de solucionar esa crisis alimentaria que galopa desbocada por medio mundo. Somos tan opulentos que mostramos orgullo de ello hasta en eso. ¿Qué triste, verdad?
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