martes, octubre 01, 2019

Dos aniversarios dictatoriales


Hoy, uno de octubre, se conmemoran dos hechos marcados por su carácter profundamente antidemocrático y por la imposición de la voluntad de unos exaltados frente a otros. El aniversario pequeño, el de juguete, es el referéndum ilegal celebrado en Cataluña hace dos años. Auspiciado por un gobierno sedicioso y totalitario, encabezado por el impresentable Puigdemont, esa jornada fue triste, dura, dolorosa para todo el país. Ahí se vio cómo la fe nacionalista es capaz de imponer su doctrina y paranoia allá donde echa raíces, y una vez crecida esa planta del odio al (no) diferente lo difícil que es erradicarla. Hoy, los instigadores de aquellos hechos o están en la cárcel o lo van a estar, y su fracaso costará millones de euros y horas de dolor a los catalanes y resto de compatriotas.

El otro aniversario, el grande, el que realmente influyen en nuestras vidas cada día, es el de la creación de la República Popular de China. Hoy, en 1949, las fuerzas militares de Mao Ze Dong se proclamaron victoriosas en la guerra civil que tuvo lugar en el país, expulsaron a los perdedores a la isla de Taiwan, y crearon en la China continental una república sometida a los dictados del marxismo leninismo y aliada plenamente con lo que se decía desde Moscú, faro de todas las naciones que acogían la ideología marxista como credo de funcionamiento. Lo sucedido en aquel país en los setenta años transcurridos es algo que ni los propios dirigentes chinos hubieran sido capaces de imaginar, sobre todo por el desarrollo de las primeras décadas de aquel régimen. Mao llevó a cabo la implantación de un socialismo propio, se le denominó maoísmo, que empezó a separarse, primero tenuamente, luego de forma clara, de lo que imponía la URSS. El maoísmo tenía muy buena prensa entre los acomodados intelectuales europeos, que lo veían como una vía válida para el progreso en países rurales y atrasados, como era China. Un buen ejemplo para otras naciones asiáticas y africanas para que siguieran sus pasos. La realidad de esa doctrina no se supo hasta años después, cuando muchos de esos intelectuales, aclamados por casi todos, o ya no existían o en su ancianidad se negaban a admitir su fracaso. Millones, decenas de millones de muertos, cifras enormes sobre las que aún no hay consenso, supusieron el precio que pagó China por la imposición de esa “revolución cultural” de Mao, que arruinó por completo al país. En los setenta China era un desastre, un erial de hambre y padecimiento, con un régimen atornillado al poder y un culto a la personalidad del líder exaltado, con pocas diferencias con lo que podemos ver hoy en Corea del Norte. Los dirigentes que llegaron al poder tras Mao nunca lo admitieron en público, por la cuenta que les traía, pero se dieron cuenta del enorme fracaso de sus políticas y la necesidad de cambiar de rumbo, aunque fuera para seguir en el poder de algo que fuera digno y valiosos para ser detentado. El viaje de Nixon a Pekín fue el primer signo de apertura al exterior y la señal para que las cosas empezasen a virar. Fue con Den Xiao Ping al frente cuando se implantó el lema “un país, dos sistemas” bajo el que, con la férrea supervisión del centralizado partido comunista, se definían zonas de apertura económica en las que, en la práctica, se implantaba un capitalismo sin barreras. En principio estas zonas eran islas, lugares cerrados, ciudades contadas, pero luego se fueron extendiendo. Para mediados de los noventa la economía china empieza a despegar, y en las dos décadas transcurridas la transformación que ha experimentado ha supuesto una sacudida global, con una senda de crecimiento del PIB que no ha experimentado tasas por debajo del 6% en esas dos décadas y con la explosión industrial, urbana y tecnológica más impactante y veloz que se haya dado nunca en el mundo. De ser un país del tercer mundo China ha pasado a disputar a EEUU la primacía en numerosas clasificaciones y estadísticas sobre economía, investigación, consumo de recursos, etc, y hoy en día representa, redondeando, la quinta parte del PIB mundial y un tercio del crecimiento de la economía global. China hoy es un monstruo que no deja de crecer.

El espectacular desfile militar celebrado hoy en Beijín, que es así como se llama ahora la capital del país, es una muestra del poderío de la nación, un alarde de lo que son, y una señal de la ambición futura que les guía. Pero no todo es oro en la China actual. Bajo una espesa capa de contaminación que lo cubre casi todo, con una demografía en declive y un PIB per cápita aún propio de sociedades en desarrollo, la dictadura comunista que rige el país sabe que debe invertir y esforzarse cada vez más para controlar a la población, porque el fantasma de la revuelta de Hong Kong, que se encrespa día a día, muestra que las ganas de libertad siguen bullendo bajo las asfaltadas calles de las ciudades chinas. ¿Estamos ante la dictadura perfecta y perpetua? El tiempo lo dirá, y ya saben que en China el tiempo va a un ritmo distinto al de occidente.

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