“Durar menos que un primer ministro francés” es una expresión que puede acabar calando en la calle como sinónimo de brevedad, ahora que la campaña contra el azúcar sigue hostigando a los vendedores de dulces, estén o no junto a colegios, y la política francesa ha entrado en una deriva de inestabilidad impropia. Si en España el panorama político es deprimente, lo cierto es que no están las élites de París para dar muchas lecciones sobre estabilidad, mantenimiento del orden y estrategia. Antaño era Italia la que devoraba gobiernos a un ritmo casi anual, quién iba a pensar que Francia dispararía la frecuencia de sus ceses a apenas unos meses.
La espantada de Lecornou (sí, el apellido da para muchos chistes) ha supuesto el último fracaso del presidente Macron de dotarse de un gobierno tras las mociones de censura que derribaron a los ejecutivos de Barnier y Bayrou. Desde su disparatada idea de adelantar las legislativas a apenas un mes de la cita olímpica del verano pasado, todo ha sido un caos en Francia. La cámara quedó dominada por fuerzas extremistas de izquierda y derecha, y el macronismo no tiene el peso suficiente para ganar votaciones en ella. Es cierto que la constitución francesa otorga enormes poderes al presidente, elegido directamente por voto popular, y puede gobernar a golpe de decretos, e incluso impugnar decisiones que salgan del legislativo, pero una cosa es que la ley lo contemple y otra que la posición de poder efectiva del presidente lo soporte. Macron está siendo erosionado de manera determinante por el rumbo de los acontecimientos, y cada primer ministro que cae es un fuste que se derrumba de la columnata que lo sostiene. No puede aguantar mucho más en esta situación. Ha rogado de Lecornou que se lo piense y que medite sobre su renuncia, efectuada al día siguiente de haberse presentado el gobierno, y está por ver si Sebastián asumirá el sacrificio de quedarse para verse chamuscado en unos pocos meses o, directamente, le dirá a Macron que se niega a sumarse al grupo de cadáveres que salen de la Asamblea Nacional. Si decide aguantar, Macron habrá ganado algunos meses, pocos, pero sino, la decisión que le toca al presidente es profunda. Puede escoger a otro candidato, y sospecho que no habrá muchos voluntarios para el puesto. Puede lanzarse a la piscina y convocar legislativas anticipadas, repartir la baraja de los escaños y ver si se conforma una nueva mayoría estable. Los extremos claman por elecciones desde hace tiempo, conscientes de que aumentarán aún más su representación en la cámara, y quizás sea en esas siguientes legislativas, cuando se convoquen, cuando la extrema derecha de LePen alcance el número de escaños suficientes para que un primer ministro de Francia sea de su partido. Lo único que parece seguro de esas nuevas elecciones, cuando sean, es el más que probable derrumbe del partido de Macron. Una tercera opción, la más drástica de todas, es que Macron anuncie que dimite, que lo deja, y adelanta las presidenciales, un hecho que sería el gran terremoto de la política gala. Esas son las elecciones determinantes en aquel país. Siempre se ha dicho que Francia decapitó al Rey pero se quedó con ganas de tenerlo, y el presidente francés tiene un mandato poderoso sobre la nación y sus instituciones. Su figura determina todo el juego político y la llegada a ese cargo de un candidato de extrema derecha (pongamos Bardela) sería no ya una convulsión en aquel país, sino en toda la UE, donde es el equilibro entre Francia y Alemania lo que determina el rumbo de la Unión. Esa opción de presidente extremista gana enteros día a día, porque sino me equivoco, y no hay adelantos, las presidenciales serían en primavera de 2027, dentro de año y medio de manera irremediable. ¿Qué va a hacer Macron?
De mientras todo esto sucede, la economía gala sigue mostrando síntomas de estancamiento y la cotización del bono francés ha superado al italiano, hecho absolutamente histórico. Ahora mismo el bono a diez años galo cotiza al 3,5670 frente al 3,5610 del romano. Esto significa que al estado galo le sale más caro endeudarse que al italiano. Los costes de la ingente deuda francesa y la elefantiasis que vive su estado, a la que nadie se atreve a meter mano, ponen cada vez más cerca a esa nación de una posible crisis de deuda, como la que vivimos las economías del sur en 2012 2013.Algo que sigue siendo impensable para muchos, pero que ya no se mide con un cero por ciento de probabilidad. Y el caos político, evidentemente, no ayuda.
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