miércoles, octubre 09, 2019

Casas de apuestas "bien" situadas


Este domingo tuvo lugar en Tetuán, un barrio de Madrid sito cerca del lugar en el que trabajo, una manifestación, dicen las crónicas que la primera, en contra de las casas de apuestas, uno de los negocios que más ha proliferado en los años posteriores a la crisis y en la recuperación económica. Para que se vayan situando, la oficina en la que paso gran parte del día está en pleno Paseo de la Castellana, zona rica y cara donde las haya. A medida que uno se aleja de la gran avenida hacia el sentido oeste de la ciudad el nivel de renta media va bajando (no pasa lo mismo hacia el este) y en unas cuantas manzanas uno llega al citado Tetuán, barrio popular y populoso. Y allí estas casas de apuestas aparecen por todas partes.

Dentro de mi profunda ignorancia sobre la vida real, el del juego es uno de esos sectores que no logro entender cómo funciona. Jugar sólo es rentable para el que lo organiza, sea un entre privado o las administraciones públicas, y es una pérdida de dinero prácticamente segura para el ciudadano que destina a ello sus ingresos. Es uno de esos sectores que, a mi modo de ver, estafan de manera socialmente consentida al consumidor, pero que persisten de manera perpetua pasen los años que pasen. En los últimos tiempos se ha producido un boom de casas de apuestas al calor de las nuevas tecnologías y la difusión globalizada de los deportes, que son la excusa para organizar timbas en las que se juega el dinero, pero a falta de espectáculos deportivos también son válidas las cartas, ruletas o cualquier otro tipo de juego de azar. Esos locales han crecido mucho y desarrollado publicidades intentas, con campañas en medios de comunicación muy bien diseñadas y financiadas, con la contratación de famosos de todo pelaje, en las que se anima al juego como si fuera otro artículo de consumo más, cuando es algo bastante distinto. Se puede comprobar pisando la calle como los locales de apuestas han florecido especialmente en los barrios de renta baja y media, donde es más fácil engañar a la gente y las opciones de ocio alternativo son menores, y resulta más que llamativo como muchos se arremolinan a las puertas de los colegios, tratando de crear clientela desde edades pequeñas, a sabiendas de que si se introduce el gusanillo del juego en los críos es más que probable que alguno de ellos, más de uno, se convierta en jugador recurrente. Al final de todo este proceso de bombardeo de atractivos por el juego se encuentra la ludopatía, una patología que no es sino la situación en la que vive el adicto al juego, que es el más rentable, la vaca lechera de los locales de este tipo, aquel que no puede dejar de jugar y perder dinero en esos modernos lugares de ocio. Es una minoría el número de personas que presentan estos comportamientos, pero su número está creciendo al calor de la proliferación de estos locales y de sus campañas, y poco a poco el juego se está convirtiendo en un problema específico, que genera situaciones tan absurdas como sospechas en las que empresas apostadoras patrocinan equipos deportivos o locales en los que se ofrecen bonos de juego gratuito para probar. Resulta curioso, visto desde fuera, como este sector está avanzando por la misma senda, de manera acelerada, que en su tiempo recorrieron las tabaqueras, que pasaron de ser algo consustancial en nuestro mundo a convertirse en empresas semiproscritas. Durante décadas fumar era bueno, moderno, atractivo, hasta que se logró convencer a la sociedad que es todo lo contrario, además de canceroso. ¿Pasará lo mismo con el juego? La principal diferencia con el tabaco, y que le asimila a la bebida, es que es un comportamiento privado que no afecta a terceros (el humo del fumador me perjudica a mi pero el juego de alguien no me genera efectos) pero no deja de ser una problemática que va a más, y que empieza a exigir una regulación y controles mucho más exhaustivos.

Decía al principio que era el del juego un sector que no entendía. De pequeño, alguna vez con mi padre en el bar, le preguntaba por qué la gente jugaba echando dinero a una máquina que se llama “tragaperras” si se las iba a tragar, y ni él ni nadie me supo contestar nunca. Hoy las tragaperras han mutado para convertirse en locales modernos, visualmente atractivos, llenos de tecnología que apasiona a los jóvenes. También el juego por internet nos invade potencialmente en la palma de la mano gracias a nuestros teléfonos móviles. ¿Cómo gestionarlo? Me da que estamos ante otro sector que, en medio de las sombras, ha crecido de manera descontrolada y está aún pendiente la creación de normas y, sobre todo, estructuras sociales, que lo acoten y regulen.

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