Hoy
sabremos si, como parece, tendremos que ir nuevamente a votar el próximo 10 de
noviembre, tras la incapacidad mostrada por los partidos para llegar a un
mínimo de acuerdos a lo largo de todos los días transcurridos desde el 28 de
abril. Es vergonzoso. Leí ayer que, además de procastinar, que es un término de
origen latino que quiere decir que se dejan las cosas para el día siguiente, la
lengua de Virgilio también definía perendinare, que es dejarlas para dos días
después, retrasando aún más las cosas debidas e incumpliendo lo que se ha
comprometido. Nuestros políticos, que nacen de nuestra sociedad, son expertos
en perendinar, son maestros en ese rancio arte.
Como
la posibilidad de elecciones empieza a ser muy cierta, ya están en marcha los
cálculos en la sede de todos los partidos sobre lo que puede pasar en ellas, y
si en unos cunde el optimismo, en otros el pánico resulta evidente. Todas las
encuestas señalan tres potenciales perdedores; Vox, Podemos y Ciudadanos. La
actitud de estos dos últimos en el proceso negociador resulta tan absurda como
lesiva para sus propios intereses y los de la gobernabilidad del país, y por
ello es probable que sean castigados en una nueva votación. Si no son útiles,
para qué escogerlos. Mucho hemos hablado de los garrafales errores de Podemos,
supeditados al infinito ego de un líder mesiánico que, se disfrace o no de
corderito, se cree que está siempre por encima de todos los demás. En su pecado
llevará su penitencia electoral. No hemos hablado tanto de Ciudadanos, cuyo
camino negociador ha sido una copia con retardo del desarrollado por Podemos.
Rivera se ha ido creciendo como líder a medida que su formación ha despegado, y
se ha ido contagiando del mesianismo de todos los jefes de partido que le
rodean, adoptando los mismos tics autoritarios y nefastos que Sánchez o
Iglesias ejercitan cada día (Casado no, no porque no quiera, sino porque de
momento no puede). Ha ido perdiendo candidatos y personas de alto nivel a
medida que su discurso se ha escorado y radicalizado, y el partido centrado y
liberal se ha ido convirtiendo poco a poco en una máscara que no ocultaba la
aspiración, creo que imposible, de convertirse en la fuerza hegemónica de la
derecha. Sacó unos excelentes resultados en las elecciones de abril, pero quedó
por detrás del peor resultado imaginable para el PP. Si entonces no lo superó
difícil que lo haga alguna vez. Muchos asesores aconsejarían a Rivera que
mirase a su flanco izquierdo. Ciudadanos ha recogido votantes descontentos
moderados, lo que significa centro derecha y centro izquierda. Su idea de
escorar al partido ganando más por el extremo derecho que por el centro
izquierda llegó a su máximo resultado en abril, pero desde entonces la formación
palidece. La negativa rotunda a negociar con Sánchez, ni siquiera a reunirse
con él, es algo que nadie ha entendido. Ayer, sospecho que definitivamente
asustado ante unas elecciones que parecen inevitables, y con sondeos que le
cuentan a él lo que le cuentan a todos, Rivera decidió dar un volantazo, que
llega tarde y mal. Ofreció una alternativa de pacto a “Sánchez y su banda” con
tres puntos llenos de lógica, pero ni
el entusiasta titular que le dedica hoy El Mundo a esta oferta de Rivera puede
esconder la asunción del fracaso que supone a la hora de valorar lo que
Ciudadanos ha hecho desde el 28 de abril. una vez fracasada la investidura de
julio, como muy tarde, Rivera ya debía de haber hecho esta propuesta, en un
mensaje de tipo “no aguanto a Sánchez, pero me importa más la gobernabilidad
del país”. Eso hubiera sido coherente con su idea de partido bisagra, abierto a
la sociedad civil y enemigo de los extremistas y nacionalistas. Con una oferta
de este tipo, sostenida en el tiempo, Rivera hubiera dejado en el tejado del
PSOE y Sánchez la obligación de justificar su política de alianzas y los
movimientos durante el proceso negociador. Casi al 100% Sánchez hubiera hecho
durante este tiempo lo que hizo ayer, rechazar la propuesta, pero al menos los
de Rivera podían presentarse como pactistas frente al radical Sánchez. Sería
una estrategia mucho más inteligente de cara a elecciones, hubiera o no.
Ahora
la situación es mucho más difícil para Rivera y los suyos. El movimiento de
ayer es muestra de debilidad y miedo, una acción a la desesperada, y tanto PSOE
como PP, que ven bien la repetición, calculan cuántos de los escaños que perderán
los naranjas e irán a uno u otro partido mayoritario. Por motivos distintos,
Iglesias y Rivera han dado una lección de cómo no negociar las cosas del poder,
obteniendo ambos, probablemente, un resultado nefasto de sus movimientos. Políticos
jóvenes, muy preparados en teoría, que van camino del fracaso. Se aprende a
hacer camino al andar y tropezar, sí, pero el recorrido que llevan hacia ninguna
parte es tan asombroso como incomprensible. Y mientras tanto, El Rey, harto,
muy harto de todos ellos.
Cojo
unos pocos días de vacaciones y subo a Elorrio. Si todo va bien volveremos a
leernos el miércoles 25, a mediados de la semana que viene.
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