miércoles, junio 19, 2024

Diez años de reinado de Felipe VI

Hoy se cumplen diez años de la proclamación como Rey de Felipe VI ante el Congreso y Senado, en sesión extraordinaria. Da vértigo comprobar que la manida frase de “parece que fue ayer” se revela como cierta, por lo próximo que resulta el hecho y, a la vez, la cantidad de cosas que han sucedido y todo lo que, en casi todos los aspectos, se ha destruido en nuestro entramado institucional. Mucha de esa destrucción es culpa de algunos de los que asistían esa sesión plenaria, pero un mucho menos toda. Personajes oscuros, sediciosos y chulescos acabarían apareciendo en nuestra actualidad para condicionarla y, de paso, arruinarla.

Curiosamente, a lo largo de estos años, se ha producido un proceso inverso en lo que hace al prestigio de la institución monárquica. Al llegar Felipe coge el relevo de un Juan Carlos que abdica tras caerse el velo que ocultaba algunos de sus escándalos, y con una salud muy desmejorada, representaba a una institución que basa su existencia legalmente en la constitución pero, sobre todo, en la legitimidad de sus actos y en la ejemplaridad de los mismos. Como cargo representativo que es, la monarquía se basa en representar un papel, y debe hacerlo de la manera lo más perfecta posible para mantenerse en el tiempo. En 2014 las heridas de la crisis económica de la burbuja y la deuda soberana aún eran enormes, y la sociedad seguía golpeada por un trauma del que, creo, aún no hemos salido. La monarquía quedaba expuesta a la vista de todos con varios de sus privilegios, con escándalos de variado tipo y la sensación de haber perdido el control de sus actos. La renuncia de Juan Carlos, vista con el tiempo, era obligada, y su relevo, una pirueta arriesgada. Felipe VI tenía sobre sí la responsabilidad de mantener toda la institución por encima de lazos familiares, de amistad, de proximidad y de afecto, y si Juan Carlos contó durante décadas con el apoyo de medios y de la clase política, sabía el sucesor que la hostilidad de ambos iba a ser creciente contra su figura y lo que representa. A medida que esta década ha ido avanzando la degeneración de la política española se ha agudizado, en medio del creciente papel de los populismos estúpidos, que todo lo enfangan. El clima institucional se ha vuelto irrespirable, el interés táctico de los sátrapas que se sitúan al frente de las organizaciones políticas las ha convertido en meras cámaras de eco de la adoración debida al líder, y el enfrentamiento, que no se ha trasladado a la sociedad, se ha convertido en la norma. Y todo ello con un golpe de estado postmoderno entre medias capitaneado por los no pocos independentistas catalanes. En paralelo a esta degeneración, Felipe ha tenido muy claro que su camino era otro. Cada vez más solo, con apoyos pero no muy destacados, y enemigos en todos los lados de ese caduco espectro político que usamos para entendernos, ha ido forjando una imagen basada en la frialdad, el rigor y el desempeño de sus funciones. Ninguna queja, ninguna bronca, ningún escándalo. En este tiempo se han sucedido los juicios a su hermana Cristina y ex cuñado Urdangarín, y se han conocido muchos detalles de la relación financiera y sentimental de Juan Carlos con Corinna Larsen. Ante lo inevitable, Felipe ha optado por la separación, por dejar claro que nada de todo eso supone relación alguna con él o con su familia, habiendo roto los lazos de la misma y quedando, en la práctica, convertida en su matrimonio con Letizia y sus dos hijas. La decisión de Juan Carlos de irse a vivir a Abu Dabi fue un golpe para la sociedad, supongo que mucho más para él, pero ha dejado claro que su responsabilidad al frente del estado está por encima de todo, y también de los que comparten con el apellido. Su respuesta ante el desafío sedicioso de 2017 fue, otra vez, ejemplo de seriedad y de compromiso con los valores democráticos, cuando los ahora injustamente amnistiados demostraron hasta qué punto se puede ser traidor y delincuente.

Creo que Felipe VI ha interiorizado muy bien las lecciones de la tetralogía de la ejemplaridad de Javier Gomá. En un mundo en el que la indecencia política y el falso postureo de la mayor parte de la población lo inundan todo, él ha escogido ser juzgado por sus actos, y entre tanta mugre su actitud resulta ser aún más destacable. Hoy la monarquía cuenta con una de las valoraciones más altas de los últimos tiempos, cada acto del Rey es recibido por la población con festejo y, frente a los pitos que cosechan los políticos, su figura se agranda. Leonor, ya sucesora oficial, es cada vez más un activo de peso en la corona. Con todo en contra, Felipe VI cumple una primera década en el trono de manera triunfal, pero eso sí, a su discreta manera.

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