Día a día comprobamos los males
que genera el nacionalismo en nuestras vidas, cómo puede envilecer relaciones y
generar distancia entre semejantes, agriándolo todo. En España sabemos mucho de
esto, y muy bien lo ha escrito estos días Jose
Ignacio Torreblanca al respecto de tres nacionalismos excluyentes que han
brotado con fuerza en nuestro país, y cada uno de ellos ha generado dolor y
miedo. El primero ya mostró exactamente todo lo malo que podía tener una
ideología, y los siguientes, a escala, han ido reproduciendo esa vileza. Triste
historia. Pensábamos que países como EEUU estaban libres de esa plaga, pero comprobamos
día a día que eso no es así, y créanme que el daño que me produce verlo es muy
intenso.
El discurso de Trump, ese falso
“America first” que esconde un “somos mejores que los demás” apela a la raíz
nacionalista de un país definido, paradojas de la vida, por acumulación de
inmigrantes. Los norteamericanos son de todas partes, salvo de EEUU, dado que
los nativos originarios fueron prácticamente exterminados (y por cierto no por
Colón o los españoles, sino por los anglosajones). Muchas de sus medidas buscan
crear una fractura en la sociedad entre unos y otros, buscando grupos sociales
a los que acusar de los problemas que vive el país. ¿Que el paro es alto en
estados industriales en declive? Los inmigrantes son los culpables, así de
falso y sencillo. Un discurso de fácil tragadera para poblaciones necesitadas
de causas sencillas que expliquen su mala situación. Un desastre. La última
medida de este tipo, adoptada ayer, es, si quieren, aún más injusta, dado
que supone el bloqueo durante seis meses, con vistas a su desaparición, del
DACA, un programa legal que amparaba la situación de los inmigrantes
ilegales que, llegados a EEUU siendo niños, algunos casi bebés, han
desarrollado toda su vida en el país y ahora, en edad universitaria, forman
parte del futuro de la nación. Se les apodó en su momento como “dreamers”,
soñadores, porque llegaron para formar parte del sueño americano y, frente a
las escasas oportunidades que habrían tenido sus vidas fuera, muchos han
logrado estudios y son una fuerza laboral e intelectual enorme. Suponen casi un
millón de personas, y encarnan como pocos los valores no ya del sueño americano
en abstracto, sino sobre todo del ideal bajo el que se ha construido aquella
nación, el de la búsqueda individual del triunfo, el del mérito por encima del
apellido, el origen o la condición social. La valía frente a todo lo demás. Y
ahora, precisamente desde la más alta instancia del poder del país, que debe
entre otras cosas encarnar y velar esas esencias del “sueño” americano, se
toman decisiones que son una pura pesadilla. Básicamente Trump ha pasado el
marrón del DACA al Congreso, y le ha dado seis meses para que decida, a
sabiendas de que no hay consenso al respecto y esperando que esa falta de
acuerdo le de la excusa para, pasados los meses, firmar la derogación del
programa alegando que el legislativo no le ha permitido hacer otra cosa. Pónganse
en la piel de esos cientos de miles de personas, muy jóvenes, que no han
conocido en su vida otro país salvo EEUU, que su infancia y juventud ha
transcurrido allí, y que ahora se enfrentan a una posible expulsión hacia
naciones de las que oyen hablar en casa, pero de las que no saben ni sienten
nada de nada. Es desolador. Y pónganse en la piel de sus padres, de sus
familiares, que salieron corriendo de esos países en busca de un futuro que, o
la economía o la política de aquellas naciones se lo negaban. Que llevan años
instalados en EEUU y que han criado a sus hijos allí, haciéndoles sentir parte
de la nación en la que viven. El trauma familiar que puede suponer la expulsión
se medirá en desgarros, separaciones, traumas y frustraciones por doquier.
Amparar a esos soñadores es hacer realidad los principios fundacionales de
EEUU. Expulsarlos es una medida tan injusta como cruel, y sólo generará dolor.
Pero, además de todo esto, es una
decisión económicamente muy ineficiente. Durante estos días la mayor parte de
ejecutivos de grandes empresas norteamericanas, especialmente las del sector
tecnológico, han pedido con fuerza que el DACA se mantenga, y que no se expulse
a nadie. Ellos son los primeros que saben que la fortaleza de sus empresas está
en que los mejores del mundo trabajen en ellas, en atraer a la brillantez para
que colabore. Saben que cerrar fronteras, expulsar, echar, es el camino a la
pobreza, a perder capital humano, inteligencia. Nada hay que permita defender
esta medida de Trump que, nuevamente, se convierte en el peor enemigo de la
nación que, presuntamente, dice dirigir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario