Más
allá de los desgraciados incidentes provocados por el nacionalismo sectario en
las calles de Barcelona, observa uno la actualidad global y se encuentra con
broncas generalizadas en varias naciones, que parecen sucederse y coincidir de
manera un tanto curiosa. Fueron Ecuador e Irak los que hace unas semanas
acapararon, más el primer caso que el segundo, el interés informativo, con
asaltos de parte de la población a la capital de esas naciones, violencia,
saqueo y muertos, pocos en el caso latinoamericano frente a las cifras
alcanzadas a orillas del Tigris. En apariencia, esos focos de conflicto se han
apaciguado, o al menos ya no salen en los medios. Y no, no es lo mismo.
La
atención de los focos se dirige ahora hacia otras dos naciones sudamericanas.
Una es Bolivia, donde las artimañas del recuento en las presidenciales por
parte de Evo Morales y los suyos han extendido una sombra de pucherazo sobre
todo el proceso y provocado levantamientos que aún están en proceso de ir a
más. El otro foco de tensión es Chile, quizás el país más tranquilo y próspero
de la región, que vio hace casi un par de semanas como la decisión de subir
nuevamente el precio del billete de metro en la capital, Santiago, se convertía
en la espoleta que generaba toda una revuelta social ante la que el gobierno de
Sebastián Piñera apenas es capaz de hacer frente. La militarización parcial del
país y el decreto de toques de queda ha servido para que los disturbios no
vayan a más, pero no logra reconducir la situación, que ha causado ya daños por
valor de muchísimos millones de euros, principalmente por destrozos en el
sistema de metro y otros transportes públicos. De fondo, mientras un conflicto
se amortigua y otro se enciende, permanece Hong Kong como referente de las
protestas callejeras y de la continua algarada, reprimida por la policía local
y las fuerzas pro chinas. ¿Hay algo en común en todas estas revueltas? ¿Son
síntomas de un malestar global o es una mera casualidad? Supongo que habrá un
poco de todo, pero a primera vista las causas de lo que está pasando parecen
ser bastante distintas. En Hong Kong predomina, sobre todo, el componente
político, de defensa de la libertad que goza la colonia frente al autoritarismo
de una China que va camino de comerse a la isla sin remedio. También la
política es la causa de lo que está pasando en Bolivia, y en parte en lo que
sucedió en Ecuador. Sin embargo, en el caso de Irak y especialmente Chile es la
economía, la desigualdad, la que se encuentra en el fondo de las protestas, lo
que las hace algo distintas a las otras. Los expertos siguen advirtiendo que la
desigualdad global se reduce, porque los países pobres cada vez lo son menos
respecto a los ricos, pero aumentan las desigualdades en el interior de los
países, dentro de las propias sociedades, con una creciente polarización de
rentas y estrechamiento de la clase media. Esa clase media que ha servido de
pegamento para la cohesión y estabilidad social en muchos lugares amenaza con
desgajarse o, al menos, perder su influencia moderadora, y por eso quizás el de
Chile sea el acontecimiento más interesante de todos, reflejando algunos de los
males que afligen a sociedades de las que no nos distanciamos tanto como
creemos. ¿Es posible una revuelta de este tipo en nuestras naciones? La respuesta
es que sí, y el ejemplo son los chalecos amarillos franceses, que antes de su
degeneración comenzaron como un movimiento de protesta económica de parte de la
Francia olvidada y empobrecida, que veía cómo se le volvían a subir unos impuestos
de los que no tenía escapatoria, frente a las clases urbanas acomodadas de las
grandes ciudades, especialmente París, cuya vida no está sujeta a las mismas
limitaciones fiscales. El gravamen de las gasolinas y gasóleos, en principio
por causas ecológicas, generó aquellas protestas que soliviantaron al país y
dejaron durante unos días a su capital convertida en la ciudad de la luz de las
hogueras. Por lo tanto, sí, aquí también pueden darse protestas y movimientos
similares, y los gobiernos y los que deciden las políticas económicas y
sociales deben tenerlo presente.
El
gran factor común a todos estos movimientos, y lo que los deslegitima, es la
violencia que no cesa y que se extiende. Amparados en las protestas surgen
grupos de vándalos con agendas propias, desestabilizadoras, o meros saqueadores
que aprovechan la coyuntura para dedicarse al pillaje y sacar rédito de los
destrozos. Las formas de coordinación de los ataques y sus movimientos sí
parecen seguir estructuras similares en todos los casos, incluido el de los salvajes
independentistas catalanes, y el papel de las redes sociales y la tecnología
está muy presente en todos ellos. Revueltas locales con tecnologías globales,
otro elemento a añadir al cada vez más complejo y volátil mundo en el que
vivimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario