Si la noticia que les comentaba
ayer, el asesinato de la cooperante Lorena Enebral no acaparó las portadas
debidas, ni les cuento la de hoy, que también las merece, por motivos muy distintos.
Y es que uno se da cuenta del ombliguismo internacional en el que vivimos
cuando se hacen algunos números. En el sudeste asiático vive más de la mitad de
la población mundial. Naciones como China, Indonesia, Tailandia y todas las que
allí se encuentran reúnen a miles de millones de personas, dejando las cifras
de población de occidente convertidas en algo más que un ajuste de redondeo,
pero no mucho más. Y apenas nada de lo que allí sucede llega hasta nosotros. Es
curioso y, también, injusto e irreal.
La
crisis rohingya que se vive ahora mismo en Myanmar, antigua Birmania, es muy
grave, tanto por el hecho mismo de lo que está sucediendo como por sus
consecuencias y las decepciones que genera. Los roghingya son una minoría
musulmana asentada en el norte de Birmania que, desde hace un tiempo, está
siendo perseguida por las autoridades birmanas, que profesan el budismo como
religión, creencia esta mayoritaria en aquel país. Lo que empezó hace unos
meses como acoso se ha transformado en una campaña de hostigamiento hacia esa
población que ha hecho que unos trescientos mil roghinya huyan del país
buscando efugio. Casi todos ellos han acabado en el vecino Bangladesh. Los
testimonios de los huidos hablan de ejecuciones, violaciones, torturas y todo
tipo de afrentas contra los derechos humanos, en lo que parece la ejecución
planificada de una campaña de eliminación de la comunidad por parte de las
autoridades birmanas. La ONU, que lleva un tiempo intentando que la comunidad
internacional se fije en este asunto, sin éxito alguno, empieza a hablar ya
directamente de “limpieza étnica” término que es en parte un eufemismo creado
durante las guerras de los Balcanes para no usar la palabra genocidio, pero que
podemos entender perfectamente. Se estima, según leo, porque poco se de esto,
que los rohginya son poco más de un millón de personas, por lo que esa cifra de
huidos de Birmania representa cerca de un tercio del total de su población. A
este ritmo, bien por eliminación o por escapatoria, el gobierno de Rangún va a
lograr su objetivo de deshacerse de este grupo de personas en un breve plazo.
¿Y qué dice el gobierno birmano? Aquí viene una de las derivadas más amargas de
todo este asunto, triste de por sí. Birmania ha tenido gobiernos militares
durante los últimos años, y fue fruto de una revuelta popular la vuelta de un
régimen democrático al país. Esa revuelta tuvo una líder visible, Aung San Suu
Kyi, una mujer de aspecto frágil de pero de profunda convicciones, que logró
llevar la libertad a su país y fue galardonada en su momento con el Nobel de la
Paz. Actualmente Aung preside el gobierno birmano, y por tanto se encuentra al
frente de las acusaciones de genocidio que se lanzan contra él. Una cruel
paradoja sería que una premio Nobel fuera la mano rectora de este genocidio que
se comete contra los roghinya. A medida que han pasado los meses, y las
denuncias de lo sucedido se volvían cada vez más veraces, la comunidad
internacional ha ido pasando de la negación al asombro y la decepción. A todas
las acusaciones el gobierno de Ang se ha escudado en la política de seguridad
del país y en la defensa frente a las acciones terroristas roghinyas, que no se
si existen o no, pero en todo caso no justificarían nunca una actuación
sectaria sobre el conjunto de toda la población. Aung se muestra esquiva,
recelosa y no comparece. Y su silencio clama, avergonzando la imagen del Nobel
y dejando a muchos sumidos en la más absoluta de las decepciones.
Muchas son las cosas que juegan
en contra de los roghinyas, tanto la eficacia del ejército birmano como la
determinación de sus autoridades, encabezadas por Aung, que al parecer ha caído
bajo el reverso tenebroso de la fuerza, si me permiten el símil, quizás no muy
adecuado en este contexto tan serio. Pero lo es más lesivo para ese pueblo
perseguido es la indiferencia del resto del mundo ante su tragedia, el absoluto
desconocimiento de lo que allí está pasando y la, de momento, total
indiferencia del resto del mundo ante su suerte. Esta opacidad informativa es
la que ampara la desgracia rohginya, y que se hable del tema y se conozca puede
que sea, quizás, la única manera de detener el exterminio que sufren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario