Como
un huracán de categoría cinco pasó ayer el nacionalismo por el parlamento
catalán. Con la furia desatada de su ceguera derrumbó las protecciones
normativas y formales y convirtió la cámara en un guiñapo, en restos derruidos
de lo que fue un parlamento democrático. Ponencias, debates, argumentaciones,
yacen ahora sobre el suelo de la cámara, pisoteadas, rotas como restos dejados
por un vendaval que ante nada se detiene. Ayer la democracia sufrió el embate
de una tormenta que posee un único ojo, centrado obsesivamente en la
superioridad de los suyos frente a los demás. Hoy es día de balance de daños,
muy cuantiosos y extensos, en la democracia y legalidad.
De
igual manera, y sin metáforas, Irma avanza descontrolado por el Caribe. Era
el nombre que le tocaba a la tormenta, y ya forma parte de la historia de la
meteorología. Un tamaño similar al de la Península Ibérioca, vientos sostenidos
de 280 kilómetros por hora, categoría cinco desde hace un par de días,
presiones en el ojo del entorno de los 920 Hectopascales, cifras monstruosas
para un fenómeno de la naturaleza que resulta bello y espectacular contemplado
a distancia, pero que es lo peor que le puede suceder a cualquier lugar por el
que pase. Hay todavía bastante confusión sobre los efectos de la tormenta en
las zonas por las que ya ha transitado. Barbudas y las Antillas menores ya han
sido golpeadas, y más allá de los balances ficticios que ayer circulaban por
internet, los daños aparentan ser inmensos, y es más que probable que el número
de muertos no sea pequeño. A estas horas sobre Puerto Rico ha debido pasar lo
más intenso de la tormenta y es República Dominicana, en la zona norte de
Puerto Plata, la que debe estar empezando a recibir el golpe de viento, lluvia
y mar que está asociado a Irma. Estos son los tres peligros que arrastra el
huracán, principalmente el viento desatado y las lluvias torrenciales, pero el
efecto de su paso sobre la costa se acentúa por dos factores adicionales. Uno
es el obvio, el oleaje causado por el vendaval y la mar de fondo, que puede ser
difícil de imaginar, pero otro, muy grave, viene derivado de la llamada marea
ciclónica, que no es sino la elevación del nivel del mar ante la bajísima presión
que alcanza el huracán. En condiciones normales el peso del aire sobre el mar
lo mantiene a una altura uniforme, y cuando hay anticiclones potentes, ese
mayor peso provoca una compresión sobre el agua, que baja de nivel, mostrando
algunas veces zonas cercanas a la costa que habitualmente suelen estar
cubiertas. Es un fenómeno que se suele dar, por ejemplo, en el Mediterráneo en
el entorno de Enero Febrero. La inversa también es cierta, una baja presión
retira peso al agua y esta se expande, aumentando el nivel del mar sobre lo que
sería su altura normal. Presiones tan bajas como las de Irma acentúan este fenómeno,
y se habla de hasta tres metros lo que puede llegar a subir el nivel de las
aguas al paso de la tormenta. Súmenle a ello el oleaje y la cantidad de agua
que fluye al mar de golpe producto de las intensas lluvias caídas en el entorno
y tendrán un panorama que se asocia bastante bien a lo que entendemos por
catastrófico. Si unas infraestructuras modernas como las nuestras sufrirían
sobremanera ante una tormenta de estas dimensiones y potencia, piensen ustedes
en las casas de los que viven en las zonas afectadas, a veces endebles, en
ocasiones precarias, que no necesitan un gran temporal para mostrar su
endeblez. Los complejos hoteleros de las costas servirán para guarecer a los
turistas que aún los llenan, pero también serán dañados por un fenómeno que está
en lo más alto de las escalas de intensidad diseñadas para medir sucesos de
este tipo. Irma ya ha hecho historia, esperemos que su balance no sea tan
devastador como sus dimensiones.
Hay una diferencia obvia entre
estos dos destructivos fenómenos. Irma es producto de la naturaleza y nada se
puede hacer para evitarlo, mientras que el nacionalismo es un exclusivo fruto
de nuestras mentes e ideologías, y sólo nos corresponde a nosotros la culpa de
sus desmanes. Sin embargo, ante ambos problemas, la táctica de la huida es muy
común, huida forzosa ante la tormenta, a veces casi tan obligatoria cuando el
nacionalismo se convierte en excluyente y opresor, paso previo a su expresión
violenta, de la que por desgracia tanto sabemos en España. Irma pasará, y dejará
un rastro de dolor y destrucción. El nacionalismo catalán muy probablemente no
consiga sus objetivos, pero dejará así mismo un rastro de daños en la sociedad
sobre la que ha actuado. Ambos casos duelen.
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