Sorprendió ayer el INE con
un comunicado en el que anunciaba un experimento que va a realizar con datos de
las operadoras de móviles para analizar la dinámica de movilidad de población.
La idea es muy sugerente. Se trocea el país en retículas que posean
aproximadamente la misma cuantía de población, unas 5.000 personas, y durante unos
días se estudiarán los movimientos de esos grupos de personas, sus entradas y
salidas de los espacios en los que viven y pernoctan, para ver cuáles son los
flujos de población entre retículas y el movimiento asociado a la jornada
laboral y a los fines de semana. Los datos serán agregados y anonimizados por
las operadoras y el INE no conocerá la identidad de nadie.
Se
ha desatado cierta polémica al respecto, que considero algo absurda y, sobre
todo, trasnochada, al respecto de la privacidad y sobre la violación de la
misma que supone un experimento de este tipo. Y creo que es una crítica que no
tiene sentido porque, admitámoslo, hace mucho tiempo que nuestra privacidad desapareció
por completo, absorbida por las empresas y regalada por nosotros mismos. Cada una
de las operadoras, de las redes sociales, de las plataformas de ocio, de las
webs de compras on line, tiene perfiles muy detallados de todos nosotros, suyos
y míos, opere usted a través de esos canales o no. Esas empresas nos tienen más
que identificados, y conocen cosas privadas como nuestros gustos, apetencias,
criterios personales o sentimentales, ademá de los datos personales como el nombre,
dirección, teléfono, DNI y, desde luego, lo que más les interesa; tarjetas de
crédito, cuentas corrientes y saldo de las mismas. Si viviéramos en un mundo en
el que esa información fuera nuestra y sólo nuestra tendría sentido que fuéramos
suspicaces sobre las intenciones del INE y, pongamos, le obligaríamos a firmar
un compromiso con cada ciudadano para que los datos privados siguieran siéndolo,
pero hace mucho que abandonamos un estadio de anonimidad así. Las cámaras de
las calles quizás no nos reconozcan aquí, ahora, pero lo hacen ya en China, y
lo harán aquí en el futuro. Nuestros teléfonos, los televisores, los asistentes
de voz, nos controlan sin cesar, sin que les demos permiso para ello, con el único
objeto de sacarnos dinero mediante la detección de nuestras necesidades y
apetencias, ofreciéndonos productos para saciarlas y, desde luego, también crearlas.
La idea es que gastemos dinero con y en las webs que nos vigilan. Y dado que
eso existe, ¿qué hay de malo en que se use esa información para generar
conocimiento? Día tras día compañeros míos del trabajo sufren atascos intensos
que se suceden sin que parezca que haya soluciones posibles. Un sistema de
información que identifique a cada ciudadano y que le ofrezca rutas
alternativas en tiempo real para evitar colapsos que le esperan en pocos metros
puede ser un sistema que logre evitar atascos, con el ahorro de tiempo, dinero,
emisiones de CO2 y ganancia de calidad de vida que ello supone. Ahora mismo
esos sistemas nos vendes cachivaches, nos ofrecen series y productos de
entretenimiento y, sobre todo, nos sacan dinero. Iniciativas como la del INE
son una primera vía para que, como dicen por ahí algunos gurús que hablan mucho
pero no saben muy bien cómo aplicar lo que vende, el ciudadano no vuelva a
hacerse dueño de sus datos, porque eso ya no parece posible, pero que sí
trabajen para su auténtico y real beneficio, porque quizás la oferta de series
de las plataformas pueda ser atractiva para unos u otros, pero todos los que
cada mañana viajan desde el extrarradio de una urbe como Madrid hacia su
interior desean hacerlo en el menor tiempo posible y con las menores
incomodidades. Coordinar coches, autobuses, trenes, metros, semáforos… todo eso
es ya teóricamente posible mediante sistemas informáticos avanzados y la
monitorización en tiempo real de los flujos de movimiento. ¿Por qué no hacerlo?
Si
el contador de Blogger no se equivoca, y dudo que lo haga, este será el artículo
número tres mil desde que empecé esta aventura bloguera el 15 de febrero de 2006.
Sólo han pasado trece años, ya han pasado trece años, y asusta la barbaridad
que he escrito en ese tiempo, y lo pesado que he sido, pero sobre todo me
asombra que un artículo como el de hoy hubiera sido imposible de imaginar hace nada
más y nada menos que trece años, porque sería una utopía futurista a la que le
faltarían tantas patas para sostenerse que no sería nada creíble. ¿Cómo será el
mundo dentro de otros tres mil artículos? ¿de otros seis mil? ¿estaré aquí para
poder escribirlos? No lo se, en todo caso, miles de miles de gracias a los que
alguna vez se han pasado por esta columnita para leer algo.
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