Si Trump quería un día a mayor gloria suyo en el que todo el mundo le hiciera la pelota no hay duda de que ayer lo obtuvo, retransmitido en directo para todos los países y con la pompa de los acontecimientos especiales. El tiempo dirá si, además de coba, Trump obtendrá una reseña en la historia por ello, ya que Oriente Próximo es un lugar tan fértil en acuerdos de paz como en violentos incendios que los convierten en nada, llevándose por delante vidas y propiedades en estallidos de ira irrefrenables. ¿Cuál será la suerte de este acuerdo extraño? ¿Logrará persistir y dar fruto?
Esta es la primera vez que recuerde que, en los tiempos modernos, la diplomacia no la ejercen los profesionales, sino una serie de individuos que están allí y ocupan poder por ser amigos y familia de otros. Los que se presentaron hace unos días en la plaza de los rehenes de Tel Aviv para anunciar la futura liberación de los rehenes no fueron embajadores ni secretarios de estado ni nada por el estilo. Hablaron Steve Winkoff, millonario y amigo de Trump desde hace años, Jared Kushner, yerno de Trump, e Ivanka, hija de Trump y esposa de Jared. En una alocución anómala, desataron la euforia de los presentes y dieron esperanza a los familiares de los rehenes, creando el caldo de cultivo para la recepción que Israel le otorgó ayer a Trump, de rendida pleitesía y agradecimiento. Frente a la figura de Netanyahu, enemigo de parte de la sociedad israelí y gobernante rechazado por los familiares de los secuestrados, Trump se erigió ayer en el salvador de Israel, en el hombre fuerte del país, en el reinante. Todo fue un despliegue del poder y la sociedad israelí como pocas veces se habrán visto. Es obvio que el ego del magnate se sentiría más que recompensado, y viendo lo que se veía tenía motivos para ello. Los rehenes vivos fueron finalmente liberados, casi dos mil presos palestinos se soltaron de cárceles israelíes y fueron mandados a Gaza, y algunos de los cadáveres de los rehenes que han fallecido durante el secuestro han empezado a ser entregados a sus familias. Los frutos directos del acuerdo de paz se produjeron ayer en medio de escenas de enorme emotividad, de gran impacto humano, y el gran rentabilizador de todo ello fue Trump, que se convirtió en el hacedor de lo que estaba sucediendo. Es cierto que quizás haya sido más relevante el enfado de Qatar tras el ataque que Israel perpetró contra su territorio y la presión del resto de monarquías del golfo a la Casa Blanca para que se produjera lo de ayer que cualquier idea surgida de Trump y de su equipo, pero por una causa o por otra el magnate se apropió de lo que estaba sucediendo y la sociedad israelí se entregó a sus brazos por completo. A los suyos, no a los de Netanyahu o a los de cualquier otro político local. En el acto celebrado en el complejo turístico egipcio de Sharm el Sheikh, Las Vegas locales, se reprodujo la entrega de todos los presentes a la figura de un Trump que lo acaparó todo, en gestos, declaraciones y cualquier otro aspecto. Todos los invitados a la ceremonia, presidentes y primeros ministros de sus naciones actuaron de una forma algo infantiloide, aplaudiendo las gracias del presidente norteamericano y dejándose dominar por sus gestos y formas. Quizás, conscientes de su pequeñez, los europeos acudieron para solamente refrendar algo en lo que no han participado y para lo que no han sido consultados, como muestra de la total irrelevancia de la UE en el mundo global, y dieron por bueno que hacer la pelota al líder puede ser la única opción que les quede para que el niño rubio no se enfade y le de una rabieta en forma de aranceles, trabas o cualquier otra medida alocada. Para los expertos en protocolo y gestos el encuentro de ayer fue un festival de obscenidades, y para los diplomáticos, la muestra clara del fin de su papel en el mundo, arrumbados por magantes, amigos y familiares, que se han convertido en los tratadistas que escriben acuerdos y se reparten botines. El nuevo mundo de hombres fuertes que establecen las reglas se escenificó ayer en la costa del mar rojo egipcio.
Sobre el acuerdo en sí, ahora viene lo más complicado, una vez puestos en libertad los rehenes. La posibilidad de que se de una paz estable en la zona es escasa, y no son pocas las fuerzas que tratan de que así sea, y está por ver como lo acordado, vago y ambiguo como poco, permite una mínima estabilidad. En todo caso hace ya algunos días que no hay bombardeos en Gaza, no mueren civiles y la situación no empeora, y eso es un avance. El futuro de la arrasada franja y de sus habitantes sigue siendo sombrío, el islamismo desquiciado no ha desaparecido y el sionismo militarmente poderoso sigue crecido. El tiempo lo dirá. De momento, Trump ya tiene la gloria a la que aspiraba, sea efímera o no.
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