Todos somos hipócritas alguna vez
a lo largo del día. Nos callamos por beneficio o interés ante situaciones que,
vistas desde fuera, denunciaríamos sin dudar. Sucede en el plano personal, en
el profesional y en todo tipo de instancias y niveles. A medida que uno tiene
más poder, por tanto intereses, y más cosas que arriesgarse a perder, esa
hipocresía va en aumento, y puede alcanzar cotas de cinismos absoluto si nos
encontramos ante naciones como Arabia Saudí, de la que dependemos todos los
días, a todas horas, cada vez que arrancamos nuestro coche o cogemos un avión.
Y eso hace que traguemos con sus infames comportamientos.
En un gesto de magnanimidad del
soberano de aquel país, lleno de príncipes soberanos, se
va a cambiar la legislación para que, a partir del año que viene, las mujeres
puedan conducir. Sí, sí, suena a broma, mala, pero es cierto. Araba Saudí
es uno de los países más rigoristas del mundo en la aplicación de la ley
islámica. Es suní, que suele sonar a moderado frente a chií, pero lo que tiene
de moderado el régimen de los Saud es lo que yo tengo de belleza apolínea. El
reino se creó en el siglo XIX mediante un acuerdo entre una de las tribus que
peleaban en las arenas de la península arábiga, la de los Saud, y un imán
extremista, Wahab, impulsor de una doctrina que no dejaba respirar a nadie por
su férreo control vital y su concepción del islam como un todo. Los Saud
pusieron el brazo militar y Wahab el de la fe, y derrotaron juntos al resto de
tribus, unificando el territorio, en el que se encuentran, no es detalle menor,
los lugares santos de Medina y La Meca. El hecho de que se descubriera petróleo
en aquel país, de inmensa calidad y muy superficial, lo convertiría a lo largo
del siglo XX en la “gasolinera” de occidente y en el gestor de los precios de
una materia prima esencial (pruebe a no llenar el depósito y pregúntese para
qué sirve su coche). De mientras todos nos llevábamos de cine con los Saud,
estos hacían lo que les daba la gana. Por un lado, derrochaban la fortuna del
petróleo, mediante un nivel de lujo y ostentación tan obsceno como cutre, y por
otro extendían la influencia de su visión islámica por todo el mundo. El
wahabismo, que así se llama actualmente, alimentado por el flujo infinito de
dinero que surge de Riad, ha construido mezquitas y escuelas coránicas en todo
el mundo, la de la M30 de Madrid sin ir muy lejos, y está en la base de la
mayoría de movimientos terroristas yihadistas. Ofrece una visión de la vida
cerrada, pura, discriminatoria, en la que los creyentes, hombres, son puros, y
los demás, impíos. Para la mujer el wahabismo es una pesadilla casi
inenarrable, que deja a series como la de “El cuento de la criada” convertidas
en duros alegatos feministas. Su existencia se consiente básicamente por la
necesidad de reproducir la especie, pero carece de derechos de todo tipo, forma
de expresión e, incluso, aspecto, dado que debe de ir siempre cubierta. El
grado de esclavitud que soporta es tan infame como difícil de imaginar. Existe
en Arabia Saudí una llamada “policía de la moral” que se encarga de hacer que
se cumplan los preceptos wahabíes y que nadie los eluda, sea hombre o mujer.
Esa policía posee armas y puede utilizarlas, y normalmente lo hace. Esto
convierte a ese lugar en un sitio paranoico, que no llega al nivel de Corea del
Norte dado que no está aislado del exterior, pero que ciertamente se le parece.
La cuestión de la conducción de las mujeres ha sido vista como una anécdota por
parte de muchos occidentales, y lo sorprendente de la prohibición ha logrado
llamar la atención de la comunidad internacional y. así, suscitar algo de presión.
Pero no nos engañemos, una mujer allí lo tiene prohibido todo. Todo. Y dudo que
su vida diaria sea muy diferente, en cuanto a derechos, de lo que lo era la de
un esclavo en la época romana. Es nauseabundo. Y callamos.
¿Cómo se arregla un problema así?
Sólo se me ocurre una manera. Cada vez que un coche eléctrico sale a la calle y
uno de gasolina no lo hace le estamos quitando poder a los príncipes que viven
sobre el recurso del crudo. Sólo la tecnología, capaz de desarrollar y
optimizar nuevas fuentes de energía, es capaz de cambiar las relaciones de
poder e influencia entre naciones. Los Saud, sin el petróleo, volverían a ser
lo que eran en el siglo XIX, nada. Y la sociedad saudí, que ya empieza a ver
sombras en su futuro, podría cambiar por completo tras la pérdida de poder del régimen
dominante. Pero no esperen alteraciones bruscas. De momento todos necesitamos
que, al girar la llave, un motor de explosión se ponga en marcha, ¿verdad?.
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