Parece
que se empieza a coger un cierto tono en la campaña electoral de las elecciones
del 10 de noviembre y que los resultados no van a ser tan miméticos a los que
tuvieron lugar en abril. Parece que algunas formaciones van a mejorar y otras a
empeorar en función de lo que ha sucedido estos meses. Y parece que “parece”
puede ser el mejor término para calificar la situación que creemos que es la
que observamos y la que puede darse en forma de resultado en los futuros
comicios, dado que la incertidumbre y volatilidad que vivimos es alta y cada
uno analiza las variables en juego de una forma torticera. Como todos son
portavoces de parte, cada relato que se escucha favorece a la parte interesada.
Tengamos siempre eso en cuenta.
Todos
los sondeos coinciden en que Ciudadanos va a ser uno de los perjudicados el
próximo noviembre. Hay una amplia horquilla sobre cuánto va a bajar, pero nadie
discute el signo de la evolución de su voto y número de escaños. La situación
de los naranjas, cómoda y exitosa tras los comicios de abril, puede volverse
pesadillesca en apenas seis meses, dejando a muchos de los actuales
parlamentarios y cargos sin asiento en el que dejarse caer y a la directiva del
partido, encabezada por su líder único Albert Rivera, como responsable directo
de lo que pueda suceder. Si el exitoso resultado de abril fue mérito suyo,
también lo será un hipotético fracaso en noviembre. ¿Qué es lo que ha pasado en
estos meses? Más bien es lo que no h pasado, y es la opción de gobierno que
existía en caso de alianza entre el PSOE y Ciudadanos. Desde un primer momento
Rivera se empeñó en que esa opción no era no ya sólo posible, sino siquiera
imaginable. Veía a su partido como nuevo sucesor del PP en el liderazgo de la
derecha, y no era consciente, o no quería serlo, de que sus muchos votos eran
producto de una amalgama de descontentos moderados del PP, sí, pero también de
descontentos moderados del PSOE y de descontentos moderados en general.
Ciudadanos actuaba como una fuerza de centro, o eso se vendía, y en sus cargos
y militantes había personas que flirteaban con la izquierda y la derecha de
manera tibia, sensata, sin alaracas. Votantes centrados que veían la formación
como una vía para aportar estabilidad y servir de palanca de acuerdos que
quitase a los nacionalistas su capacidad de bloqueo. Era sencillo, por tanto,
pensar que tras los comicios de abril se abriese una puerta para el diálogo
entre Sánchez y Rivera. Los gritos de la noche electoral en Ferraz que
proclamaban “con Rivera no” era la manifestación de los socialistas exaltados,
pero con los miembros exaltados de un partido nada se hace, son los templados
los que llegan a acuerdos (por eso con Podemos y vox poco se puede hacer,
porque sólo hay exaltados en sus filas). Y al día siguiente de las elecciones
Rivera se empeñó en el no acuerdo como guía estratégica, destruyendo esa opción
de gobierno. Su negativa a reunirse con el candidato Sánchez y a plantar cara
frente a un PSOE sin concesión era una vía para rascar más votos del PP, pero
una forma segura de perder todos los demás. Comenzaron las deserciones de
miembros de la ejecutiva, como Toni Roldán, personas de talla y valía que veían
como Ciudadanos no era lo que ellos creían que debía ser ni, sobre todo, lo que
les habían dicho que era. A pocos días del final de la legislatura Rivera
cambió de rumbo y ofreció una posibilidad de acuerdo al PSOE cuando ya era
imposible llegar a compromiso alguno. Error tras error. Su mejor alternativa
hubiera sido, desde el principio, ofrecer ese acuerdo al PSOE a cambio de una
serie de compromisos (Navarra, Cataluña, economía…) y dejar que fuera Sánchez
el que, si lo rechazaba sin contemplaciones, apareciese como el culpable del no
acuerdo, pero no ha sido así, y en plena precampaña Ciudadanos aparece como un
partido bisagra que no gira y como una formación creada para llegar a acuerdos
que los niega, y es uno de los responsables del bloqueo y fracaso político en
el que nos encontramos. Las deserciones son muestra de la sangría de votos y el
resultado que puede cosechar en noviembre será, sin duda, peor que el de abril.
Queda la duda de lo duro que será el castigo.
Resulta
curioso, pero desde dos ópticas completamente diferentes, y posiciones
enfrentadas, Albert Rivera y Pablo iglesias van camino de descomponer las
formaciones políticas que crearon y lograron llevar hasta unos resultados muy
exitosos. Cegados por el éxito, la soberbia y el ego personal, se han convertido
en los líderes de sus formaciones y hace tiempo que no escuchan el consejo de
nadie que les contradiga, lo que es la receta perfecta para el desastre. Han desperdiciado
los resultados de abril y las excelentes oportunidades políticas que se les abrían,
y quizás nunca vuelvan a verse en otra mejor. Dado su carácter, ninguno parece
que está dispuesto a admitir sus errores y fracasos, y quizás sólo lo hagan
cuando un resultado electoral nefasto les arrincone en la esquina de la
irrelevancia. Tan curioso como triste.
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