Algún
día terminará la guerra de Siria, y alguien escribirá un libro en el que la
cuente en su totalidad. Empezará con la pretendida ilusión de unas revueltas
populares que se llamaron primaveras árabes y que dieron lugar en todos los
casos, salvo Túnez, a inviernos de sangre y dictadura. Hoy es el día en el que
en tierra siria ha empezado otro capítulo militar de esa interminable
contienda, en la que cambia poco el decorado de fondo y se repiten las caras de
amargura de los sufrientes, las caravanas de desplazados y la huida en medio
del ruido de proyectiles y las columnas de humo que se elevan sobre destrozos
ardientes.
Tal
y como amenazó, Turquía ha comenzado su ofensiva en la zona fronteriza. Su
idea, o así la ha vendido, es la de crear una especie de marca o zona de
contención en la resituar a los refugiados sirios que atestan el sur del país y
de paso liquidar las posiciones kurdas que se han hecho fuertes en el norte de
Siria yq eu suponen un peligro vistas desde el régimen de Ankara. Aviación y
tropas turcas han atacado posiciones kurdas y comenzado a provocar la huida de
civiles. Los kurdos también han respondido causando víctimas en el lado kurdo
de la frontera, y se puede decir que ya tenemos en marcha la guerra turco kurda
en la zona. Las consecuencias de este conflicto pueden ser muy serias, y ni
mucho menos restringidas a su ámbito geográfico. No es menor la preocupación
sobre lo bien que le va a venir al yihadismo de DAESH que aquellos que casi
acaban con él sean ahora golpeados, y el riesgo serio de que los prisioneros
islamistas que los kurdos conservan en su poder huyan de sus cárceles y se
reagrupen de alguna manera. Este es, digamos, un riesgo a medio plazo, pero es
que a corto la ofensiva turca ha mostrado claramente la alineación de los
intereses de Rusia y Trump en la zona, y fíjense que digo Trump y no EEUU. En
la reunión de ayer del consejo de seguridad de una ONU cada vez más
irrelevante, se pudo comprobar como Rusia dedicaba algunas malas palabras a los
turcos pero que, en el fondo, se desentendía de lo que allí pasase. Como
potencia dominante en el tablero sirio, lo que Turquía pueda limpiar de
poblaciones problemáticas en el norte del país es algo que se ve con buenos
ojos desde Moscú desde sus títeres de Damasco. La representación de EEUU tuvo
un papel bochornoso y vino a avalar las posiciones rusas, siguiendo el dictado
emanado desde una Casa Blanca que en este episodio está enfangando el prestigio
de aquella nación hasta unos límites no ya difícilmente asumibles, sino
simplemente inimaginables. Dentro
de EEUU existe un movimiento bipartidista que trata de frenar lo que considera,
con toda razón, una traición a los aliados kurdos por parte de un Erdogan
del que nadie se fía, y se busca aprobar una ley que imponga sanciones a
Ankara. Las últimas declaraciones del veleta Trump al respecto muestran un
aparente rechazo a la posición de Turquía, pero se expresa en este caso el
mandatario con un tono tan comedido que se le nota a la legua que miente, algo
que en él es casi la normalidad. Trump ve dinero, negocios a muy corto plazo, y
admiración en lo político por los autócratas que no tienen que responder ante
parlamentos y electores. Quizás por eso (y por lo que hubiera podido pasar en la
campaña de 2016) admira tanto a Putin y se lleva muy bien con él. Y si Putin le
dice que cargarse a los kurdos es bueno, pues Trump lo apoya. La fosa moral y
política que está clavando el personaje que desgobierna a los EEUU es, en este
caso, digna del mayor de los reproches. ¿Qué entiende Trump por aliado? ¿Sólo
aquel que le prometa construir uno de sus hoteles casino en su territorio?
La
división del consejo de seguridad de la ONU en este asunto no ha venido de la complacencia
de las grandes potencias, no, sino del enfrentamiento entre estas y las
naciones europeas allí representadas, que han salido en tromba a denunciar la
infamia que se está produciendo. Pero
no ha tardado en llegar la respuesta del autócrata Erdogan, amenazando con
liberar el flujo de refugiados que el mantiene en sus fronteras, a cambio
de nuestro pago económico, y provocar una nueva crisis como la del verano de
2016, si las naciones europeas no se callan y le dejan hacer lo que le plazca.
Amenazas de primera división que, me temo, surgirán efecto en unas debilitadas
naciones europeas donde los movimientos xenófobos no necesitan mucha más
gasolina para ser influyentes. Qué absoluta desgracia es todo lo que sucede allí.
Sólo dolor e impotencia es lo que genera contemplarlo.
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