martes, diciembre 11, 2012

Monti en su montaña


El fin de semana tuvimos la confirmación de una de esas noticias que no pueden ser, que no deben ser, pero que son, y que como tales contribuyen a amargar la existencia a todos los que las escuchan. Tras decir que no, luego que sí y dudar durante semanas, Silvio Berlusconi confirmó que se presentará a las próximas elecciones italianas para volver a ser primer ministro, y precipitó los acontecimientos en el país de la bota. Sabiéndose rechazado por los parlamentarios afines al infame cavaliere, Mario Monti, primer ministro tecnócrata, anunció que dimitiría al aprobarse los presupuestos.

Es imposible hacer comparaciones entre uno y otro porque son los polos más opuestos imaginables, el anverso y el reverso de una moneda, que comparten figura pero que nunca se ven ni tocan. Frente al zafio, deshonesto y corrupto Berlusconi Monti es la figura del caballero andante, del serio y aburrido profesor, del sosegado gestor de cuentas, del soso albacea de la herencia. Si uno es farrandero, putero y vividor el otro representa el estilo austero, cardenalicio y hasta cierto punto asexuado. La degeneración de la vida política, civil y económica a la que llegó Italia en los últimos meses del mandato de Silvio fue inenarrable, era una sucesión de escándalos a cada cual más turbio y zafio, que empezaba a recordar las viejas historias de los nepotistas emperadores romanos y sus andanzas lúbricas en los palacetes de su propiedad. La contaminación de Silvio empezaba a afectar a la propia imagen de una Europa que tenía que sentarse a su lado, que tenía que darle la mano y discutir en persona, frente a frente, asuntos de una gravedad inmensa, a sabiendas que el interlocutor estaba pensando en quién sería la próxima “bellina” a la que pondría sus zarpas encima. Pero el movimiento que supuso la sustitución de Silvio por Mario no dejó de ser una especie de golpe de estado palaciego, que todos aplaudimos a rabiar por la repulsión que nos ofrecía la figura del saliente, pero que en sus formas y fondo era algo oscuro y hasta cierto punto peligroso. Una vez que se ha roto el tabú, ¿podría ser sustituido un primer ministro elegido por el voto popular si se portaba mal? ¿Y qué es portarse mal? Lo que hacía Silvio lo era, de acuerdo, pero ¿incumplir los acuerdos de la troika y del FMI también lo es? La personalidad del mal llamado cavaliere logró hasta enturbiar este profundo e importante debate, y es que los que señalaban los trazos oscuros de la operación Monti eran tachados inmediatamente de defensores de un sujeto tan infame como Silvio, a lo que pocos argumentos eran posibles de aportar en medio del abucheo generalizado de la claque. En su momento la jugada no me gustó nada, pero me puse la pinza en la nariz y, por lo bajito, aplaudí la caída del corrupto, en la esperanza de que Monti lo hiciera bien y de que en un breve periodo de tiempo unas nuevas elecciones ratificaran, con el voto popular, el relevo en el poder. Curiosa paradoja, porque la libertad de actuación de la que ha gozado Monto se ha debido a que no tenía que someterse al dictado electoral y, por tanto, era inmune a que los votos juzgasen su gestión, pudiendo así proponer lo que creyera conveniente para salvar a Italia del caos. Desde su montaña Mario era inmune, hasta que este fin de semana ha vuelto Silvio del averno y le ha arrojado al llano de la contienda electoral.

Monti dimite pero, ¿acepta el reto de las elecciones? Es decir, ¿optará a presentarse como candidato? Algunas fuentes dicen que así será, que está en negociaciones con grupos pequeños que le sirvan de estructura para poder presentarse, pero otros creen que no lo hará a sabiendas de que si se embarca en la campaña prometerá cosas que no puede cumplir, y si gana el mandato será más condicionado a la valoración del electorado. Mi opinión es que debe presentarse, y que si yo pudiera le votaba, a sabiendas de que en el gobierno me iba a hacer sufrir. Su cartel debilitaría a Berlusconi y, muy probablemente, le impediría ganar, y ya sólo por eso Mario volvería a hacer un favor a su país y, de paso, a toda Europa.

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