Llega el final del año, y es inevitable hacer
balance de lo sucedido. En los próximos días revistas, periódicos y otros
medios de comunicación les invadirá con listas de acontecimientos, personajes y
hechos que permitan condensar en pocos nombres todo lo que ha sucedido en un
año apasionante, voraz y, a mi entender, deprimente. Para el caso de España
habrá opiniones para todos los gustos, pero creo que el nombre que más se ha
repetido, el que más se ha escuchado en boca de todos, y el que resume
perfectamente dónde estamos y cómo hemos llegado hasta aquí es el de Bankia, el
perfecto ejemplo de nuestros males.
Le dije a mi querida ABG cuando tuve el honor
de estar unos días con ella en Madrid, a principios de año, y quedamos en Plaza
Castilla, que esa torre inclinada coronada con un osito verde se caería,
figuradamente, claro, y que su derrumbe iba a arrastrar a todo el país al fondo
de un pozo muy oscuro. Y así fue. A mediados de años las vergüenzas de Bankia
quedan al descubierto, su agujero financiero es inmenso, pero pequeño en comparación
a la mala gestión que ha tenido lugar en su seno, y su derrumbe implica que
España tenga que solicitar el rescate financiero el 9 de Junio de 2012, el día
más importante del año, y uno de los más importantes en lo que hace a la economía
nacional de todos los tiempos. Bankia estaba hecha una mierda, para decirlo en
plata, y todo el mundo lo sabía, pero nadie lo decía porque todo el mundo
estaba involucrado en la creación y gestión de ese engendro. Partidos políticos,
sindicatos, empresarios, comisionistas, arribistas, confabuladores, medios de comunicación,
grupos de interés, conseguidores…. La lista personajes que han participado a lo
largo de estos últimos años en la creación, gestión y operativa de Bankia es
tan extensa como triste, y muestra un compendio de malas prácticas difícil de
superar. En general se juntan los actos directamente delictivos, como el saqueo
de cuentas, ocultación de bienes, engaño, desvío de fondos y otras figuras
junto con la incompetencia y la desidia, hasta hacer de esa entidad un inmenso
castillo de naipes marcados, que al caerse ha arrastrado a todos los jugadores
de timba. Su derrumbe puso en ridículo a toda España a ojos del mundo, que
contemplaba con asombro y miedo como el cuarto grupo financiero del país era
una porquería quebrada sin que ninguna autoridad reguladora pública, privada o
medio pensionista hubiera advertido de nada, de ahí que sean fabricados por
Bankia los clavos con los que se ha clavado el ataúd en el que se ha enterrado
el prestigio del Banco de España, la CNMV, el gobierno y otros muchos órganos
de supervisión, control y autoridad, que han quedado muy tocados, tanto que se
ha llegado al lamentable espectáculo de que una consultora privada, Oliver
Wyman, haga el papel de estimador del estado del sistema financiero español,
dado que nada de lo que se diga al respecto tenía al más mínima credibilidad a
ojos de los que, desde fuera, nos debían prestar el dinero necesario para
rescatar esas hundidas entidades, entre las que no sólo se encuentra Bankia,
cierto, pero de las que es el buque insignia, el Titanic de nuestra banca, con
la diferencia de que el barco de Liverpool exhibía orgulloso su tecnología y
novedad, mientras que el banco madrileño era una ruinosa estructura en la búsqueda
de un tropezón que acabara con ella.
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