Hoy se cumplen dos años de los salvajes atentados yihadistas de Hamas que causaron más de mil muertos en Israel, y del secuestro posterior de cientos de ciudadanos, tomados como rehenes por la milicia, con lo que se iniciaba el actual ciclo de terror que se vive en la franja y en toda la región. El ataque fue sorpresivo, devastador, de unas dimensiones nunca vistas en Israel. Fue el día en el que murieron más hebreos desde los de la liberación de los campos de exterminio. Un fantasma traumático se despertó en la sociedad israelí y no ha cesado, desde ese momento, de golpear con saña a todo lo que sienta como enemigo, lo sea o no.
El balance de estos dos años es desolador, y apenas mencionar algunos de sus efectos deja sin muchas esperanzas a nadie con dos dedos de frente. Gaza, la zona de la que surgieron los atacantes, se ha convertido en una escombrera debido a la invasión que han desarrollado las tropas israelíes, que no se han cortado en lo más mínimo. Decenas de miles de personas han muerto en unos combates donde la caza del islamista de Hamas o la búsqueda de los secuestrados ha mutado a un mero ejercicio de fuerza bruta sin conmiseración alguna. La franja ahora mismo es inhabitable y por ella deambulan los supervivientes sin rumbo, tratando cada día de escapar de los bombardeos. Asediados por Israel y abandonados por el resto del mundo, empezando por el conjunto de los países árabes, los palestinos han sufrido el mayor desastre en décadas por la acción combinada de los yihadistas de Hamas y el gobierno sionista de Netanyahu. Las IDF han mostrado unas capacidades enormes, y a lo largo de este tiempo han sido capaz de desarrollar ataques en hasta cinco frentes, a veces de manera simultánea: Gaza, Líbano, Siria, Irán y Yemen, dejando claro que no hay nadie que pueda hacerles frente. Irán, principal valedor de Hamas y la milicia libanesa de Hezbola, ha sido el país más debilitado por los ataques y ha perdido gran parte de su influencia en la región, y con ello la debilidad de sus proxy se ha visto muy claramente. Sólo los hutíes de Yemen se han mostrado irreductibles y capaces de hostigar a los israelíes, logrando alcanzar su territorio con misiles de una manera reiterada. También, junto con estos frentes convencionales abiertos, el gobierno de Netanyahu ha ido presionando sin cesar a la población de Cisjordania, en una campaña de enfrentamientos soterrados, alentando la violencia de los colonos y su expansión mucho más allá de lo que los acuerdos internacionales reconocían. No hay ahí una guerra como tal, pero si una presión violenta que busca convertir a esa zona en un lugar lo más hostil posible para los palestinos. Convertida en una especie de Esparta desatada, Israel ha ido dejando atrás su normalidad institucional, la propia de una democracia, para ir cayendo en un autoritarismo en el que su gobierno, presidido por el encausado en tramas de corrupción Netanyahu, apoyado en una serie de partidos extremistas, se ha lanzado descaradamente a la ejecución de una política sionista pura, ni semita, sino nacionalista integrista. Durante este tiempo algunos de los ministros del gabinete israelí han pronunciado discursos de un tono racista, supremacista, absolutamente indignos, idénticos a los que los islamistas proclaman cuando aspiran a la pureza en su región y desean acabar con el estado de Israel. El comportamiento durante estos dos años de guerra de la política y las IDF sobre el terreno ha supuesto un ejercicio de degeneración permanente hasta la pérdida completa de legitimidad que atesoró la nación hebrea cuando, hace dos años, Hamas le golpeó con una crueldad nunca vista.
Este proceso ha ido convirtiendo a Israel en un estado paria a ojos cada vez de más naciones en el resto del mundo, y la opinión pública global ha ido mutando de la solidaridad con Israel tras los atentados a una condena inequívoca de las acciones del gobierno de Tel Aviv. Hoy en día el gobierno de Netanyahu deshonra la bandera de la estrella de David y la arrastra por el fango violento causado por sus actos. Los palestinos han sido masacrados y la región, a pesar del acuerdo de paz que impulsa EEUU, el único que puede detener los acontecimientos, sólo ha visto dolor y muerte en este par de malditos años. El dominio absoluto de los extremistas en ambos bandos ha causado el mayor de los desastres, el horror sin freno.
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