miércoles, octubre 30, 2019

El INE soy yo


Sorprendió ayer el INE con un comunicado en el que anunciaba un experimento que va a realizar con datos de las operadoras de móviles para analizar la dinámica de movilidad de población. La idea es muy sugerente. Se trocea el país en retículas que posean aproximadamente la misma cuantía de población, unas 5.000 personas, y durante unos días se estudiarán los movimientos de esos grupos de personas, sus entradas y salidas de los espacios en los que viven y pernoctan, para ver cuáles son los flujos de población entre retículas y el movimiento asociado a la jornada laboral y a los fines de semana. Los datos serán agregados y anonimizados por las operadoras y el INE no conocerá la identidad de nadie.

Se ha desatado cierta polémica al respecto, que considero algo absurda y, sobre todo, trasnochada, al respecto de la privacidad y sobre la violación de la misma que supone un experimento de este tipo. Y creo que es una crítica que no tiene sentido porque, admitámoslo, hace mucho tiempo que nuestra privacidad desapareció por completo, absorbida por las empresas y regalada por nosotros mismos. Cada una de las operadoras, de las redes sociales, de las plataformas de ocio, de las webs de compras on line, tiene perfiles muy detallados de todos nosotros, suyos y míos, opere usted a través de esos canales o no. Esas empresas nos tienen más que identificados, y conocen cosas privadas como nuestros gustos, apetencias, criterios personales o sentimentales, ademá de los datos personales como el nombre, dirección, teléfono, DNI y, desde luego, lo que más les interesa; tarjetas de crédito, cuentas corrientes y saldo de las mismas. Si viviéramos en un mundo en el que esa información fuera nuestra y sólo nuestra tendría sentido que fuéramos suspicaces sobre las intenciones del INE y, pongamos, le obligaríamos a firmar un compromiso con cada ciudadano para que los datos privados siguieran siéndolo, pero hace mucho que abandonamos un estadio de anonimidad así. Las cámaras de las calles quizás no nos reconozcan aquí, ahora, pero lo hacen ya en China, y lo harán aquí en el futuro. Nuestros teléfonos, los televisores, los asistentes de voz, nos controlan sin cesar, sin que les demos permiso para ello, con el único objeto de sacarnos dinero mediante la detección de nuestras necesidades y apetencias, ofreciéndonos productos para saciarlas y, desde luego, también crearlas. La idea es que gastemos dinero con y en las webs que nos vigilan. Y dado que eso existe, ¿qué hay de malo en que se use esa información para generar conocimiento? Día tras día compañeros míos del trabajo sufren atascos intensos que se suceden sin que parezca que haya soluciones posibles. Un sistema de información que identifique a cada ciudadano y que le ofrezca rutas alternativas en tiempo real para evitar colapsos que le esperan en pocos metros puede ser un sistema que logre evitar atascos, con el ahorro de tiempo, dinero, emisiones de CO2 y ganancia de calidad de vida que ello supone. Ahora mismo esos sistemas nos vendes cachivaches, nos ofrecen series y productos de entretenimiento y, sobre todo, nos sacan dinero. Iniciativas como la del INE son una primera vía para que, como dicen por ahí algunos gurús que hablan mucho pero no saben muy bien cómo aplicar lo que vende, el ciudadano no vuelva a hacerse dueño de sus datos, porque eso ya no parece posible, pero que sí trabajen para su auténtico y real beneficio, porque quizás la oferta de series de las plataformas pueda ser atractiva para unos u otros, pero todos los que cada mañana viajan desde el extrarradio de una urbe como Madrid hacia su interior desean hacerlo en el menor tiempo posible y con las menores incomodidades. Coordinar coches, autobuses, trenes, metros, semáforos… todo eso es ya teóricamente posible mediante sistemas informáticos avanzados y la monitorización en tiempo real de los flujos de movimiento. ¿Por qué no hacerlo?

Si el contador de Blogger no se equivoca, y dudo que lo haga, este será el artículo número tres mil desde que empecé esta aventura bloguera el 15 de febrero de 2006. Sólo han pasado trece años, ya han pasado trece años, y asusta la barbaridad que he escrito en ese tiempo, y lo pesado que he sido, pero sobre todo me asombra que un artículo como el de hoy hubiera sido imposible de imaginar hace nada más y nada menos que trece años, porque sería una utopía futurista a la que le faltarían tantas patas para sostenerse que no sería nada creíble. ¿Cómo será el mundo dentro de otros tres mil artículos? ¿de otros seis mil? ¿estaré aquí para poder escribirlos? No lo se, en todo caso, miles de miles de gracias a los que alguna vez se han pasado por esta columnita para leer algo.

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