Como
se lo prometí ayer, hablemos hoy de Joker, la película que más está dando que
hablar en los últimos tiempos. Antes que nada, les adelanto que me gustó y que
creo que se merece los premios y alabanzas que está cosechando, pero también es
verdad que es una cinta no apta para todos los púbicos, que revuelve algo las
tripas y transmite mensajes inquietantes sobre el orden, la legalidad y las
respuestas sociales. También reconozco, es imposible evitarlo, que Joaquin
Phoenix está desbordante en su papel, que lo llena todo, y que borda hasta un
extremo que da que pensar sobre la salud mental de quien lo interpreta.
En
un mundo de películas de superhéroes en los que los personajes tienden a ser
cada vez más complejos y las tramas oscuras, Joker plantea la creación de un
genio del mal desde la más absoluta y cruda realidad, sin recurrir a poderes ni
a ninguna acción que pudiera ser entendida como sobrenatural. La bondad está en
nosotros mismos, y la maldad no digamos. Nos presenta el relato a un pobre
hombre, aquejado de un grave trastorno psiquiátrico, necesitado de medicación
constante, que vive obsesionado por hacer reír a los demás pero que fracasa en
sus intentos. Vive en un cutre apartamento con su madre, que está en mal estado
físico y con síntomas de incipiente demencia, y su deambular se desarrolla en
una ciudad que llaman Gotham, pero que es el Nueva York de finales de los
setenta y principios de los ochenta, o más exactamente el Bronx de esa ciudad,
un lugar inhóspiuto, sucio, cruel, depravado, en el que la violencia se mezcla
con ventanas rotas y desconchados, esquina mugrientas y trenes de metro
pintarrajeados hasta el extremo. Este ambiente de sordidez en el que se mueven
todos los personajes envuelve a toda la trama, y la complementa, porque es
sórdido el proceso de degeneración del personaje, de la pérdida de sus escasos
recursos vitales, de sus fracasos como payaso y cómico, y del descubrimiento de
la violencia extrema como respuesta ante todo. No es una película que se
regodee en la violencia, pero sí es intensa cuando aparece, dura hasta el
extremo en ocasiones, pero es la idea de que esa violencia es una respuesta
moral válida lo que resulta más perturbador de la cinta, hasta qué punto la apología
de la respuesta violenta es legítima y cómo alguien puede acabar siendo
encumbrado por la masa por el simple hecho de ser el más violento de todos. El
protagonista se sume cada vez más en una espiral de delitos y depravación a
medida que su entorno se derrumba, y en paralelo logra un éxito profesional,
porque es llamado por el responsable del espacio de entretenimiento nocturno
favorito de la ciudad, interpretado por Robert de Niro con la profesionalidad
marca de la casa, para que haga unos chistes. Las escenas que se desarrollan en
ese plató de televisión, precedidas del viaje desde su casa hasta el mismo por
parte de un Joker ya en formación, son excepcionales. Suponen un proceso de
crescendo excelentemente rodado y tensionado, en el que el espectador no puede evitar
la sensación de estar cayendo en un pozo de infamia del que ya no podrá escapar.
El colofón de la actuación televisiva da paso al tramo final, en el que ya
vemos al Joker completamente formado, en el que se nos muestra a un líder de la
algarabía, del lumpen, que les ofrece una respuesta a su miserable vida,
carente de casi todo, en forma de disturbio, quema, bronca, destrozo,
arrasamiento. En ese momento busca la película, y conseguirá de muchos
espectadores, la plena solidaridad con lo que allí pasa, la aclamación del
siniestro personaje que se ha ido creando a lo largo de toda la narración como
el auténtico héroe, el salvador, el que será elevado por la masa como su
redentor y seguido por fieles que ansían respuesta. Ese es el mensaje más
repulsivo de la historia, pero que narrado con maestría, es imposible que no
sea sentido con un cierto toque de simpatía por el espectador que asiste,
tenso, a un espectáculo visual impactante.
Rodada
con gusto y estilo, con un reparto que, hasta en sus papeles más pequeños (literalmente)
lo borda, es Joker un trabajo de cine casi de autor, de escenas semiteatrales
en muchos casos, en el que se aprecia el enorme trabajo de todos los que han
participado en su creación. Algunos pasos de la trama, como el papel de los
recortes en la asistencia social o las respuestas que ofrece Thomas Wayne, el
rico padre del futuro Batman Bruce Wayne, son simplonas y desentonan en el
ejercicio de complejidad que es toda la película, pero no la desmerecen. Es una
gran obra, no apta para todos los públicos, para nada una película de entretenimiento
y palomitas. Merece la pena verla, mucho, pero no vayan pensando en cosas de
superhéroes, acción y evasión. No es el caso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario