lunes, junio 02, 2008

Aún no me lo creo

Como todos los años, y bajo un riesgo de lluvia que en esta ocasión es aún más amenazante y cierto, ha comenzado la feria del libro de Madrid. Este fin de semana me he dado ya una par de vueltas por allí, con ánimo de comprar poca cosa, pero llegando a casa bastante más cargado de bolsas, papeles y folletos de lo que había planificado inicialmente. Este Sábado firmaba ejemplares Laura Gallego, a quién le dediqué el artículo del pasado Martes 27. Ha sacado un nuevo libro, y con intención de saludarla y agradecer la carta que me envió, me fui a la caseta, nuevo ejemplar en mano, a que me lo firmase.

Lo malo es que no era yo el único que tenía esa intención... la firma empezaba a las 19:30, y llegué a eso de las 19:40. Para entonces la cola ya era monumental, cercana a los 200 metros, atiborrada de seguidores de sus libros, cargados con mochilas, en las que incorporaban todos los libros que Laura lleva escritos, que no son pocos y de escasa dimensión. Me dije que bueno, un poco de cola tampoco es para tanto. Lo malo es que a los veinte minutos la fila no había avanzado nada, y empecé a preocuparme. Haciendo que la persona que me precedía me guardase el turno, avancé hasta la zona vallada y le ví a Laura firmando ejemplares, departiendo cariñosamente con el lector y, lo que más me asustó, tardando mucho por cada persona que llegaba hasta ella. Umm, mal negocio. Esto cierra a las 21:30, son las 20:30 y a poco que tarde con dada uno no llegamos, pensaba yo. De todas maneras volví a mi puesto en la cola y decidí esperar. Había llovido por la tarde y, como portador de paraguas, un nuevo chubasco podía venirme bien para que alguno se desanimase. Pero pasaba el tiempo, no llovía, y las bajas eran escasa. La fila avanzaba como en un simulacro de la operación salida de un puente, y los nervios cundían por mi zona. Junto a mi, dos chicas de unos 14 años, acompañadas de sus madres, estaban cada vez más nerviosas, y pese a que las madres intentaban desalentarlas para que se fueran de allí, una de ellas, con una imagen de devoción hacia la autora difícil de describir, se negaba. “Si nos echan, nos vamos, pero sino, nos quedamos hasta el final. Pasaron los minutos y llegamos a las 21:30, con un frío impropio de finales de Mayo. Entre deserciones y avances quedaban unos sesenta metros de cola gorda cuando nos vino uno de los representantes de la caseta diciendo que la feria se cerraba, pero que Laura iba a intentar aguantar hasta las 22:00. Gritos de júbilo, ánimo e ilusión, en medio de un espectáculo de fans en el que me encontraba algo desubicado. Tampoco quería estar mucho tiempo con ella. Sólo agradecerle su carta, comentarle algunas cosas y darle unos CDs de música antigua que le había grabado porque creo que “pegan” con sus obras. A las 21:45 nos repartieron unos postres y una caja con velas, alusivo todo ello al nuevo libro, y poco a poco avanzábamos hasta la valla, el camino soñado que daba acceso a la caseta

Y a eso de las 22:10 apareció un señor de seguridad diciendo que esto se acababa. Tristeza, congoja, e inicio del típico tumulto o discusión, sobre porque nos han dejado hasta allí y ahora no. Algunos estuvimos hablando con los de seguridad y la organización de la feria, y finalmente, y gracias a que Laura no quería irse sin vernos, accedieron a que todos los presentes pasasen. Llegué a las 22:30, y allí estaba ella, con una cara de agotamiento que expresaba a las claras lo dura que había sido la tarde noche. Me firmó el libro, le di los CDs, no pude hablar casi nada porque los de seguridad hacían correr la cola para terminar aquello, pero la actitud de esa escritora me dejó alucinado. Ni divismo, ni cólera ni nada, sino admiración hacia sus rendidos lectores. Sólo por este encomiable espectáculo de generosidad y entrega, tan poco frecuente hoy en día, mereció la pena la espera.

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