jueves, junio 06, 2024

Ochenta años del día D

Hoy se cumplen ochenta años del día D, del desembarco aliado en Normandía, que supuso el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial en el frente occidental europeo. A primeras horas de la mañana, casi sin despuntar aún el día, miles de soldados, subidos a lanchas de desembarco muy espartanas partieron de la flota que les había trasladado desde Reino Unido y acabaron en las playas normandas, bautizadas con nombres como Nebraska, Omaha, que han pasado a la historia. Frente a destacamentos de defensa alemanes, miles de ellos fueron masacrados, pero no pocos lograron hacerse con cabeceras en la costa y abrieron la puerta a la reconquista.

En los actos de hoy apenas asistirán testigos de aquellos hechos. El paso del tiempo y la biología son crueles, y casi todos los que sobrevivieron a la guerra han muerto, y apenas un puñado de veteranos son capaces de ver en sus recuerdos lo que pasó aquel día. Los hechos que fueron memoria se extinguen, al morir los cerebros que los alojaban, y pasan a ser historia, y es un hecho comprobado que la perdida de lo primero contribuye notablemente al olvido de lo segundo y, en parte, condena a una repetición. En los actos de hoy estará muy presente una nueva guerra en Europa, en el este, una de gran crueldad, en la que nuevamente hombres, y esta vez también mujeres, mueren en los frentes tratando de conquistar posiciones en medio de disparos, cohetes, drones y todo tipo de elementos diseñados para matar. Si algún superviviente del desembarco ha visto las imágenes que llegan de Ucrania será el más indicado para comprender lo que allí está pasando, para saber el miedo y el dolor que sufre cada uno de los que se enfrenta a la muerte en forma de enemigo. Hace ochenta años la mayor parte de los muertos acabaron en las playas, fueron no del bando nazi que defendía la costa, sino de los que trataban de conquistarla. Miles y miles de chavales nacidos muy lejos de allí, procedentes en su mayoría de una nación llamada EEUU que empezaba a ser la cabeza del mayor imperio del siglo, pero que aún no había ganado la guerra que así lo consagraría. Vieron la luz en las enormes, infinitas planicies del medio oeste del continente norteamericano, en un mundo joven, en expansión y crecimiento, donde el dolor de la depresión económica ya se había superado y la guerra era algo que contaban sus padres u otros conocidos, pero que siempre se desarrollaba lejos, al otro lado del océano que separaba a su inmensa nación de las del resto del mundo. Altos, bien alimentados, con un elevadísimo nivel de vida, esa chavalería norteamericana se enfrentaba su destino en las costas de un continente arrasado, que llevaba ya cinco años de suicidio programado, destruyendo todo lo que en su momento fue arte, creatividad, vida, futuro y esperanza. Frente a ellos, la maquinaria nazi, no la más mortífera de las viles ideas creadas para asesinar en el infausto siglo XX, creo que ese cruel mérito se lo lleva el estalinismo o el maoísmo chino, pero sí la más eficiente y sádica de todas ellas, la que mejor aunó en su diseño la psicopatía sádica y la eficacia industrial. Una nación, la más grande, avanzada y poderosa de Europa occidental, poseída por el recelo de la venganza y espoleada por el nacionalismo más sectario que uno pueda imaginar, llevaba años asesinando sin piedad y, en muchos casos, de manera industrializada, a todo aquel que se opusiera sus delirios de grandeza. En 1944 las tropas nazis ya retrocedían en el este, asediadas por el ejército ruso en lo que fue el frente de guerra más cruel y mortífero que los tiempos han conocido, pero controlaban el occidente europeo. Sólo en el Mediterráneo, con la toma de Sicilia y posterior liberación de parte de Italia, los aliados habían logrado hacer mella al imperio de Hitler, pero en la Europa central, la gran Alemania, que llegaba a todas partes, y su vasallo, el régimen de Vichy, mantenían el control del continente. Los bombardeos aliados empezaban a hacer mella a la industria y ciudades germanas, pero la capacidad de resistencia que mostraba el sistema productivo alemán ante los ataques era formidable, y sólo la conquista militar derrotaría al monstruo. Costaría aún casi un año lograrlo.

Hace ochenta años miles y miles de chavales desconocidos, algunos de los cuales aún sin tener claro qué era eso de Europa y dónde estaba, dieron su vida para que ustedes, nuestros padres, y abuelos, pudieran vivir en un continente en paz. Para que hoy, todos los que nos veamos a lo largo del día, nos conozcamos o no, estemos donde estamos, y vivamos en las ciudades en las que lo hacemos. El sacrificio de tantos permitió ganar la mayor de las guerras conocidas y liberar a Europa del yugo nazi. Ahora que nuevas amenazas surgen en el este y el ruido de la guerra resuena si uno le presta atención, la lección que nos dieron esos críos en las playas de Normandía adquiere un valor aún más inmenso si cabe. Infinitas gracias les sean dadas a ellos.

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