lunes, septiembre 30, 2019

Unamuno, Franco y Amenábar


El sábado fui a ver “Mientras dure la guerra” la última película de Alejandro Amenábar. Antes que nada quiero destacar que me gustó mucho, y que me parece un ejercicio ecuánime a la hora de retratar la destrucción de un país y sociedad, asaltado por fuerzas del odio que se desataron, sobre España y Europa, en la primera parte del maldito siglo XX. Quizás el mayor error de la película es la absurda promoción que le han hecho algunos de los que han trabajado en ella, sobre la vigencia del franquismo en nuestra sociedad. Esas declaraciones, equivocadas, pueden restar apetencia por ir a verla, pero no se dejen llevar por ellas. Es un trabajo muy recomendable.

El mítico episodio del paraninfo de la universidad del 12 de octubre de 1936 es el colofón, la meta de una historia que empieza en Salamanca el 19 de julio, un día después del golpe de estado, cuando tropas insurrectas, aún no franquistas, se apostan en la plaza mayor de la ciudad y decretan el estado de guerra. Esos casi tres meses que se relatan se cuentan desde la óptica de Unamuno, personaje central de la película, que contempla con ilusión la revuelta militar, porque cree que es la única manera de que la república, que él ha defendido con pasión, sea salvada de la deriva sangrienta en la que se encuentra sumida. Desde un plano civil y personal, la vida de Unamuno es el eje de toda la historia, y se cruzan tanto sus actos sociales en una ciudad en la que se le admira y respeta como las escenas del hogar en el que las hijas y su nieto son tan protagonistas como la ausencia de su mujer, ya fallecida. A medida que avanzan los días Unamuno va descubriendo como lo que parecía una asonada militar de las muchas que había habido en España en las décadas pasadas empieza a transformarse en una guerra absoluta, y que la pretensión de salvar a la república no es sino una quimera. La violencia se acerca cada vez más a su entorno de trabajo y amistad, y llega un momento en el que irrumpe por completo y lo destroza. Tan genial como cabezota, el bilbaíno universal que era Don Miguel se niega a reconocer al monstruo que tiene delante, no es capaz de asumir su presencia, hace todo lo posible para eludir la realidad que poco a poco se convierte en sombra permanente, pero descubre con angustia que no puede escapar. Adulado por los militares que han dado la asonada, es requerido para prestarles apoyo moral y presencia que les sirva para justificar su alzamiento, y Don Miguel, en un principio acomodado, va pasando cada vez más a una fase de repulsión en la no puede sino llorar al asumir que todo por lo que ha luchado, por lo que ha dado su vida, se hunde en las tinieblas. La literatura, la lengua, la voz discrepante, la libertad de cátedra, la libertad absoluta de ser y pensar que domina por completo su existencia, y por la que todo lo ha sacrificado, se pierde en el marasmo de la violencia y el fanatismo. Ese “muera la inteligencia” que proclama más de una vez Millán-Astray, encarnado como un fanático e inteligente gestor de tropas, que también será manipulado por otros a su antojo, resuena cada vez más en la película como una amenaza personal al propio Unamuno. La desaparición y posterior asesinato de algunos amigos de su círculo más íntimo lo sumen en el desconsuelo, el llanto y la pena total. Sólo su fracaso es comparable a la tristeza que le embarga, y poco a poco se da cuenta de que la universidad, su casa, su ciudad, no son sino trampantojos de una prisión que se cierra inexorablemente sobre su vida. El prestigio que posee es la salvaguarda que le mantiene vivo y, tarde, así lo entiende, pero también asume que lo que le queda de vida es un penar, tanto en el sentido de llanto como en el de condena. Cuando llega ese 12 de octubre lo que él pensaba que era una oportunidad de redimir al régimen que defendió ya es una cárcel mental para muchos españoles, y una máquina de matar a muchos otros. Acude al acto del paraninfo no queriendo hablar, para no meterse en líos, pero lo que allí oye le indigna, y desde su templo, su lugar del saber, improvisa unas notas, que no se sabrán nunca con exactitud, pero en las que “vencer no es convencer” estarán presentes. Sale vivo de milagro de esa escena para volver a su casa, donde vivirá recluido, bajo un arresto civil, hasta que muera el 31 de diciembre de ese año.

Una trama paralela de la película, y de ahí la puntualización que señalaba al no denominar aún como franquistas a las tropas que toman Salamanca, es la de la consolidación de Franco como el líder de la revuelta, en un proceso que tuvo bastante de improvisación, dudas, suerte y caos. Se ve a un franco serio, taimado, que duda, que ambiciona el poder pero que saber que no lo tiene, y que poco a poco se da cuenta de cómo crear una línea de propaganda y pensamiento que pueda consolidar sus movimientos y le permitan movilizar a parte de la sociedad en lo que empieza a planificar como una cruzada. La desgracia de Unamuno es una más de las suertes de un Franco que, ni por asomo, imaginaba las décadas que le esperaban por delante.

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