Hoy,
en medio de un revuelo mediático de primera división, tendrá lugar la
inhumación de los restos de Franco y su traslado al cementerio de Mingorrubio,
a no demasiados kilómetros de distancia en línea recta. Tiene sentido que los
restos del dictador salgan del Valle de los Caídos porque, siendo como fue él
el causante de innumerables caídos, resulta absurdo que repose con ellos e
impropio que presida el altar de una basílica. Además, como el personaje se
supone se creía perpetuo, no indicó donde quería ser enterrado, por lo que la
idea de dejarle allí se le ocurrió a Arias Navarro, personaje gris y obtuso
donde los haya, y décadas lleva ocupando un lugar indebido.
A
partir de aquí, el circo electoral, a dos tres semanas de las elecciones. El
PSOE intentará rentabilizar en la medida de lo posible la ejecución de una de
sus promesas esgrimidas en la moción de confianza de 2018, el PP, sin que tenga
muy claro el por qué, rehuirá el debate y se pondrá de perfil ante una figura
que representa de lo peorcito de la historia de España, el resto hará algo de
ruido y los iluminados de Vox organizarán una jornada de martirologio que,
rodada en blanco y negro, bien pudiera servir como escena de figurantes para
películas de la época de los años cuarenta. Sólo el cuello dislocado que apunta
la cabeza a la perpetua pantalla de móvil aportará un matiz ajeno a las masas,
ruidosas y escasas, de exaltados que hoy esgrimirán nostalgia ante el pasado
oscuro, tan nefastos y equivocados como los que recuerdan en Rusia (y en
algunas villas de Galapagar, sospecho) los años de Stalin como gloriosos. En
fin, resulta deprimente ver que tras tantos libros de historia tenemos no sólo
a viejecitos anclados en el pasado sino a algunos jóvenes que llaman a
glorificar los peores años de nuestro país del siglo XX, acompañados de los
inevitables religiosos que siempre se alían con los dictadores en cada momento,
se llamen franco, ETA o el separatismo catalán (o lo que surja). Lo que no veo
a nadie, casi nadie, es pensando en qué hacer con el Valle en sí. Ahora que
Franco sale de allí su denominación, de los Caídos, es más precisa, porque
todos los restos que allí reposan corresponden a víctimas de aquella atroz
guerra. Urge que el proceso de resignificación que muchos han defendido sea
llevado a cabo, sin prisa, pero sin pausa, con seriedad, para que ese monumento
tan inmenso como extravagante tenga un sentido y significado. No estoy de
acuerdo con la idea de demolerlo, por la misma razón por la que muchos de los
lugares donde el nazismo y otros horrores han actuado siguen en pie, porque
forman parte de la historia, y porque sirven para enseñar a las futuras
generaciones lo que en ellos se cometió, para evitar que se vuelvan a producir
semejantes atrocidades. ¿Son útiles estos espacios? Quiero pensar que sí,
aunque siempre me asaltan las dudas cuando, como les comentaba, veo a jóvenes
que alaban al franquismo en España o al nazismo en el resto de Europa. Cada vez
que se produce un atentado antisemita en Europa los fallecidos jerarcas nazis
se revuelven de gozo en el infierno en el que, si existe, residen
permanentemente, y que el mayor crimen de la historia moderna, el Holocausto,
sea negado y banalizado como lo es por muchos a pesar del trabajo divulgativo
de historiadores o entidades como las que se encargan de la custodia de los
antiguos campos de concentración me genera sombras de escepticismo. Pese a ello
creo sinceramente que el esfuerzo merece la pena. La guerra civil sucedió, fue
nuestro mayor fracaso como sociedad en siglos, genero muerte y destrucción en todas
las familias y episodios de violencia ciega que no distinguieron de ideologías
o localidades, y tras ella hubo una dictadura de casi cuarenta años. El pasado
no se puede borrar, pero sí relatar y describir, en la esperanza de que no se
reproduzca o que, al menos, haya ciudadanos que no vuelvan a ser engañados de
la misma manera.
Triste
casualidad la de este día es que, ante un hecho histórico, nos encontramos con
la muerte de Santos Juliá, uno de los mayores y mejores historiadores del
pasado siglo XX español, autor de algunos de los mejores análisis sobre la
transición, defensor de las libertades, de la reconciliación y del trabajo del
profesional de la historia en desentrañar lo sucedido para, en la medida de lo
posible, explicarlo, y en todo momento, divulgarlo. Sereno, sin palabras
altisonantes, alejado de polémicas, docto y serio, Juliá no era arma de uso por
parte de políticos y demagogos, valga la redundancia, que poco le han leído y
menos aprendido de sus escritos. Su reivindicación de la transición como un éxito
quedará. Su falta será sentida.
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