Es
Argentina la demostración evidente de que la riqueza y prosperidad de las
sociedades bien poco tiene que ver con la disponibilidad de recursos. Sita su
población en un territorio de ensueño, en el que el sector primario da de todo
sin restricciones y con unos recursos mineros de impresión, su historia
económica es la de una desolación tras otra hasta la angustia existencial, todo
ello aderezado con inflaciones inmensas, como la que se vive ahora, y un dólar
que anida como sueño en el corazón de todo ciudadano, sea habitante de la gran
Buenos Aires o resida en lo más hondo de la Patagonia. El dólar, y no el
inválido peso, es el sol de su bandera.
No
se han equivocado los pronósticos y el peronismo, uno de los causantes de su
desgracia, ha vuelto al poder a Argentina de la mano de un tándem algo
extraño y que está por ver qué rendimiento ofrecerá. El ganador se llama
Alberto Fernández, como muchos otros de sus conciudadanos, de allí y de aquí.
Según cuentas las crónicas, es moderado, pragmático y serio. Fue jefe de
gabinete de Néstor Kichner, expresidente peronista, y ha ganado las elecciones
en compañía de Cristina, la viuda de Néstor, la inefable Cristina, que es un ir
y venir constante de la política argentina, causante también de desgracias sin
fin durante sus años de esposa de gobernante y de gobernante propiamente dicha.
La sombra de la corrupción se llevó por delante a muchos miembros de su
ejecutivo y, finalmente, la asedió hasta que tuvo que dejar el poder. Maestra
del populismo, como buena peronista, Cristina supone un factor de enorme
inestabilidad en el rumbo de la futura política argentina, y está por ver cómo
congeniaran lo que, en apariencia, son dos personalidades tan opuestas como
ella y Alberto. Si el peronismo instaura un gobierno demagógico en sus mensajes
pero serio en lo profundo el país tendrá unas posibilidades muy distintas
respecto a un mandato en el que la demagogia cristinera esté tanto al frente de
los mensaje como de las políticas. De momento el inicio del nuevo mandato
empieza bien, con una reunión a solas entre el próximo presidente Fernández y
el ya saliente Macri. Debe estar Mauricio Macri mesándose los cabellos sin
cesar, estudiando desde todos los ángulos el por qué no tanto de su derrota
como su fracaso en estos cuatro años. Llegó a la presidencia con un amplio
margen de votos y confianza popular, con el deseo del país de librarse de la
corrupta Cristina y su banda de asociados, y el balance que ofrece su gestión
es pobre. Trató de enderezar la economía y, bien porque no pudo o no supo,
aumentó la deuda del país en la esperanza de que ese vivir a crédito le
permitiera sostener su mandato el tiempo suficiente para ser reelegido, y durante
unos primeros años parecía que el modelo funcionaba, pero no. Bastaron un par
de tensiones monetarias emitidas desde la FED norteamericana para que el dólar
cogiera vuelo y el peso argentino se derrumbase, y comenzara una nueva carrera
de los porteños hacia, primero, las casas de cambio legales, y luego las
oscuras, en las que el llamado dólar “blue” cotizaba cifras mucho más altas de
las oficiales, que se convertían en contadores de falsa melancolía a cada día
que pasaba. La insostenibilidad creciente de la deuda obligó a Macri a firmar
un acuerdo con el FMI para que realizara un enorme préstamo al país, de más de
cincuenta mil millones de dólares, a cambio de medidas de control y austeridad
que empezaron a desatar la inquietud social. La inflación no frena, el derrumbe
del peso está más o menos controlado, pero cotiza a unos valores que lo dejan
inerme frente al billete verde, el Banco Central apenas tiene ya divisas para
contener su cotización y sólo la imposición de “cepos” restricciones legales
para el cambio de divisas, está permitiendo que la situación no se descontrole.
Eso aboga a los argentinos a vivir en un corralito nacional, dado que no pueden
convertir su divisa libremente. El resto de variables macro muestran un mismo
panorama comatoso, de grave riesgo de colapso.
¿Qué
alternativas ofrece Alberto Fernández? Está por ver. De momento la credibilidad
de toda medida que emane de la Casa Rosada, la sede de aquel gobierno, es casi
nula, y desde luego un discurso inflamado por parte del peronismo puede ser una
puntilla a las economías de los ciudadanos del país. El fracaso de la gestión
de Macri sucede al fracaso corrupto de Cristina. ¿Está condenado Alberto al
fracaso? No, pero lo tiene muy muy difícil. De momento uno de los exdirigentes
que le ha felicitado por su elección es Zapatero, lo que en términos económicos
resulta muy inquietante. Será educado Alberto si responde amablemente a la
felicitación, y listo si, tras ello, cuelga el teléfono y no hace caso a los
consejos que le pueda dar el expresidente español.
No hay comentarios:
Publicar un comentario