Este
domingo tuvo lugar en Tetuán, un barrio de Madrid sito cerca del lugar en el
que trabajo, una manifestación, dicen las crónicas que la primera, en contra de
las casas de apuestas, uno de los negocios que más ha proliferado en los
años posteriores a la crisis y en la recuperación económica. Para que se vayan
situando, la oficina en la que paso gran parte del día está en pleno Paseo de
la Castellana, zona rica y cara donde las haya. A medida que uno se aleja de la
gran avenida hacia el sentido oeste de la ciudad el nivel de renta media va
bajando (no pasa lo mismo hacia el este) y en unas cuantas manzanas uno llega
al citado Tetuán, barrio popular y populoso. Y allí estas casas de apuestas
aparecen por todas partes.
Dentro
de mi profunda ignorancia sobre la vida real, el del juego es uno de esos sectores
que no logro entender cómo funciona. Jugar sólo es rentable para el que lo organiza,
sea un entre privado o las administraciones públicas, y es una pérdida de
dinero prácticamente segura para el ciudadano que destina a ello sus ingresos. Es
uno de esos sectores que, a mi modo de ver, estafan de manera socialmente
consentida al consumidor, pero que persisten de manera perpetua pasen los años
que pasen. En los últimos tiempos se ha producido un boom de casas de apuestas
al calor de las nuevas tecnologías y la difusión globalizada de los deportes, que
son la excusa para organizar timbas en las que se juega el dinero, pero a falta
de espectáculos deportivos también son válidas las cartas, ruletas o cualquier
otro tipo de juego de azar. Esos locales han crecido mucho y desarrollado
publicidades intentas, con campañas en medios de comunicación muy bien
diseñadas y financiadas, con la contratación de famosos de todo pelaje, en las
que se anima al juego como si fuera otro artículo de consumo más, cuando es
algo bastante distinto. Se puede comprobar pisando la calle como los locales de
apuestas han florecido especialmente en los barrios de renta baja y media, donde
es más fácil engañar a la gente y las opciones de ocio alternativo son menores,
y resulta más que llamativo como muchos se arremolinan a las puertas de los
colegios, tratando de crear clientela desde edades pequeñas, a sabiendas de que
si se introduce el gusanillo del juego en los críos es más que probable que
alguno de ellos, más de uno, se convierta en jugador recurrente. Al final de
todo este proceso de bombardeo de atractivos por el juego se encuentra la
ludopatía, una patología que no es sino la situación en la que vive el adicto
al juego, que es el más rentable, la vaca lechera de los locales de este tipo,
aquel que no puede dejar de jugar y perder dinero en esos modernos lugares de
ocio. Es una minoría el número de personas que presentan estos comportamientos,
pero su número está creciendo al calor de la proliferación de estos locales y
de sus campañas, y poco a poco el juego se está convirtiendo en un problema
específico, que genera situaciones tan absurdas como sospechas en las que
empresas apostadoras patrocinan equipos deportivos o locales en los que se
ofrecen bonos de juego gratuito para probar. Resulta curioso, visto desde
fuera, como este sector está avanzando por la misma senda, de manera acelerada,
que en su tiempo recorrieron las tabaqueras, que pasaron de ser algo
consustancial en nuestro mundo a convertirse en empresas semiproscritas.
Durante décadas fumar era bueno, moderno, atractivo, hasta que se logró
convencer a la sociedad que es todo lo contrario, además de canceroso. ¿Pasará lo
mismo con el juego? La principal diferencia con el tabaco, y que le asimila a
la bebida, es que es un comportamiento privado que no afecta a terceros (el humo
del fumador me perjudica a mi pero el juego de alguien no me genera efectos)
pero no deja de ser una problemática que va a más, y que empieza a exigir una
regulación y controles mucho más exhaustivos.
Decía
al principio que era el del juego un sector que no entendía. De pequeño, alguna
vez con mi padre en el bar, le preguntaba por qué la gente jugaba echando
dinero a una máquina que se llama “tragaperras” si se las iba a tragar, y ni él
ni nadie me supo contestar nunca. Hoy las tragaperras han mutado para
convertirse en locales modernos, visualmente atractivos, llenos de tecnología
que apasiona a los jóvenes. También el juego por internet nos invade
potencialmente en la palma de la mano gracias a nuestros teléfonos móviles. ¿Cómo
gestionarlo? Me da que estamos ante otro sector que, en medio de las sombras,
ha crecido de manera descontrolada y está aún pendiente la creación de normas
y, sobre todo, estructuras sociales, que lo acoten y regulen.
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