Enredados
como estamos en las miserias de nuestra política, en el recuerdo del pasado
siglo XX y en los peores residuos del romanticismo del XI; que son los
nacionalismos, ni nos damos cuenta de que el mundo corre, cada vez más, y que
nos rebasa por todas partes. Esta semana, la carrera que llevan a cabo dos
empresas privadas norteamericanas, Google e IBM, en pos del ordenador cuántico
ha dado un salto de gigante. Una
de ellas, Google, afirma haber alcanzado lo que se llama la supremacía,
mientras que la otra dice que lo anunciado es relevante pero no para tanto.
Lo cierto es que, de manera incipiente, esta semana ha alumbrado una
revolución.
A
ver si soy capaz de explicar todo esto, en lo que no soy nada experto. Supongo
que cometeré errores enormes, así que si lo lee alguien que domine la materia,
por adelantado, mil disculpas. Los ordenadores que tenemos en la mesa de nuestro
trabajo, en la palma de la mano, ya en casi todas partes, usan transistores
eléctricos que pueden adoptar una posición de encendido (valor 1) o apagado
(valor 0). Cada valor expresado de esa manera es lo que se llama un bit, una
unidad de información. Miles, millones de transistores apelmazados en una
minúscula superficie permiten la explosión de la informática actual, en la que
todo se expresa con código binario. Los ordenadores cuánticos usan un concepto
más o menos similar, pero basado en una tecnología muy distinta. Su unidad de
trabajo es el qbit, un transistor cuántico en el que, gracias a las teorías de
la física cuántica, puede superponer sus estados, siendo 1, 0 o a la vez un
valor intermedio. Es lo que se llama la superposición cuántica, que se basa en
el hecho de que todo, a ese nivel, está indeterminado y puede ser a la vez
cualquier valor hasta que, observado, colapsa en uno determinado, que es el que
apreciamos. Los qbits son capaces de elevar de manera fulgurante las
posibilidades de cálculo que ofrecen los sistemas basados en transistores y
bits, pero requieren una tecnología muy compleja y cara, basada entre otras
cosas en la superconductividad (que se logra enfriando a temperaturas próximas
al cero absoluto, -273 grados Celsius) y son inestables, o al menos lo eran
hasta ahora. Las dos empresas citadas llevan tiempo tratando de crear
ordenadores operativos basados en qbits, y Google ha construido uno que posee
55 de estas unidades, que es con el que ha realizado la proeza que ha publicado
esta semana. Se considera que la supremacía cuántica se alcanza cuando un
ordenador de este tipo resuelve un problema en un tiempo inferior al que
emplearía cualquier ordenador tradicional. Para ello se ha usado un problema
relacionado con los números aleatorios, de escasa utilidad a priori, que el
ordenador cuántico ha resuelto en algo menos de tres minutos, y que se afirma
que los superordenadores actuales tardarían miles de años. IBM ha replicado
diciendo que mejoras en los algoritmos y software permitirían a los
superordenadores actuales resolver ese problema en apenas tres días, pero aun
así la ganancia parece clara. Lo importante, el concepto, es que al menos ya
hay un problema real en el que el ordenador cuántico gana, sin discusión, al
ordenador convencional, y eso es alcanzar la supremacía. Las máquinas de ambas
empresas son joyas tecnológicas en la que se han invertido millonadas y que, en
opinión de no pocos expertos, eran poco más que quimeras en las que fundir
dinero, sin que se esperasen resultados más allá de una década. El
anuncio de esta semana es impactante, porque rompe esas fronteras temporales y
nos presenta una nueva tecnología que, aún balbuceante, puede ser
revolucionaria. No esperen ordenadores cuánticos, en su mesa de trabajo en
unos años, pero sí un desarrollo que puede dar muchas sorpresas y abrir vías
hasta ahora ni imaginadas en ciencias como la química, medicina, meteorología, y
muchas otras.
Más
allá de la polémica entre los dos contendientes sobre lo alcanzado, un
aspecto muy relevante de todo esto se esconde en estas tres palabras, “empresas
privadas norteamericanas”. En la carrera cuántica EEUU da un salto de gigante
respecto a China, otra nación que está invirtiendo también mucho dinero en este
asunto, y las empresas le ganan la partida a los gobiernos en un campo puntero
de investigación que tiene obvias y trascendentales aplicaciones en cuestiones
relacionadas con la seguridad, tales como la criptografía, la simulación de
pruebas nucleares, el rastreo de señales y muchas otras. Esas dos empresas,
monstruos en lo que hace a sus cifras financieras y relevancia global,
desarrollan su propia guerra fría de descubrimientos, a sabiendas del enorme
pastel que pueden acabar consiguiendo. No me digan que no es apasionante.
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