miércoles, septiembre 13, 2017

La represión de los Rohingya

Si la noticia que les comentaba ayer, el asesinato de la cooperante Lorena Enebral no acaparó las portadas debidas, ni les cuento la de hoy, que también las merece, por motivos muy distintos. Y es que uno se da cuenta del ombliguismo internacional en el que vivimos cuando se hacen algunos números. En el sudeste asiático vive más de la mitad de la población mundial. Naciones como China, Indonesia, Tailandia y todas las que allí se encuentran reúnen a miles de millones de personas, dejando las cifras de población de occidente convertidas en algo más que un ajuste de redondeo, pero no mucho más. Y apenas nada de lo que allí sucede llega hasta nosotros. Es curioso y, también, injusto e irreal.

La crisis rohingya que se vive ahora mismo en Myanmar, antigua Birmania, es muy grave, tanto por el hecho mismo de lo que está sucediendo como por sus consecuencias y las decepciones que genera. Los roghingya son una minoría musulmana asentada en el norte de Birmania que, desde hace un tiempo, está siendo perseguida por las autoridades birmanas, que profesan el budismo como religión, creencia esta mayoritaria en aquel país. Lo que empezó hace unos meses como acoso se ha transformado en una campaña de hostigamiento hacia esa población que ha hecho que unos trescientos mil roghinya huyan del país buscando efugio. Casi todos ellos han acabado en el vecino Bangladesh. Los testimonios de los huidos hablan de ejecuciones, violaciones, torturas y todo tipo de afrentas contra los derechos humanos, en lo que parece la ejecución planificada de una campaña de eliminación de la comunidad por parte de las autoridades birmanas. La ONU, que lleva un tiempo intentando que la comunidad internacional se fije en este asunto, sin éxito alguno, empieza a hablar ya directamente de “limpieza étnica” término que es en parte un eufemismo creado durante las guerras de los Balcanes para no usar la palabra genocidio, pero que podemos entender perfectamente. Se estima, según leo, porque poco se de esto, que los rohginya son poco más de un millón de personas, por lo que esa cifra de huidos de Birmania representa cerca de un tercio del total de su población. A este ritmo, bien por eliminación o por escapatoria, el gobierno de Rangún va a lograr su objetivo de deshacerse de este grupo de personas en un breve plazo. ¿Y qué dice el gobierno birmano? Aquí viene una de las derivadas más amargas de todo este asunto, triste de por sí. Birmania ha tenido gobiernos militares durante los últimos años, y fue fruto de una revuelta popular la vuelta de un régimen democrático al país. Esa revuelta tuvo una líder visible, Aung San Suu Kyi, una mujer de aspecto frágil de pero de profunda convicciones, que logró llevar la libertad a su país y fue galardonada en su momento con el Nobel de la Paz. Actualmente Aung preside el gobierno birmano, y por tanto se encuentra al frente de las acusaciones de genocidio que se lanzan contra él. Una cruel paradoja sería que una premio Nobel fuera la mano rectora de este genocidio que se comete contra los roghinya. A medida que han pasado los meses, y las denuncias de lo sucedido se volvían cada vez más veraces, la comunidad internacional ha ido pasando de la negación al asombro y la decepción. A todas las acusaciones el gobierno de Ang se ha escudado en la política de seguridad del país y en la defensa frente a las acciones terroristas roghinyas, que no se si existen o no, pero en todo caso no justificarían nunca una actuación sectaria sobre el conjunto de toda la población. Aung se muestra esquiva, recelosa y no comparece. Y su silencio clama, avergonzando la imagen del Nobel y dejando a muchos sumidos en la más absoluta de las decepciones.


Muchas son las cosas que juegan en contra de los roghinyas, tanto la eficacia del ejército birmano como la determinación de sus autoridades, encabezadas por Aung, que al parecer ha caído bajo el reverso tenebroso de la fuerza, si me permiten el símil, quizás no muy adecuado en este contexto tan serio. Pero lo es más lesivo para ese pueblo perseguido es la indiferencia del resto del mundo ante su tragedia, el absoluto desconocimiento de lo que allí está pasando y la, de momento, total indiferencia del resto del mundo ante su suerte. Esta opacidad informativa es la que ampara la desgracia rohginya, y que se hable del tema y se conozca puede que sea, quizás, la única manera de detener el exterminio que sufren.

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