Como
sucedió con la muerte de Bin Laden, que con posterioridad nos enteramos de
bastantes detalles y de otros muchos nunca sabremos nada, la
ejecución de Abu Baker al Bagdadi, que tuvo lugar ayer, es una de esas
grandes operaciones de contrainteligencia que asestan un duro golpe a la organización
que el líder preside, en este caso el infame DAESH, que queda descabezada, pero
no supone el fin de la organización ni, mucho menos, que nos podamos relajar en
la lucha contra el terrorismo islamista. La de ayer fue una jornada de triunfo
frente a ese imperio del mal, pero como la hidra clásica, no tardarán en surgir
nuevas cabezas dotadas de estrategias mortíferas.
De
hecho uno ve la evolución del terrorismo islamista con los años y comprueba que
su sofisticación y densidad maligna no dejan de crecer. La caída de Al Queda y
Bin Laden fue suplida por la creación del califato asesino de Al Bagdadi, que
fue mucho más poderoso y cruel de lo que nuca soñó el malnacido de Osama. Su
creación de un auténtico reino del mal logró un éxito sin precedentes, tanto
por la extensión del territorio conquistado como por los recursos que llegó a
manejar y la población que sometió. Fue necesaria una coalición internacional, que
sólo se vio realmente espoleada tras los crueles atentados yihadistas en
Europa, en especial en Francia, para derrotar a DAESH sobre el terreno, y se
hizo mediante la subcontratación de ese crudo trabajo principalmente a los
milicianos kurdos, esos mismos a los que ahora EEUU, es decir, nosotros,
volvemos a abandonar a su suerte tras haber derramado su sangre para librarnos
de la pesadilla. En pocos lugares como el escenario sirio se han cometido
vilezas, traiciones y salvajadas de dimensión tan enorme como irracional.
Rusia, que en un principio miraba la situación de reojo, acabó entrando en esa
guerra usando el combate contra DAESH como excusa, pero teniendo claro en todo
momento que su único interés era el de mantener en pie el gobierno aliado de Asad
en Damasco para conservar su acceso al Mediterráneo y posición en la zona. El devenir
de los acontecimientos ha sido el mejor de los sueños para los estrategas de
Moscú. Asad sigue en el poder de un gobierno que ya controla gran parte del
antiguo territorio del país, el islamismo ha sido derrotado en gran parte, las
milicias kurdas, abandonadas, se repliegan de sus posiciones y las tropas rusas
campan por sus anchas por un país devastado que, en la práctica, empieza a ser
un protectorado de Moscú y Teherán, el otro ganador en esta contienda. El papel
de los occidentales en la guerra empezó siendo escaso y ha acabado en la más
absoluta irrelevancia, o más bien ignominia tras los movimientos amparados por
Trump, que si quería regalar el terreno de juego a su amigo Putin al menos podía
haber disimulado un poco. La eliminación de Al Bagdadi es un gran golpe, y como
tal lo vendió ayer la Casa Blanca, y bien que hace, porque no le falta razón al
congratularse de la noticia, pero resulta algo irónico, por usar un término
suave, que sean los americanos los que se atribuyen el éxito de una operación
que, quizás sí, ha sido finalmente ejecutada por sus tropas, pero que en ningún
momento se ha debido a los esfuerzos militares de la superpotencia. La cada vez
más evidente intención de Trump de replegarse de los escenarios internacionales
de conflicto llevará la tranquilidad a los buenistas que no desean las guerras
sólo cuando son encabezadas por EEUU, que ahora observan con dilema que es este
presidente precisamente el que les hace caso, pero esa retirada del imperio
deja sitio a otros, que actúan aún con mayor crueldad y, desde luego, menor
transparencia. Atrévase usted a preguntar a Putin cuál es su estrategia en Oriente
Medio, y si es capaz de soportar la fría mirada de ese líder, que expresa odio
sereno a cada momento, me lo cuenta.
Y
sobre los islamistas, ¿es posible que resurjan? Sí, lo harán, pero de otra
manera, sin lugar a dudas. Muchos de sus combatientes y los que hasta allí
viajaron para unirse a la pesadilla de DAESH directamente ya no son un problema
porque han sido liquidados en la guerra, pero no son pocos los que seguían
encarcelados en manos de los kurdos, y uso un término en pasado porque la
ofensiva turca de estos últimos días está contribuyendo a que muchos huyan y
puedan reagruparse. La zona seguirá siendo inestable mucho tiempo y es casi
seguro que muy pocas buenas noticias puedan surgir de allí. Junto con su nuevo
aliado turco, Moscú
expresa dudas sobre lo sucedido, pero parece que esta vez sí, que Al
Bagdadi ha caído. Su vida de terror ha terminado.
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