Dicen los expertos en armamento
que, pese a la potencia de la bomba explosionada, es muy poco probable que la
prueba nuclear de ayer en Corea del Norte corresponda realmente a una bomba de
Hidrógeno. Este tipo de explosivos es de una potencia descomunal, y para que se
hagan ustedes una idea, usan una bomba atómica convencional (de fisión) como
espoleta para arrancar las reacciones de fusión que son el núcleo de su bomba.
La prueba norcoreana alcanzó los 100 kilotones de intensidad, lejos de la
escala del megatón, que suele asociarse a las bombas H, pero una cifra
respetable, y muy superior a la de pruebas anteriores. Es evidente que los
norcoreanos progresan en su tecnología militar nuclear.
A lo largo de este agosto, con
Gibraltar ausente, ha sido Corea del Norte el origen de muchos de nuestros
desvelos, y de algunas de las caídas bursátiles. La tensión en la zona no deja
de crecer y la capacidad de raciocinio que se supone que está al frente de la
Casa Blanca añade aún más presión al asunto. Corea del Norte ha desarrollado,
en paralelo, las dos tecnologías que permiten ascender al olimpo de la
disuasión nuclear y ser considerado como potencia de primera fila. Una es la de
las propias bombas, tanto de fisión como de fusión, y su progresiva
miniaturización. Otra es la de los misiles balísiticos, conocidos por las
siglas inglesas ICBM, misiles que alcanzan cientos de kilómetros de altura
sobre la superficie y que en minutos pueden llegar a cualquier parte del mundo.
Colocar una cabeza nuclear en la ojiva de esos misiles es el paso definitivo
para ser potencia, para poder amenazar al mundo del todo. Y es obvio que Corea
camina con paso firme para lograr esa simbiosis de armamentos. La pregunta es
qué podemos hacer llegados a este punto. Puede que el programa nuclear
norcoreano hubiera podido ser detenido hace varios años, cuando aún balbuceaba
y era poco más que un reactor experimental en una central contenida y vigilada,
pero eso ya no es posible. Las diversas pruebas y exhibiciones muestras que, aunque
de una dimensión ridícula frente a los arsenales ruso y norteamericano, Pyongyang
posee capacidad de disuasión nuclear, y recuerden que “disuasión” es una manera
de decir “meter miedo”. Sí, Corea del Norte ya da mucho miedo, y a medida que
sus capacidades crecen, más. Si no hacemos nada el progreso armamentístico del
país no se detendrá, visto lo visto, y el riesgo irá a más. El problema es qué
hacer. A lo largo del verano se han publicado varios artículos que hablan de
posibles escenarios militares en un supuesto ataque norteamericano, escenarios
que acaban todos de la misma manera, con el derrumbe del régimen, pero que
plantean, también todos ellos, una guerra de enormes dimensiones, de cifras de
muertos que resultan mareantes y de riesgos geopolíticos enormes en una de las
zonas más calientes del mundo. No hay alternativas quirúrgicas ante Corea del
Norte, y todo tipo de escenario militar supone reactivar la guerra entre las
dos Coreas, que sigue en punto muerto desde los años cincuenta, y contempla a
Seúl, megalópolis surcoreana, sita a apenas 50 kilómetros de la frontera
norcoreana, como víctima potencial de todo tipo de ataques, que no requieren
gran tecnología, y que pueden causar víctimas por millares en cualquier
instante. El propio colapso del régimen de los Kim abriría un escenario difícil
de manejar, y con China al otro lado de la frontera una posible Corea
reunificada, aliada de EEUU, sería algo insoportable para el gobierno de
Beijing. Muy resumidamente, una guerra en la zona sería una catástrofe, de
dimensión difícil de estimar, pero una catástrofe en todo caso.
Si no hay guerra, ¿qué hacemos?
Las sanciones económicas han funcionado ante otros regímenes, piénsese en Irán,
pero Corea parece inmune a ellas porque a Kim y los suyos les da igual que su
aplastado pueblo se muera o no. ¿Habría
que negociar directamente con el régimen? Su poder, su disuasión, le otorgan
carta de legitimidad para formar una mesa en la que Kim se siente de tú a tú
con el resto de potencias? A medida que el poder militar crece este escenario
toma más fuerza y, a la vez, se convierte en más siniestro, dado que no deja de
ser un aliciente para aumentar aún más la carrera militar norcoreana. Lo cierto
es que no veo buenas soluciones a este problema que no deja de crecer.
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