Diríase
que, a efectos económicos, Latinoamérica es algo parecido al caribe a la hora
de generar tormentas y huracanes, o al Pacífico cuando hablamos de tifones.
Provocados en este caso por la mano del hombre, peo con una capacidad de
devastación mucho más extensa y profunda que los desastres naturales, la
penuria económica y el descontrol de sus variables que viven varias de esas naciones
le deja a uno asombrado. No sólo por la magnitud de los daños, en forma de
pobreza y desarraigo social, sino por la reiteración de errores que, año tras
año, generación tras generación, impiden a esas naciones salir del pozo de la
crisis. Con lógica muchos de sus habitantes dejan su tierra en busca de
prosperidad y se crean los problemas migratorios que conocemos.
Argentina
es el caso perfecto de desastre que no deja de reiterarse. Cada no muchos años
su economía, simplemente, colapsa, hasta un punto en el que no seríamos capaces
de imaginar, que deja nuestras pesadillas de la crisis de 2008 – 2013
convertidas en meras sombras ante el desastre que se vive en la orilla sur del
Río de la Plata cuando las cosas se ponen serias. País riquísimo, lleno de tópicos
y recursos para poder vivir de ellos, su economía depende en exceso de las
exportaciones de materias primas, especialmente minerales y productos
agropecuarios, en unos mercados en los que no controla el precio al que es
capaz de colocarlos. Su moneda, el peso, es débil por naturaleza y el argentino
de toda la vida trata de ahorrar en dólares a sabiendas de que, tarde o
temprano, allí normalmente muy temprano, se producirá un corralito que
destruirá sus ahorros en la moneda nacional. Los intentos por anclar el peso al
dólar, la llamada convertibilidad, fracasaron en el pasado, porque la fortaleza
de la economía norteamericana nada tiene que ver con la que se rige, es un
decir, desde Buenos Aires, y tarde o temprano ese anclaje o referencia fijada,
revientan. Para que se hagan una idea, y a escala, es lo que le sucedía a la
peseta española frente al marco alemán. Se buscaba no tener que devaluarla,
pero cuando venían mal dadas la moneda débil, la nuestra, se tenía que abaratar
para poder amortiguar el impacto de las crisis locales. Sólo hemos logrado
vivir con una moneda fuerte, el euro, una vez que hemos cedido soberanía
monetaria y se han impuesto rígidas reglas de gasto, y ya saben que esa
convivencia, que tiene enormes ventajas, también acarrea inconvenientes. El
caso de Argentina respecto al dólar es mucho más extremo, y se junta además
allí la constante irresponsabilidad de unos gobernantes que, se vistan de
derechas o de izquierdas, tienen el peronismo en sus genes, peronismo en forma
de intervencionismo, de abuso de la deuda interna y externa, del derroche del
gasto público y del descontrol de las cuentas en la búsqueda del voto cautivo,
a sabiendas de que una parte muy importante de la población, de los votantes,
depende directamente de las transferencias que recibe del estado. El detonante
de la actual crisis fue la derrota del vigente presidente Mauricio Macri,
centro derecha, frente al candidato opositor Alberto Fernández, peronista, en
una especie de primarias que son el preludio de las presidenciales de, creo,
noviembre. La más que posible vuelta del peronismo a la casa rosada, con la
horrenda Cristina Fernández de Kitchner como vicepresidenta, ha asustado a los
inversores de todo el mundo, y ha cavado por descalabrar la cotización del peso
y de la deuda, pero el problema viene de mucho antes, y el tiempo de
presidencia de Macri, que se recibió con cierta esperanza por parte de
analistas de medio mundo, se ha demostrado perdido. No ha sabido, no ha querido
o no ha podido, a sabe, qué porcentaje asignamos a cada supuesto, afrontar la
gestión de la economía local, y contando además con vientos de cola durante
parte de su mandato, con un crecimiento global y una insaciable demanda china
de sus productos, especialmente carne y soja. YA el año pasado Macri tuvo que
recurrir a una línea de crédito del FMI, un rescate, porque la economía se le
ahogaba. Ahora todo está mucho peor.
La
decisión tomada ayer de limitar la demanda de dólares por parte de los
particulares y empresas argentinas es, de facto, un corralito del mercado de
divisas, y una muestra de que el Banco Central de Buenos Aires apenas tiene
ya capacidad para soportar la cotización de un peso que sigue en caída libre y
que amenaza con generar el monstruo de la hiperinflación, alfo que los argentinos
conocen muy de primera mano. Las inversiones de las empresas españolas en aquel
país se devalúan a la velocidad a la que lo hace el peso, el panorama se
ennegrece y la salida de capitales y personas irá a más a medida que pasen los
días. Otra vez una pesadilla a ritmo de tango, que como siempre sufrirán mucho
más aquellos que no tengan opciones de escapar ni ingresos que mantener. Un
desastre absoluto
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