Ayer, un día antes de cumplir los sesenta y siete años, falleció Guillermo Fernández Vara, ex presidente de Extremadura. Tenía un cáncer de estómago que ha ido consumiéndolo a ojos vista durante los últimos tres años. Vara alcanzó el poder regional a la sombra de Rodríguez Ibarra, del que fue consejero, luego lo perdió cuando Monago, del PP, se lo arrebató en unas elecciones en las que un tal Iván redondo jugó un importante papel como asesor de los populares, y luego volvió a retomarlo al derrotar a Monago. Era la figura más conocida de la política extremeña y tenía mucho predicamento en el conjunto del país.
Ha sido una triste coincidencia que, en poco tiempo, hayan fallecido dos expresidentes autonómicos socialistas, devorados por el cáncer de una forma tan cruel como inexorable. Javier Lambán, el otro fallecido, llegó al poder en Aragón, región más poderosa que Extremadura, pero que tiene, curiosamente, menor peso en la política nacional que la sureña. Ambos expresidentes han tenido en común algo más allá de su final compartido e injusto, que es su pertenencia a un socialismo clásico que ahora mismo se encuentra en casi total retirada. Dotados de convicciones de partido, de ideología socialdemócrata profunda, combinaban la defensa cerrada de sus posturas con unos postulados generales de lo que, para ellos, era la izquierda, y la creencia absoluta en las instituciones democráticas y en el respeto a la ley. Sabían lo que pasa cuando la ley se vulnera, lo hace el más fuerte, el que puede, y se impone al débil. Procedentes de zonas de rentas bajas y de gran tradición agraria, vivieron en sus tiempos mozos lo que es que el poder absoluto de la dictadura se enseñorease de tierras, haciendas y personas. Sabían en sus carnes lo que era combatir la represión y nunca dejaron de luchar por conseguir la democracia. Encarnaban, junto con muchos otros, el espíritu de la transición, esa idea de que la reconciliación del país requiere cesiones mutuas, y que más vale que estemos todos juntos y si n que cada uno se lleve toda la razón que a la gresca desde la trinchera particular. Consiguieron, especialmente en el caso de Vara, victorias electorales absolutas, indiscutibles, y nunca dejaron de tener voz propia en un partido que les respetó mientras se respetó a sí mismo. A medida que el socialismo iba mutando en sanchismo, la presencia de barones regionales con peso y opinión propia fue vista cada vez más como un estorbo. De mientras mantuvieron cargo y poder regional, ambos alzaron su voz ante los cada vez mayores dilates que iba cometiendo el gobierno de Sánchez, especialmente en todo lo relativo a la cesión ante los sediciosos puigdemoníacos y sus aliados. Page y Lambán sí tenían en su cabeza una idea de España, de conjunto de país, y la defendían a pesar de que, desde el gobierno, para comprar su permanencia en la Moncloa, se apostara por el discurso falaz de los sediciosos. Era una situación que no podía prolongarse mucho en el tiempo, sabida la egolatría que rige en los pasillos que rodean a Moncloa, y más desde que Sánchez se encuentra en ella. La pérdida de poder que ambos sufrieron, junto con otros cargos socialistas, en las autonómicas de mayo de 2023 los llevó a la oposición en sus parlamentos regionales y, despojados del mando, al ostracismo en su organización política. Ahora el aparato sanchista podía hacerles pagar todas las declaraciones que habían realizado en contra de las decisiones de Moncloa. Ante esta disyuntiva, Lambán optó desde el principio por mantenerse en sus opiniones, sin importarle lo que eso le supusiera ante el partido. En él la enfermedad comenzó antes. Vara optó por tragarse algunas de sus palabras en el entendimiento de que la organización a la que pertenecía era más importante que todo lo que pudiera decir, pero a la vez, decidió ir retirándose de todos sus cargos, dejando paso a otros. Veía que lo que él entendía como política no era lo que ahora se lleva, en un tiempo de infantil confrontación mediática, de insultos en redes y de analfabetos opinadores que se dedican hora tras hora a repetir argumentarios de pacotilla fabricados por expertos en marketing.
Este ya no era su tiempo, y la crueldad del destino ha decidido que en él fallezcan y se vayan. Ambos han recogido unánimes mensajes de condolencia, en algunos casos bañados en hipocresía barata, especialmente de no pocos que en su tiempo fueron compañeros suyos de partido. La izquierda clásica, la de verdad, la que se preocupa por la vida de los que menos tienen, ha perdido a dos de sus grandes figuras, y el debate nacional, ya mermado hasta el extremo, echará mucho de menos a dos personajes que, desde su ideología, que uno puede compartir o no, mostraban nobleza de formas y fondo. ¿De cuántos se puede decir hoy eso?
No hay comentarios:
Publicar un comentario