miércoles, octubre 23, 2019

Otoño de conflictos sociales


Más allá de los desgraciados incidentes provocados por el nacionalismo sectario en las calles de Barcelona, observa uno la actualidad global y se encuentra con broncas generalizadas en varias naciones, que parecen sucederse y coincidir de manera un tanto curiosa. Fueron Ecuador e Irak los que hace unas semanas acapararon, más el primer caso que el segundo, el interés informativo, con asaltos de parte de la población a la capital de esas naciones, violencia, saqueo y muertos, pocos en el caso latinoamericano frente a las cifras alcanzadas a orillas del Tigris. En apariencia, esos focos de conflicto se han apaciguado, o al menos ya no salen en los medios. Y no, no es lo mismo.

La atención de los focos se dirige ahora hacia otras dos naciones sudamericanas. Una es Bolivia, donde las artimañas del recuento en las presidenciales por parte de Evo Morales y los suyos han extendido una sombra de pucherazo sobre todo el proceso y provocado levantamientos que aún están en proceso de ir a más. El otro foco de tensión es Chile, quizás el país más tranquilo y próspero de la región, que vio hace casi un par de semanas como la decisión de subir nuevamente el precio del billete de metro en la capital, Santiago, se convertía en la espoleta que generaba toda una revuelta social ante la que el gobierno de Sebastián Piñera apenas es capaz de hacer frente. La militarización parcial del país y el decreto de toques de queda ha servido para que los disturbios no vayan a más, pero no logra reconducir la situación, que ha causado ya daños por valor de muchísimos millones de euros, principalmente por destrozos en el sistema de metro y otros transportes públicos. De fondo, mientras un conflicto se amortigua y otro se enciende, permanece Hong Kong como referente de las protestas callejeras y de la continua algarada, reprimida por la policía local y las fuerzas pro chinas. ¿Hay algo en común en todas estas revueltas? ¿Son síntomas de un malestar global o es una mera casualidad? Supongo que habrá un poco de todo, pero a primera vista las causas de lo que está pasando parecen ser bastante distintas. En Hong Kong predomina, sobre todo, el componente político, de defensa de la libertad que goza la colonia frente al autoritarismo de una China que va camino de comerse a la isla sin remedio. También la política es la causa de lo que está pasando en Bolivia, y en parte en lo que sucedió en Ecuador. Sin embargo, en el caso de Irak y especialmente Chile es la economía, la desigualdad, la que se encuentra en el fondo de las protestas, lo que las hace algo distintas a las otras. Los expertos siguen advirtiendo que la desigualdad global se reduce, porque los países pobres cada vez lo son menos respecto a los ricos, pero aumentan las desigualdades en el interior de los países, dentro de las propias sociedades, con una creciente polarización de rentas y estrechamiento de la clase media. Esa clase media que ha servido de pegamento para la cohesión y estabilidad social en muchos lugares amenaza con desgajarse o, al menos, perder su influencia moderadora, y por eso quizás el de Chile sea el acontecimiento más interesante de todos, reflejando algunos de los males que afligen a sociedades de las que no nos distanciamos tanto como creemos. ¿Es posible una revuelta de este tipo en nuestras naciones? La respuesta es que sí, y el ejemplo son los chalecos amarillos franceses, que antes de su degeneración comenzaron como un movimiento de protesta económica de parte de la Francia olvidada y empobrecida, que veía cómo se le volvían a subir unos impuestos de los que no tenía escapatoria, frente a las clases urbanas acomodadas de las grandes ciudades, especialmente París, cuya vida no está sujeta a las mismas limitaciones fiscales. El gravamen de las gasolinas y gasóleos, en principio por causas ecológicas, generó aquellas protestas que soliviantaron al país y dejaron durante unos días a su capital convertida en la ciudad de la luz de las hogueras. Por lo tanto, sí, aquí también pueden darse protestas y movimientos similares, y los gobiernos y los que deciden las políticas económicas y sociales deben tenerlo presente.

El gran factor común a todos estos movimientos, y lo que los deslegitima, es la violencia que no cesa y que se extiende. Amparados en las protestas surgen grupos de vándalos con agendas propias, desestabilizadoras, o meros saqueadores que aprovechan la coyuntura para dedicarse al pillaje y sacar rédito de los destrozos. Las formas de coordinación de los ataques y sus movimientos sí parecen seguir estructuras similares en todos los casos, incluido el de los salvajes independentistas catalanes, y el papel de las redes sociales y la tecnología está muy presente en todos ellos. Revueltas locales con tecnologías globales, otro elemento a añadir al cada vez más complejo y volátil mundo en el que vivimos.

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