El
mero título del artículo de hoy, esa malhadada triple A que resulta de
convertirlo en acrónimo, esconde una perturbadora pesadilla que revive, como en
la peor de las películas de terror, sea cual sea su letra de serie. Años,
décadas de educación, de historiografía, de documentales y libros, de
concienciación, de recuerdo de lo sucedido, no han servido para que un sector
de la población de esa nación siga teniendo en mente a algunos de los mayores
criminales de la historia como héroes de su panteón, y a los judíos, sufridores
de la persecución y exterminio organizado más cruel y sádico imaginable como enemigos
eternos, como elementos a abatir. Esa maldita triple A encierra todo el mal que
uno pueda ser capaz de concebir.
Ayer,
en Halle, localidad alemana, un sujeto que se llama Stephan B, trató de causar
una masacre en una sinagoga, en la que decenas de fieles se reunían para
celebrar el Yon Kippur, el día de la expiación, la más sagrada y respetada de
las fiestas del judaísmo. A Stephan le salió mal el plan, porque la llegar a la
sinagoga comprobó que las medidas de seguridad que el gobierno de Alemania ha
adoptado para defenderlas eran efectivas, y consiguieron ser lo suficientemente
disuasorias como para que su idea original no pudiera ser llevada a cabo. Según
parece, complicaciones técnicas con el arma que portaba tampoco se lo pusieron
fácil. Antisemita y chapucero, Stephan empieza a ver cómo su idea de emular lo
que el seguro considera gloriosa matanza perpetrada en marzo en Cristchurch,
Nueva Zelanda, empieza a ser casi imposible. Rabioso, abandona el objetivo
inicial, pero no puede irse de vacío, no puede hacer como si no hubiera pasado
nada, ha salido a la calle dispuesto a matar, a cazar subhumanos, a exterminar
a aquellos que no merecen vivir en suelo ario y que son inferiores a él. A sus
27 años el destino, la providencia que tanto mencionaba su adorado Fürher, le
ha llamado a él para que sea el brazo ejecutor de sus deseos, y no le va a
fallar. En su deambular por la calle, dispara a unos transeúntes, y luego ve un
local de comida turca, un kebap, y entonces decide cambiar de nacionalidad de exterminio
pero no de racista consideración. Los turcos también son basura inferior,
sujetos despreciables, no humanos, bestias con nuestra forma, pero no son como
nosotros, y cree que allí puede hacer el trabajo que ha venido a cumplir. Entra
en el local y dispara, en medio de gritos de horror de los allí presentes y de
proclamas a favor de la raza aria y en contra de la propaganda judía por parte
de Stephan. A la salida del local ya se oyen sirenas de policía y de cuerpos
sanitarios, que escucharon los primeros disparos efectuados en plena calle y se
han puesto alerta. Llegan al lugar en el que se encuentra el kebap y logran
atrapar a Stephan, pero hay mucha confusión sobre lo sucedido, sobre si él es
el único atacante o son más los que desarrollan esa acción. Algunos testigos
hablan de varias personas, hay miedo y nerviosismo. Y también víctimas. Dos
personas han muerto a manos de Stephan y su paseo de disparos. Dos personas
que esa mañana de octubre estaban haciendo algo, pensando en cosas distintas,
con ideas para el nuevo día y con agenda para los siguientes, que tuvieron la
desgracia de encontrarse con un fantasma salido de las pesadillas del pasado de
la desquiciada Europa del siglo XX y vieron como la muerte decidió llevárselas,
usando para ello a Stephan B. El asesino, de pensamiento retrógrado pero dotado
de la tecnología de su época, lleva una cámara encima, al parecer del casco que
porta, y lo ha grabado todo, y subido a Internet en tiempo real, en otro acto
que copia al asesino neozelandés, y esas imágenes y sonido son la prueba perfecta
de lo que ha sucedido, y justifican su futura condena en prisión, que de nada
servirá para restaurar las dos vidas perdidas.
En
el Yon Kippur de 2019 se ha producido en Alemania el primer atentado antisemita
desde 1945, el año en el que el nacismo fue derrotado en la mayor guerra que el
mundo ha conocido. ¿Cómo es posible que la semilla de ese abominable mal siga
germinando en nuestro tiempo? ¿cómo alguien de 27 años puede ser imbuido a
cometer actos semejantes y poseer una fe tan ciega que le lleva a creer que es
su deber? En algún punto profundo de nuestra mente está un gen que nos hace
olvidar lo sucedido, que por mucho que se nos enseñe impide que recordemos las
atrocidades pasadas, que nos condena a ser una civilización de Sísifos que no
dejan de cometer, con décadas de intervalo, los mismos y crueles errores. La
tecnología avanza, pero el alma humana contiene siempre los mismos ángeles y demonios,
en lucha permanente.
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