Sí,
yo también he cantado, como en un karaoke, “vivir así es morir de amor” al
final de una noche de discoteca, gesticulando como el maestro Camilo, a veces
simulando que cantaba, otras a voz en grito, y casi siempre pensando que la
letra de la canción es una verdad como un templo y que sus armonías son,
simplemente, perfectas, en una secuencia que no deja de crecer y crecer en un
proceso extraño para una canción melódica, conteniendo en sí misma un carácter
musical muy profundo. Pensar esto a altas horas de la mañana en un antro de
mala muerte, y lejos de cualquier chica a la que se pueda adjetivar como amada
es, quizás, el sumun del frikismo, y desde luego lo parece. En eso Camilo Sesto
también fue un maestro, un adelantado a su época.
Me
pilló tarde el boom del cantante de Alcoy, la música que asocio a mi
adolescencia es la de los ochenta y, pese a que en esa década Camilo también
tuvo éxitos, fue en los setenta cuando se estableció su reino absoluto sobre la
canción melódica. No inventó al intérprete en solitario ni al cantautor, pero
lo fue en ambos sentidos, y junto a Julio Iglesias y Raphael encarna el trío de
ases de la canción española que rompieron las barreras del angosto y gris país
en el que existían y fueron bendecidos con el éxito internacional. De los tres
Iglesias se ha demostrado que era el mejor a la hora del marketing y la
promoción, que Raphael es el mejor gestionando el éxito y la vida personal con
la profesional y que Camilo era el mejor músico. Repasando sus éxitos a lo
largo de los años resulta asombroso comprobar el enorme número de canciones que
llevó a lo más alto y que persisten en la memoria colectiva de un país que
apenas se acuerda de nada. Quizás sólo otro cantante valenciano, Nino Bravo,
pueda estar en el imaginario colectivo con sus temas de la misma manera. La
temprana muerte del maestro Bravo nos impidió saber hasta dónde hubiera sido
capaz de llegar, pero la carrera de camilo fue prolífica y, sinceramente, llegó
hasta donde quiso. En su caso se debe anotar el hecho de que él era el
compositor y productor de sus temas, por lo que todo el mérito de sus éxitos
era achacable a su genialidad, sin que existiera por detrás un grupo de mentes
que creasen una percha sobre la que colgar a un chico guapo con muy buena voz. No,
Camilo Sesto no era un producto de marketing, él creaba su propio marketing y
se acabó convirtiendo en figura personal y personalista, en un divo particular.
No perdió el instinto del éxito ni del riesgo, y supo ver que los musicales
podían ser una apuesta ganadora en un país en el que la zarzuela ya se había
pasado de moda y la ópera sólo era posible para dos o tres de las élites, que
la usaban para la figuración, no el disfrute. Osó, al final de la dictadura
nacional católica de Franco, de montar Jesucristo Superstar, que si ahora nos
parece que hay censura entonces desde luego que la había, y con poder para
encarcelar y pegar a quien se le pusiera por delante. Produjo el espectáculo y
lo interpretó, sin que nadie confiara en él, y cosechó otro éxito avasallador.
Su figura no dejaba de crecer con los años y el encadenado de éxitos, era
invencible. Los ochenta fueron otros años, tiempo de modernidad adolescente en
una sociedad que había cambiado de manera radical, que experimentaba buscando nuevas
formas, despreciando todas las anteriores por antiguas. Muchos artistas de
triunfo en décadas pasadas fueron dejados en la cuneta como vestigios de una
era que había que olvidar, y eso en no pocas ocasiones generó olvidos injustos.
Camilo Sesto fue uno de esos que se vieron como setenteros, como antiguos, y su
imagen empezó a deteriorarse. Su retirada parcial de los escenarios para
ejercer como padre, algo de una modernidad que hoy mismo sorprende, acentuó su
separación con el público, y poco a poco se convirtió más en un mito que en un
artista. Contadas actuaciones y rumores sin fin sobre su vida y salud hicieron
que el personaje de camilo suplantase al artista, y con los años desapareció de
la vida pública, convirtiéndose en una especie de espectro.
Una cosa que tenía
Camilo muy desarrollada, mucho más que el resto de los mortales, era el sentido
para saber qué es lo que tenía éxito y lo que no, y en un momento dado notó que
su estilo, su forma de componer y actuar, ya no cuadraba con los gustos de una
sociedad que se había decantado por otras formas. Se convenció de que su
carrera como artista había terminado y actuó como tal. Su renuncia a la vida pública
sorprendió en su momento, y seguía haciéndolo hasta ayer, cuando se supo que
había muerto. En
el Imprescindibles de TVE que se emitió hace pocos meses, repuesto nuevamente
ayer, se le ve opinando sobre su vida y trayectoria. Uno duda mil veces si
la persona física que ahí se expresa, muy mal, es Camilo Sesto, pero era él. El
genio, en su ocaso, dominado por una aparente melancolía, porque morir de amor
no es vivir, y él no sólo lo cantó, sino que lo supo.
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