jueves, junio 13, 2024

Derrota del gobierno alemán

El otro gran resultado, también previsto, de las elecciones europeas del domingo ha sido la estrepitosa derrota del gobierno de coalición tripartito de Alemania. Socialistas, verdes y liberales, que conforman el gabinete presidido por Scholtz, se han estrellado en las urnas. El claro ganador ha sido al CDU CSU, los conservadores de toda la vida, y el segundo partido más votado ha sido AfD, Alternativa por Alemania, la extrema derecha, que se ha convertido en la fuerza mayoritaria en lo que fue la Alemania del este. Viendo el mapa de los ganadores por distritos, es espectacular cómo se vuelve a crear la frontera entre las dos alemanias que se erigió tras la guerra, y que cayó con el muro en 1989.

El resultado electoral alemán tiene mucha miga, ya que ese país es el primero en la UE sea cual sea la estadística que usemos para medirlo, y sin él nada es posible en el continente. Aunque no somos conscientes de ello, obnubilados por nuestras miserias diarias, Alemania lleva varios años sumida en una crisis que se agrava por momentos y que empieza a tener un carácter estructural. Ya de antes, pero la postpandemia ha creado una realidad geoeconómica que resulta muy lesiva para los intereses alemanes. Su industria está siendo vencida en varios de sus sectores claves por la competencia china, siendo el caso del automóvil el más evidente y sangrante para el orgullo germánico, poseedor de las marcas más valiosas del mundo en este sector. El inicio de la guerra de Ucrania, que está cerca de allí, supuso un shock para toda la nación en lo mental y, de paso, el fin del barato gas ruso, que permitía un acceso a la energía en el pañis a unos precios muy competitivos, por lo que todo el sector productivo del país se “gasificó” en cuanto pudo. Acuerdo económico que, en la visión de los dirigentes alemanes, suponía estrechar los lazos entre ambas naciones de una manera en la que los sólidos intereses mutuos impedirían agresiones futuras. Es una visión que tiene bastante lógica y funcionó correctamente, generando beneficios tanto para Berlín como para Moscú, hasta que un día Putin decidió que eso no bastaba, y recurrió al uso de la fuerza bruta. Desde entonces los costes se han disparado en las empresas germanas, su competitividad ha quedado tocada y, en los mercados globales, pierde cuota de exportación. La enorme imbricación de la economía germana en el comercio global, es uno de los mayores exportadores del mundo, palanca para su crecimiento durante décadas, es ahora fuente de problemas, tanto por la reducción del peso del comercio global sobre el conjunto de la economía, eso que algunos llaman de manera exagerada “desglobalización” como el proceso creciente de imposición de aranceles y trabas que amenazan con encarecer todo lo que viene de fuera. En un mundo en el que la OMT, Organización Mundial del Comercio, no es capaz de imponer reglas y el recelo entre los bloques de naciones va a más los costes no hacen sino crecer, las ineficiencias con ellos y las fuentes de crecimiento basadas en el intercambio, secarse. Mucho más dependiente de la venta de bienes que de servicios, la economía germana tiembla cada vez que oye el término “arancel” en boca de una nación cliente o del bloque al que pertenece, como pasó ayer con la Comisión Europea, porque en Berlín saben que este tipo de iniciativas son respondidas de manera fulgurante y con no menos intensidad por las naciones a las que van dirigidas, y es la empresa propia que vende en esa nación la que va a resultar perjudicada en última instancia, y con ella los clientes allí y los trabajadores aquí. Como resultado de todo esto, la economía alemana lleva más de dos años en un estado de estancamiento, que no es recesivo, pero sí anémico, sin ir a ninguna parte. El desempleo permanece bajo, pero las perspectivas de empresas y consumidores son grises, y la sensación nacional es de decadencia, o más bien impotencia, ante lo que sucede en un mundo al que no logran adaptarse.

El gobierno tripartito ha tenido algunas iniciativas, vía gasto público, para tratar de remontar la economía del país, pero apenas han sido capaces de frenar la fuga de empresas, algunas de las cuales se han ido a EEUU al calor de las infinitas subvenciones verdes desarrolladas por la administración Biden en el marco de una orgía de deuda pública imparable. China ha logrado introducirse en algunos sectores, y en medio de todo esto la política se vuelve hostil, regada por la incertidumbre que se vive a pie de calle. Los extremistas de derechas claman por la vuelta de la gran Alemania competitiva y tienen fácil vender un discurso del que apenas concretan nada, porque nada saben. Si Alemania no arranca la UE no lo hará.

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