Ayer fue festivo en España, pero no en el resto del mundo.
Es más, se dio una especie de acelerón y las noticias se agolparon ante unos
informativos patrios que estaban medio de puente y en algún caso se saturaron.
No sólo tomó cuerpo la
posibilidad, tremenda, de que Berlusconi vuelva a presentarse a las elecciones
italianas del año que viene, sino que, además, Egipto dio por buena esa
frase que dice que cuando las cosas van mal sólo les queda margen para
empeorar. Disturbios,
enfrentamientos entre leales y opositores al presidente Mursi…. El Cairo
vuelve a ser escenario de graves conflictos de difícil pronóstico.
Mursi, elegido presidente por un estrecho margen de votos, y
proveniente de la facción moderada de los hermanos musulmanes, esos que dijeron
que no iban a participar en las elecciones y a los que todos creyeron, se está
revelando como un fiel seguidor de la doctrina islamista. De formas suaves, en
el fondo late bajo su figura el ansia de los sectores más radicales de
controlar el país y acallar las voces laicas que persiguen la creación de un
régimen de libertades al estilo turco u occidental. Si sus primeras medidas ya
mostraron que iba a gardar mucho más a sus votantes que al resto del país, el
proceso constituyente en el que se ha embarcado Egipto ha revelado por completo
ese deseo de islamizar la vida política, judicial y social de la nación,
haciendo de la sharia o ley islámica una fuente de legitimidad comparable a la
ley civil. Por si ello fuera poco, la promulgación de un decreto que hace
inapelables las decisiones del presidente amenaza con convertir a Mursi en una
versión islamizada de Mubarak, un autócrata a la antigua usanza pero vestido
con los ropajes de Mahoma, y fruto de una revuelta que le otorga un grado de
legitimidad superior al del antiguo mandatario, pero que su actitud ha
contribuido a vejar y a dilapidar. Así, los manifestantes que ocuparon en su
momento la plaza Tahir y acabaron por expulsar a Mubarak del poder, que en su
inmensa mayoría eran civiles laicos, ven como su revolución queda secuestrada
en manos de los islamistas, que en su momento no alzaron al voz en las
protestas, y que visto lo visto se encontraban agazapados esperando a ver cual
era el resultado de todo aquel movimiento. Por tanto, es muy comprensible la
frustración que anida en el fondo de miles de egipcios, que ven como su
transición esta siendo secuestrada. Al fondo de todo esto está el inmenso y
poderoso ejército, que durante la caída de Mubarak se mantuvo al margen,
sabiendo que si hubiera querido podría haberlo sostenido, pero consciente de
que a lo mejor no le venía mal un cambio de figura en el poder. Ahora también
el ejército tiene en su mano parte de la solución a este problema, o si quieren
verlo por el otro lado, parte de la culpa. Declaraciones de algunos miliares
muestran una aparente neutralidad, y afirman que sólo intervendrán para separar
manifestantes y evitar enfrentamientos, pero tarde o temprano las tropas
deberán posicionarse, bien a favor de los manifestantes, lo que supondría un
serio revés para Mursi y puede que le señalaría el camino para abandonar el
poder, o bien para apoyar al presidente frente a las revueltas, lo que acabaría
por entronizar a Mursi y dotarle de un poder casi absoluto. Es muy difícil
saber cual es la postura que finalmente acabará adoptando la tropa, pero es
seguro que de ella dependerá gran parte la respuesta al dilema que ahora se
plantea en las calles de El Cairo.
Y ante un viernes de oración musulmana que vuelve a
presentarse amenazador a la sombra de las pirámides, crece la sensación en
buena parte del mundo de que el proceso que se llamó primavera árabe camina
hacia un oscuro invierno si nadie logra evitarlo. Egipto atribulado, Túnez
envuelto en protestas, nadie sabe lo que pasa en una Libia dividida en
facciones rivales, y Siria ensangrentada día a día en una guerra que no deja de
agravarse sin que nada se haga para evitarlo. Décadas de dictaduras amenazan
con ser sustituidas por nuevos regímenes violentos y poco dados a las
libertades. Ojala no sea así, pero de momento todo lo sucedido me recuerda
demasiado al Gatopardo de Lampedusa, en el que algo cambiaba para que todo
siguiera igual.
La semana que viene tengo que estar todas las mañanas en un curso de trabajo fuera de la oficina y no creo que pueda editar el blog como acostumbro. No se si lo podré hacer por las tardes en el trabajo, ya os iré informando.
La semana que viene tengo que estar todas las mañanas en un curso de trabajo fuera de la oficina y no creo que pueda editar el blog como acostumbro. No se si lo podré hacer por las tardes en el trabajo, ya os iré informando.
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