Apple ha logrado el sueño
codiciado por toda marca y empresa. No tener clientes, sino fieles. Adoradores
que acuden a las tiendas de la manzana como si fueran creyentes de una religión
verdadera, en la que la manzana mordida equivale a la cruz cristiana y el
recitar de las características de los dispositivos se equipara al rosario o las
plegarias musulmanas. Sus eventos y presentaciones se convierten en noticia por
sí mismos, y como tales son tratados por los medios de comunicación, proporcionando
así publicidad gratuita a la marca, y aumentando aún más su estatus. Cada nueva
presentación de la marca es una transfiguración, con un Steve Jobs que está en
los cielos “amanzanados”.
Esta
semana la empresa de Cupertirno ha presentado, desde su nueva, inmensa y
apabullante sede, los nuevos modelos de sus productos, lo que se resume prácticamente
en el Iphone X, dado que el terminal supone la gran mayoría de sus ventas e
ingresos, en los que las gamas de ordenadores van decayendo poco a poco, como
sucede con el resto de marcas, las tabletas aguantan ventas pero no crecen y el
negocio de la nube y el streaming sigue creciendo con ganas. Lo más destacado
del nuevo Iphone no son sus especificidades técnicas, de las que además, como
no soy un gran experto, poco podría decirles, sino su precio. 1.159 euros es el
precio por el que se va a vender este modelo, se supone que el de máximas prestaciones
y categoría dentro de la amplia gama de configuraciones posibles. Ese precio es
igual, o superior, al de algunos portátiles de la marca y de la competencia,
equipos de muy alto nivel y grandes prestaciones. Ese precio supera, en algunos
casos por mucho, la nómina mensual de muchas personas en España, y es
disparatado desde todo punto de vista. ¿Cuesta un Iphone semejante barbaridad?
Ni muchísimo menos. ¿Lo vale? Tampoco. La inmensa mayoría de los usuarios puede
realizar todas sus acciones del día a día con su Smartphone con modelos cuatro
veces más baratos. Pero lo más asombroso de ese precio, desorbitado, no ha
llegado aún. Lo veremos cuando se ponga a la venta, y haya colas de gente
dispuesta a pagar semejante barbaridad por el cacharrito de marras. Apple es
muy lista, y sabe que ponga el precio que ponga sus Iphones se van a vender,
por lo que ha decidido subir la apuesta y ganar lo máximo posible a través de
dispositivos que tienen un precio tan prohibitivo como, se supone, nivel. La
venta de cada uno de esos modelos le puede generar unas ganancias equivalentes
a cuatro o cinco veces la de un modelo medio de la competencia, por lo que sabe
la manzanita que no le importa vender menos que otros, dado que lo que busca es
ser el que más gane, que de eso se trata el negocio. A partir de ahora, la
marca lo que va a buscar es convencer al cliente de que necesita ese modelo,
que esos más de mil euros no son un gasto superfluo, sino algo plenamente
necesario, trascendente, vital. No se puede vivir sin el nuevo Iphone X, y a buen
seguro que Apple lo conseguirá, porque para eso son unos genios del marketing.
Y como triunfe veremos al resto de marcas punteras del sector disparar los precios
de sus equipos de gama alta, compitiendo al alza en un movimiento extraño,
irracional, pero que se da muchas veces. Ojalá no, pero los mil euros puede que
no sean ya sólo el soniquete de la lotería de Navidad, sino también el precio
de acceso a la exclusividad móvil, a la ostentación, a la conversión de un teléfono
en un accesorio de lujo, destinado más a la exhibición que al uso.
Y es que es obvio que el que se
gaste ese dineral en ese móvil lo va a enseñar dónde y cómo pueda. El lujo se
muestra, se hace ostentación de él, porque es una señal de distinción.
Enseñarlo será una forma de decir “estoy forrado y tú no” “tengo nivel y tú no”
y cosas por el estilo, que son absurdas, pero que funcionan desde la edad de
piedra. La moda, complementos, bolsos y otros muchos artículos funcionan así,
como objetos de alardeo, como plumas de cola de pavo real, que no sirven para
nada salvo para presumir y dejar claro al resto quién es el más chulo de la
pradera. Quién se lo iba a decir a los franceses, reyes del negocio del lujo,
que unos americanos les iban a dar lecciones y crear un nuevo tipo de producto
en el que las reglas de la ostentación fueran las únicas con validez. Más que
curioso.
Me cojo unos días de vacaciones,
con una pequeña excursión a Francia y luego unos días en Elorrio. Si todo va
bien, el siguiente artículo será el miércoles 27 de septiembre. Sean felices y
abríguense, este finde, no se si con los Stark, llega el frío.
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