martes, octubre 29, 2019

Llorar por Argentina


Es Argentina la demostración evidente de que la riqueza y prosperidad de las sociedades bien poco tiene que ver con la disponibilidad de recursos. Sita su población en un territorio de ensueño, en el que el sector primario da de todo sin restricciones y con unos recursos mineros de impresión, su historia económica es la de una desolación tras otra hasta la angustia existencial, todo ello aderezado con inflaciones inmensas, como la que se vive ahora, y un dólar que anida como sueño en el corazón de todo ciudadano, sea habitante de la gran Buenos Aires o resida en lo más hondo de la Patagonia. El dólar, y no el inválido peso, es el sol de su bandera.

No se han equivocado los pronósticos y el peronismo, uno de los causantes de su desgracia, ha vuelto al poder a Argentina de la mano de un tándem algo extraño y que está por ver qué rendimiento ofrecerá. El ganador se llama Alberto Fernández, como muchos otros de sus conciudadanos, de allí y de aquí. Según cuentas las crónicas, es moderado, pragmático y serio. Fue jefe de gabinete de Néstor Kichner, expresidente peronista, y ha ganado las elecciones en compañía de Cristina, la viuda de Néstor, la inefable Cristina, que es un ir y venir constante de la política argentina, causante también de desgracias sin fin durante sus años de esposa de gobernante y de gobernante propiamente dicha. La sombra de la corrupción se llevó por delante a muchos miembros de su ejecutivo y, finalmente, la asedió hasta que tuvo que dejar el poder. Maestra del populismo, como buena peronista, Cristina supone un factor de enorme inestabilidad en el rumbo de la futura política argentina, y está por ver cómo congeniaran lo que, en apariencia, son dos personalidades tan opuestas como ella y Alberto. Si el peronismo instaura un gobierno demagógico en sus mensajes pero serio en lo profundo el país tendrá unas posibilidades muy distintas respecto a un mandato en el que la demagogia cristinera esté tanto al frente de los mensaje como de las políticas. De momento el inicio del nuevo mandato empieza bien, con una reunión a solas entre el próximo presidente Fernández y el ya saliente Macri. Debe estar Mauricio Macri mesándose los cabellos sin cesar, estudiando desde todos los ángulos el por qué no tanto de su derrota como su fracaso en estos cuatro años. Llegó a la presidencia con un amplio margen de votos y confianza popular, con el deseo del país de librarse de la corrupta Cristina y su banda de asociados, y el balance que ofrece su gestión es pobre. Trató de enderezar la economía y, bien porque no pudo o no supo, aumentó la deuda del país en la esperanza de que ese vivir a crédito le permitiera sostener su mandato el tiempo suficiente para ser reelegido, y durante unos primeros años parecía que el modelo funcionaba, pero no. Bastaron un par de tensiones monetarias emitidas desde la FED norteamericana para que el dólar cogiera vuelo y el peso argentino se derrumbase, y comenzara una nueva carrera de los porteños hacia, primero, las casas de cambio legales, y luego las oscuras, en las que el llamado dólar “blue” cotizaba cifras mucho más altas de las oficiales, que se convertían en contadores de falsa melancolía a cada día que pasaba. La insostenibilidad creciente de la deuda obligó a Macri a firmar un acuerdo con el FMI para que realizara un enorme préstamo al país, de más de cincuenta mil millones de dólares, a cambio de medidas de control y austeridad que empezaron a desatar la inquietud social. La inflación no frena, el derrumbe del peso está más o menos controlado, pero cotiza a unos valores que lo dejan inerme frente al billete verde, el Banco Central apenas tiene ya divisas para contener su cotización y sólo la imposición de “cepos” restricciones legales para el cambio de divisas, está permitiendo que la situación no se descontrole. Eso aboga a los argentinos a vivir en un corralito nacional, dado que no pueden convertir su divisa libremente. El resto de variables macro muestran un mismo panorama comatoso, de grave riesgo de colapso.

¿Qué alternativas ofrece Alberto Fernández? Está por ver. De momento la credibilidad de toda medida que emane de la Casa Rosada, la sede de aquel gobierno, es casi nula, y desde luego un discurso inflamado por parte del peronismo puede ser una puntilla a las economías de los ciudadanos del país. El fracaso de la gestión de Macri sucede al fracaso corrupto de Cristina. ¿Está condenado Alberto al fracaso? No, pero lo tiene muy muy difícil. De momento uno de los exdirigentes que le ha felicitado por su elección es Zapatero, lo que en términos económicos resulta muy inquietante. Será educado Alberto si responde amablemente a la felicitación, y listo si, tras ello, cuelga el teléfono y no hace caso a los consejos que le pueda dar el expresidente español.

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