jueves, septiembre 26, 2019

Trump y la trama ucraniana


Desde su llegada a la Casa Blanca, la posibilidad de que se lleva a cabo un “impeachment” ha estado muy presente en todo lo relacionado con Trump. Se han buscado todo tipo de causas, financieras y políticas, y alguna han llegado tan lejos como la investigación de la trama rusa en las elecciones de 2016, que contó con un fiscal especial para estudiar todo el proceso. Sin embargo, pese a que basta con analizar cada uno de los episodios de la vida privada y pública del personaje para encontrar sospechas de corrupción, nunca estas acusaciones han pasado a más. Nunca, hasta ahora, con la trama ucraniana.

El asunto ucraniano tiene un poco de todo, y se presenta apenas a un año de las próximas elecciones presidenciales, lo que lo hace aún más potente para ser utilizado por los dos partidos como arma arrojadiza. Simplificando las cosas, se acusa a Trump de haber presionado al nuevo presidente de Ucrania, el cómico Zelensky, con bloquearle ayuda financiera y militar norteamericana ya comprometida si no investigaba y encontraba pruebas de corrupción en los negocios que desarrollaba en aquel país uno de los hijos de Joe Biden, el que fuera vicepresidente con Obama y hoy en día serio aspirante a conseguir la nominación republicana para las presidenciales del año que viene. Hay conversaciones telefónicas, cuyas transcripciones se conocieron ayer, que dejan en bastante mal lugar a Trump y siembran una profunda sospecha sobre qué es lo que quería hacer el presidente y hasta qué punto puso por encima sus intereses personales y de partido frente a los de la nación. El caso es potente, tiene todos los ingredientes necesarios para que pueda salir adelante y, potencialmente, puede ser muy lesivo para los republicanos. Como les decía antes, llenos de ganas de iniciar el procedimiento desde el inicio de esta presidencia, los demócratas finalmente han arrancado ese proceso que tiene la palabreja anglosajona larga, que pudiera traducirse más o menos como de destitución. Es un juicio político que realizan las cámaras (representantes y senado) y que exige mayorías reforzadas en ambas para, si se prueba y demuestra la realización de los delitos de los que se acusa al presidente, sea aprobado por ellas la destitución de la persona que ocupa el cargo. Como verán, existan esos delitos o no, no hay tribunales de por medio que los juzguen sino hemiciclos, reuniones de parlamentarios, por lo que es la composición de la mayoría en esas cámaras las que determina que una acusación y proceso de este tipo salga delante o no. Los demócratas tienen suficientes votos en la cámara de representantes para iniciar el proceso, que es en lo que están ahora, en la recluta de votos, pero no tiene las mayorías necesarias ni en esa cámara ni en el senado para que las resoluciones de destitución puedan ser aprobadas. Haría falta que no uno ni dos, sino varios republicanos de ambas cámaras cambiasen el sentido de su voto para que prosperase algo así, y pedir un acto semejante a un año de las elecciones resulta, cuando menos, utópico. Es por ello que, con alta probabilidad, el “impeachment” no salga adelante, pero a buen seguro va a monopolizar el intenso debate de la eterna precampaña electoral presidencial, que dura aproximadamente un año. Para los demócratas es una pieza clave para movilizar a los suyos y tratar de convencer a los contrarios de la nefasta figura que es Trump para la presidencia e imagen de los EEUU. Para los republicanos, este procedimiento supone evidenciar la caza de brujas a la que se refieren constantemente cuando hablan de los intentos de la prensa y grupos opositores de culpar al presidente de todos los males y delitos posibles. Su estrategia pasa por hacerse la víctima ofendida de una campaña de acoso injusta y falsa, como todas las anteriores, y volver a insistir en el discurso del voto del pueblo frente a las orgullosas élites que no aceptan que Trump haya roto su ecosistema. Ambas visiones se enfrentarán a cara de perro hasta noviembre del año que viene y de cómo exploten la situación, y del juego que el caso de, dependerá en gran parte el resultado electoral.

Lo que nos dice la experiencia sobre procesos similares anteriores es confuso. Dos son los casos más estudiados en el pasado, ninguno de ellos acabó suponiendo la destitución presidencial, pero tuvieron efectos dispares en la valoración del presidente. A Nixon le supuso un gran dolor de cabeza y consiguió que las encuestas, que siempre le sonrieron, le abandonaron. Clinton, envuelto en el caso Lewinsky, vio como las encuestas le favorecieron al final de aquel cómico y algo escatológico asunto, haciendo valer el victimismo en su caso. ¿Qué ocurrirá ahora? Estando Trump de por medio cualquiera sabe,

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