viernes, octubre 03, 2025

Revuelta Z en Marruecos

Quizás recuerden como, hace pocos meses, se produjo una revuelta en Nepal, protagonizada por la juventud de aquel país. Se le apodó como revuelta Z, en alusión a la generación que la encabezaba, y era un movimiento de protesta ante el autoritarismo del gobierno y las constantes denuncias de corrupción. La cosa acabó desmadrada, con el parlamento nacional en llamas y la casa del primer ministro igualmente incendiada. Creo recordar que en uno de esos asaltos falleció la mujer del mandatario. En todo caso, el ejército tuvo que intervenir para imponer un cierto orden en el país, que se encontraba en plena anarquía,

Es distinto, pero en Marruecos también se está produciendo un movimiento juvenil de protesta que lleva ya varios días en las calles y que, poco a poco, se traduce en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y leva ya un balance de tres manifestantes fallecidos por disparos de la policía y un buen puñado de heridos fruto de cargas atropellos. La mecha que ha prendido la revuelta ha sido la muerte de varias mujeres embarazadas en un hospital de Agadir al recibir una anestesia que se encontraba en mal estado. El recorte de servicios sanitarios que vive el país se traduce en cosas como esas, y las protestas, que en principio eran localizadas y contra ese recorte, se han expandido. Otro de los motivos que está movilizando a los manifestantes es el dispendio absoluto en el que está cayendo el gobierno a la hora de invertir para el mundial de la cosa esa de pegar aptadas a un balón de 2030. Nuevos y faustuosos estadios con un coste disparatado, para el que no hay recorte alguno, conviven con la economía de un país con enormes carencias en infraestructuras, servicios sociales y todo lo relacionado con el estado del bienestar. Ver como no hay problemas para financiar un obrón relacionado con el balón pero sí una asistencia sanitaria es algo que solivianta, en Marruecos, aquí y en todas partes, y la juventud del país se ha lanzado a las calles. Debemos de tener en cuenta que la demografía marroquí no tiene mucho que ver con la nuestra. Pese a que allí también ha comenzado el frenazo a la natalidad que se da en casi todas las naciones del mundo, su población mantiene una estructura de pirámide bastante coherente, y los menores de veinticinco años son, más o menos, el 40% de la población total. La masa de gente joven en el país es enorme, sus tasas de paro elevadas, y sus perspectivas de futuro, escasas. La principal aspiración de muchos de esos jóvenes es emigrar, legal o ilegalmente. A catorce kilómetros de distancia de su país se encuentra el nuestro, la puerta de una Europa que, a pesar de sus problemas, tiene un nivel de vida inimaginable para el grueso de la población marroquí, y unas estructuras de poder democrático muy alejadas de la monarquía que rige en Rabat, donde Mohamed VI, no es listo el tío, no, pasa la mayor parte del año en su lujosa residencia parisina o en alguna de las villas de recreo que posee en África, lejos en todo caso de la vida real del país que rige con firmeza. Algunas de las promesas de apertura y democratización que la casa real ha realizado a lo largo de los años se han ido diluyendo por completo, y si bien es cierto que Marruecos no es una dictadura perfecta, no cumple los estándares necesarios para ser calificado como democracia. El control del régimen, junto con el papel de líder religioso que el monarca encarna para la creencia alauí, ha permitido que el islamismo no arraigue en el país, evitando un enorme problema que generó la guerra civil que desangró a la vecina Argelia y que ha sembrado de inestabilidad a todo el Sahel. En ese sentido el poder ejercido desde Rabat ha convertido a Marruecos en un país fiable para occidente y sus vínculos con EEUU no han hecho sino estrecharse, lo que ha supuesto un grave perjuicio para los saharauis y su causa, tradicionalmente defendida desde España, y de la que Sánchez renegó un viernes por la tarde sin dar explicación alguna al respecto.

Esa estabilidad en Marruecos es condición necesaria para que las complicadas relaciones que tenemos con esa nación se mantengan dentro de unos cauces razonables. La seguridad de Ceuta, Melilla, el estrecho y muchas otras cosas más dependen más de los designios del gobierno marroquí que de nuestras propias capacidades disuasorias, que no son tales. Vamos a ver en qué acaba esta revuelta, si es reprimida o logra ablandar las posiciones del gobierno. En todo caso, hay un magma de cólera en la sociedad del país vecino que puede llegar a ser explotado si alguien, con argumentos falaces, logra hacerse con la voz necesaria. El islamismo, que siempre está ahí, seguramente también observará con interés las protestas.

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